Psi


A los presos, locos y suicidas

:

La locura existe, es real, aunque se la quiera disimular tras una supersticiosa mordaza de vocabulario homogéneo y progresista; como ese igualitarismo demagógico que diseña y promueve poses-para-hacerse el-loco, como si de pronto todos fuésemos standuperos espontáneos; o ese otro esnobismo de loquito exótico que vende toda propaganda. Sin embargo, a pesar de la delirancia cool y del fresco infantilismo que el poder fomenta, existe la locura que hace retroceder a los más tolerantes oídos de supuesta moral copada.
Hablar de locura está mal visto. Incluso, y sobre todo en los claustros psicológicos de avanzada, va quedando cada vez más censurado el uso de términos específicos para decir «neurótico», «psicótico», etc. Y, por supuesto, ya casi nadie osa pronunciar la palabra «histérica». Para evitar la sirena de la policía verbal mejor adoptar el neutral «lo», y así renegar en consenso de la diferencia sexuada; o, brutalmente​, adoptar símbolos muertos que susciten la adhesión masiva, para evitar ser leída y así eludir los enredos del sexo y su impacto de equívoco en la lengua. Mejor y más pulcro es fingir entendernos a través de códigos y fórmulas, como en los manuales de psiquiatría con su respectivos fármacos.
Pero erradicar la locura y las metáforas que la alojan para hacer oír sus decires inauditos conduce a la cristalización muda y empujante de estereotipos de crimen y agonía. Que la prohibición refuerza lo prohibido es una verdad de perogrullo. Pero que lo desterrado en la lengua retorna como inhóspito baldío no lo es tanto.


El sistema de salud es un limbo de derivación perpetua donde nadie escucha nada. ¿Quién estaría dispuesto a escuchar la inhibición, la angustia y el síntoma ajenos?  Un círculo infernal de datos, historiales clínicos, especialistas, diagnósticos, pronósticos, derivas, intervenciones, prescripciones, estudios, recetas, etcétera, etcétera con tal de no escuchar. Paradójico el estado actual de la civilización que no se da tiempo para la angustia y en cambio todo el tiempo para el pánico, el tedio, la depresión y la euforia.
En verdad lo que los aparatos sanitarios incentivan es la normopatía: ese yo fosilizado, con sus identificaciones concentradas en la voz de mando del mercado. Sin embargo todas las estrategias de salud preventiva y prospectiva colapsan. Los manicomios siguen vigentes, aunque se los quiera lookear con cosmética integracionista; proliferan en infinidad de casas y pensiones cual guetos al cuidado de sádicos administradores. Las cárceles con sus presos no dejan de aumentar, sobre todo bajo la figura de arrestos domiciliarios. Y pronto vendrá el llamado a licitación para cárceles privadas. También los fármacos fracasan en su pretendido éxito: los calmantes no calman, los somníferos sonambulizan. Millones de insomnes y embotados al volante.
Los ideales de éxito que el mercado promete comienzan a desmoronarse, pero sus escombros nada redimen ni prometen, quedando las almas en pena prisioneras en una especie de jet lag compulsivo, indiscernible y sin puntos de fuga. El discurso ultramoral y policial no impide, sin embargo, que se filtren gotas de terror que amenazan convertirse en tormentas de pánico.
Como otros en la historia del arte de la dedicatoria, yo también quisiera dedicar cada uno de mis libros a los presos, locos y suicidas.///PACO