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María Velo estudia Diseño de Imagen y Sonido. Dirigió varios cortos y ha participado como realizadora en varios recitales y publicidades. Desde Twitter, @María_Velo retrata además el karma cotidiano de una existencia nocturna en la que incluso cierto ánimo de performer suele vibrar a través de las grietas de las obligaciones laborales. Esa vida nocturna plantea ciertas libertades y ciertas restricciones. ¿Una vida nocturna es vida?

I
Es conocido que muchos artistas prefieren trabajar de noche. Supongo que puede ser porque la noche abre un espacio indefinido, lo que yo llamo el tiempo chicle. Al no tener, en el lapso nocturno, horarios estipulados para los distintos ritos cotidianos, se puede compartimentar el tiempo de la forma más ridícula, arbitraria y placentera que se pueda imaginar. Pero ese es sólo el comienzo de la particularidad. El tener independencia en la administración de horarios debe necesariamente aunarse al compromiso de alcanzar un objetivo al concluir la jornada. Esto se ve muy claro en otro tipo de trabajos, mucho más sistemáticos, que también tienen lugar en el turno de la noche y se tiñen, en estas circunstancias, de aspectos completamente nuevos sumamente interesantes. Trabajar de noche despierta en el operario (operario de cierta maquinaria, recurso o sistema) un inigualable sentido del compromiso. Al encontrarse el mismo a solas con su tarea y sin posibilidades de hacer consultas, pedir ayuda, consejos o nuevas indicaciones, el operario que se encuentra ante un problema debe llegar a la mejor solución posible, tomar decisiones, llevarlas a cabo, terminarlas y luego poder hacerse cargo de las mismas frente a su superior, que arribará poco lúcido y con un shot de café quemado anudado en su garganta a recibir, mientras se cuestiona si para viajar en el Roca todos los días a las ocho de la mañana vale la pena seguir viviendo, el informe de gestión.

II
Cuando trabajaba me quedaba siempre sola en una productora muy grande. Al no ser parte del staff oficial no tenía llave y la rúbrica era que cuando me iba apagaba todo, cerraba la puerta y listo. El problema llegó el primer día que tuve que pedir comida a domicilio porque, al ser un edificio de varias oficinas, el chico del delivery no quería subir para no dejar la moto abajo y yo no podía bajar porque no tenía llave para volver a entrar. Esto dio lugar a discusiones varias que en el 90% de los casos terminaron en que, cuando venía la comida, yo tenía que trabar el pestillo de la puerta con cinta adhesiva, por las dudas interponer un objeto contundente entre la puerta y el marco y correr a la planta baja a buscar la comida pidiéndole al Señor que por favor nadie viese la puerta abierta porque, en ese caso y como siempre, todo lo que pasara en el turno de la noche sería mi única y absoluta responsabilidad.

III
Trabajaba por Villa Crespo hasta altas horas. Me refiero a que normalmente salía a las dos de la mañana pero particularmente los viernes terminaba tarde, digamos entre las tres de la mañana y las ocho de la mañana del día siguiente, este último e inverosímil horario se debía a la ya mencionada responsabilidad del operario nocturno de terminar con sus tareas. Bueno, el asunto es que, además, yo cursaba la queridísima facultad los sábados a las nueve de la mañana. Como vivo lejos de Villa Crespo y lejísimos de la queridísima facultad, todos los viernes en los que salía temprano iba a dormir a lo de una amiga que vivía muy convenientemente en el punto medio entre ambos lugares. Esto de ir a dormir era muy relativo. En realidad iba a donde mi amiga estuviese (recordemos que era viernes, la gente normal, los viernes, sale), tomaba un gin tonic y esperaba pacientemente a que ella quisiera irse. Luego dormía una o dos horas y llegaba a la queridísima facultad una hora tarde, generalmente. Una noche ella estaba en un bar cerca de mi trabajo. Salí a eso de las tres y fui a su encuentro. Llego y observo sin demasiada emoción que mi amiga está en plenas tratativas con un muchacho que acaba de conocer. Tardé como una hora (me costó mucho, era realmente estresante aceptarlo) en llegar a la conclusión de que esa noche no iba a poder irme a su casa. Tomé un último Campari, empaqué mis petates y me fui a esperar el colectivo para regresar a los suburbios. Llegué a mi casa a las cinco y media, puse el despertador a las ocho pensando en llegar una hora y media tarde a la queridísima facultad y así dormir una cantidad decente de minutos. El despertador sonó y sonó y siguió sonando hasta las once de la mañana, cuando abrí un ojo. Lo apagué. Y seguí durmiendo.

