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I.

Aunque no lo crean, o varios no lo puedan creer, Aníbal Ibarra es pre-candidato para Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y este domingo define, nuevamente, su futuro político. Aníbal nació en 1958 hijo de un exiliado paraguayo que huía de la dictadura de Stroessner y tuvo una formación académica totalmente coherente con su futuro político, Nacional Buenos Aires, donde dio sus primer pasos en el centro de estudiantes, y luego obteniendo en la UBA los títulos de abogado y procurador. Rápidamente fue haciendo una exitosa carrera en el poder judicial, a los 28 años ya era fiscal y participó activamente en procesos importantes como al oponerse a los indultos de Menem. A principios de los 90 renuncia a su cargo de fiscal y comienza su prometedora carrera política. Se une al incipiente FREPASO y como concejal luchó contra la corrupción y las escuelas shopping de Grosso como contra los sobornos del PAMI. En 1994 formó parte de la asamblea constituyente que se ocupó de dar forma a la Reforma de la Constitución. También por esos años la revista Time, con un gran poder “predictivo”, lo incluyó en una lista de los jóvenes líderes para el nuevo milenio, en una lista similar también incluyeron a Martín Redrado, demostrando un implacable poder de predicción política. Un par de años más tarde es electo legislador por la Ciudad y finalmente en los comienzos del nuevo milenio consigue lo que es hasta hoy su mayor logro político: la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires. Aníbal Ibarra fue durante los 90 la gran promesa de la centro-izquierda, que veía en su figura y en sus símbolos (hijo de un exiliado político, una prima desaparecida durante la dictadura, un historial de lucha contra la corrupción) los baluartes para hacer frente al menemismo de cara al nuevo siglo, y a su vez como el posible sucesor de De la Rúa dentro del marco de la Alianza. Ibarra representaba el hastío de un sector de la sociedad frente a la forma de hacer política del menemismo, en una entrevista que da al diario La Nación en 1999, meses antes de su elección como Jefe de Gobierno, confiesa que se alejó con bronca de la justicia porque “el menemismo hizo depender a los fiscales del Poder Ejecutivo; era una brutalidad”. ¿Pero cómo es posible que hoy sea vista la candidatura de Aníbal por un sector de la sociedad porteña como algo inaudito o incluso descarado? ¿Qué sucedió para que la gran promesa del FREPASO, la figura del fiscal que harto de un sistema brutal encauce sus deseos de justicia en la arena política, sea hoy percibido como un paria?

II.

El 30 de diciembre de 2004 en el boliche bailable República de Cromagnon se desató un incendio que dejó un saldo de 194 víctimas. Aníbal era jefe de gobierno en aquel entonces luego de ser reelecto en 2003 con una efectiva victoria ante los que hoy ejercen el poder porteño, Macri y Larreta. La tragedia desestabilizó la cúpula del poder en la ciudad y puso en jaque los últimos vestigios del FREPASO, que aunque disuelto en 2001 tras la caída de De la Rúa y la Alianza seguía teniendo en Ibarra su último político de peso ubicado en un puesto central. Desde la tragedia la figura simbólica de Aníbal se transformó y para la mayoría de la sociedad su carrera política estaba acabada. La cúspide de estos sucesos fue el juicio político, ampliamente reclamado por los familiares de las víctimas, que finalmente en marzo de 2006 destituyó al jefe de gobierno. Cuando el dolor de una tragedia no recae sobre una familia particular, sino que es percibido, al menos por algunos, como una herida a toda la sociedad, el reclamo de justicia no se satisface con un simple proceso penal, miembros más grandes deben ser cortados y, en este caso, tuvo que cortarse la cabeza. El peso de ley cayó sobre el dueño del local bailable pero el peso político/simbólico cayó enteramente sobre Aníbal. La gran promesa de los 90 y de la revista Time había caído, expulsado del poder su figura se había manchado. La expresión “muerto político” empezó a circular y así fue como, durante la inminencia del juicio político, juzgó el futuro de Aníbal el abogado de los familiares y padre de una de las víctimas, José Iglesias.

III.

Hoy, 2015, Aníbal vuelve a apostar fuerte a la política y es pre-candidato para el puesto que significó su cima. Esto lo permite la competencia casi deportiva que admite la para-política en palabras de Zizek pero sobre todo el hecho de que su juicio político no lo inhabilitó para ejercer cargos públicos, de hecho desde 2007 es legislador porteño gracias a la listas del eterno segundo, Daniel Filmus. El muerto político está nuevamente aquí, pero ¿es lícito decir que resucitó como un nuevo hombre o como una forma degradada y parasitaria, una especie de zombie político? La segunda opción parece la más plausible basándonos en las expresiones discursivas del candidato en el último tiempo. Lo que define la discursividad actual de Ibarra es la paradoja y la contradicción que se genera entre lo que él dice y lo que nosotros, los receptores, sabemos de la realidad. El primer discurso que resulta interesante evaluar es el largo texto que publicó cuando se cumplieron 10 años de la tragedia el último diciembre. El texto se articula en una especie de narrativa, en términos de Labov, en la que el pre-candidato relata su experiencia personal y biográfica el día de la tragedia y su accionar frente a ella. El texto está repleto de alusiones a su buen accionar, casi heroico, y evaluaciones sobre la manipulación política que se hizo de la tragedia que desembocó en su eventual destitución. Labov cuando analiza las narrativas (que define como relatos autobiográficos cargados de evaluación cuyo fin principal es la de generar en el receptor la asimilación del punto de vista del narrador y para ello se necesita que la narrativa sea creíble) define dos paradojas: la primera es la paradoja de la informatividad, la cual postula que mientras el relato esté más cargado de información la credibilidad se resiente ya que el evento central se recarga de excepcionalidad. La otra paradoja es la de la subjetividad que plantea que cuando el relato se excede de subjetividad pierde la capacidad de que el receptor se identifique con los hechos. Para cualquiera que lea el texto será fácil notar que Ibarra es víctima de ambas paradojas. En primer lugar porque los argumentos que esgrime Aníbal en su defensa son los mismos que manejaba para defenderse ante el juicio político y que en aquel momento se mostraron ineficientes, pero sobre todo porque la carga heroica del relato pierde credibilidad ante el aplastante hecho que los receptores saben él fue destituido y que si lo que narrara fuera cierto, lo cual no sabemos pero discursivamente no pareciera serlo, su final hubiera sido otro, uno de bronce y no de oprobio. La misma contradicción se da en la campaña política actual de Ibarra, donde sus spots rezan lemas como el “buen gobierno”, cuando la imagen de la tragedia y el juicio político son inseparables de la figura del candidato. Como un zombie atorado en una pulsión primaria, en las películas comer cerebros, en nuestro caso la competencia política, Aníbal está atorado, como en un loop repetitivo y molesto, hace diez años en el mismo discurso de víctima que en su momento no funcionó para salvar su carrera. Eso es lo decepcionante de su nueva candidatura. A todos nos seduce la imagen del héroe caído que vuelve de la desgracia y logra volver a ponerse de pie, pero eso implica una dimensión de aceptar la propia derrota, de recapacitación e introspección personal y un largo esfuerzo para volver a levantarse. En este caso no tenemos ni héroe ni momento de revisión interior, solamente una repetición vacía y mecánica (como los impulsos de los muertos vivos) de argumentos que en su momento no fueron efectivos y que hoy suenan anticuados y poco creíbles. El domingo son las PASO en la ciudad: ¿qué es lo que queda por hacer entonces? Lo que se hace con cualquier zombie: dispararle de lejos antes de que se acerque lo suficiente para hacer daño.///PACO