IV
La vida social nocturna, básicamente, se anula por completo. Esto no significa que uno no lo intente. Uno quiere, uno pregunta, uno expresa sus intenciones. Uno hace lo posible. Después de un mes, uno se ha creado una rutina de preguntas que se repiten cada noche, con cada llamada de una amiga, cada mensaje de texto de un amigo, cada DM de coger. A qué hora termina la cena? Y la banda toca a las 9 o a las 12 y media? Porque quizás a las 12 y media llego, me pierdo por ahí dos temas pero llego. Y uno empieza a generarse una serie nueva de ritos, como la de ir llamando por teléfono a ver si la fiesta sigue, si la banda sigue, si va todo bien, si tienen para una o dos horas más, si la amiga a cuya casa uno se piensa ir a dormir no tiene perspectivas más interesantes para esta noche. Y, si bien todos estos intentos dan, a veces, sus frutos, aunque más no sean los de sentir que uno hace lo que puede y que al menos puede saborear un mordiscón de la manzana nocturna, la verdad es que en general lo que a uno le queda es el mordisquito escueto, arenoso y marrón del amigo depresivo y borracho que lo esperó a uno en la fiesta en la que ya se prendieron las luces y dejaron de vender alcohol hace dos horas, porque a uno lo quiere mucho o porque su vida es, increíblemente, más triste que la de uno.

V
De chica, cuando estaba sola en mi casa, me disfrazaba, me maquillaba, me peinaba y bailaba mis canciones preferidas frente al espejo. Bien o mal, actualmente sigo haciendo lo mismo. No tengo espejo, tengo una cámara infinitamente básica, que es algo parecido. En cuanto a la danza y a los videos y a la internet podría reunir varias consideraciones. Puedo decir que me dedico al audiovisual por lo cual hacer videos no sería en sí algo fuera de lo esperable pero la realidad es que estos son videos muy específicos que grabo por puro amor al movimiento más que a la cuestión técnica o creativa en relación a lo audiovisual propiamente dicho. Desde que tengo memoria me formé haciendo danza, música, teatro, es decir, con una inclinación a lo que en mi familia llamamos Las tablas, refiriéndonos, imagino, al escenario. Cuando digo Las tablas no me refiero a un talento en particular, de hecho no creo haber estudiado lo suficiente como para desarrollar la técnica con maestría, pero hay algo de estas tablas que tiene que ver con la exposición. La exposición es como los palmitos, o la amás con locura o te resulta repulsiva. La infancia en Las tablas me llevó a tener cierto apego a ella, por más que lo único que tenga para decir sea una pavada o quiera hacer cinco piruetas y caer redonda al piso. Me divierto muchísimo haciendo videos y lo mejor es que muchos amigos se mueren de risa también. Y hay algo en esto que me parece un poco trascendente o valioso y es lo siguiente. Si bien hay gente talentosísima en Las tablas y, que no se me mal entienda, las mismas requieren una disciplina y capacitación muy difíciles de lograr, creo que está bien que nos animemos a hacer lo propio. El asunto del cuerpo compone un tabú enorme. No me refiero a las vedettes divinas que salen en pelotas en las revistas, sino al cuerpo común, al espasmo espontáneo generado por una canción que nos gusta, o la misma canción que nos gusta cantada como sale, en el living, en jogging. Este fenómeno está pasando hace mucho y creo que guarda algo muy positivo más allá de que el resultado sea o no digno de verse, de que les interese a los demás o no. Yo no creo en los artistas, creo en las obras de arte. Creo que el arte es condición necesaria del ser humano. Creo que darnos el gusto de hacer esas cosas despierta dentro de nosotros el impulso creativo. Es el principio de una búsqueda que nos enriquece, nos divierte y nos permite explorarnos. Nuestra sociedad prioriza mucho la mente sobre el cuerpo y luego castiga al cuerpo por no tener determinada forma cuando, en realidad, el problema es que en general no conocemos nuestro propio cuerpo, no lo investigamos ni le damos un lugar. La mente evalúa y proyecta, califica y planifica. La mente es el pasado y el futuro. El cuerpo, en cambio, es un ahora enorme. Intentar documentar aunque sea muy básicamente semejante mar de instantaneidad es el producto de la combinación de esto con mi vocación audiovisual.