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Jeffrey Dahmer, apodado el carnicero de Milwaukee, mató entre 1978 y 1991 a diecisiete personas, entre los que se cuentan hombres adultos y niños. No era raro que practicara el canibalismo o la necrofilia con los cuerpos de sus víctimas. Su técnica consistía, en varios de sus crímenes, en drogar a sus víctimas y tratar de establecer relaciones sexuales con ellas para luego asesinarlas, desmembrarlas y guardarlas por lo largo y ancho de su casa. Según dicen había tenido una infancia feliz y libre de conflictos, tanto dentro de su familia como en su ambiente escolar. Robert Hansen, apodado butcher baker, se ocupó, entre 1971 y 1983, de secuestrar, violar y asesinar a por lo menos diecisiete mujeres, aunque se cree que hay más de treinta, en las inmediaciones de Anchorage, Alaska. Por lo general secuestraba a prostitutas que nadie iba a extrañar y luego de violarlas las subía a su pequeña avioneta y las llevaba hasta los profundos bosques de Alaska donde las soltaba y las cazaba con su rifle como si fueran simples animales. Dicen que Robert había sufrido toda su vida por el maltrato y la indiferencia de las mujeres y que ahí estaría el germen de su actitud homicida. Andreas Lubitz de 27 años estrelló intencionalmente, la mañana del 24 de marzo del presente año, el vuelo 9523 de Germanwings, una de las filiales de Lufthansa, matando a 150 personas incluyéndose a sí mismo. Obviamente, lo que une a estos tres sujetos es su tendencia asesina y múltiple pero ¿qué es lo que los llevó a matar a tantas personas y particularmente, qué es lo que llevó a un copiloto alemán a encerrarse en la cabina de un vuelo comercial estrellar un avión con 149 personas a casi 900km/h contra la ladera de una montaña francesa? Probablemente la respuesta que nos interesa no esté en los cuadros clínicos/psiquíatricos que a los medios tanto les gusta evaluar y divulgar ya que la aparición y abundancia de los serial killer desde la década de los 50 no pueden responder solamente a infancias turbulentas o pulsiones sexuales atoradas, algo social debe esconderse detrás. El fenómeno que anuda estos tres asesinos, y probablemente a muchos más, es lo que muchos caracterizarían como la característica principal de la sociedades occidentales desde fines de la segunda guerra mundial hasta la actualidad, es decir, un irrefrenable individualismo. Un individualismo llevado hasta su máxima expresión claro está, pero que marca una separación radical entre la persona y el resto del mundo, permitiendo que un piloto con tendencias suicidas no pueda esperar a aterrizar para pegarse un tiro, erigiendo en norma principal (y mortal) su deseo personal sobre el resto de los pasajeros. Esta forma de vida se sustenta en las bases mismas de las políticas liberales que anteponen ante todo las libertades del individuo.
En Las partículas elementales de Houellebecq es muy acertado y claro lo que propone al respecto un procurador del Estado de California cuando habla de los asesinos seriales y los hippies: “La regresión de las sociedades occidentales desde 1945 no era otra cosa que un retorno al culto brutal de la fuerza, un rechazo a las reglas seculares lentamente erigidas en nombre de la moral y el derecho. Accionistas vieneses, beatniks, hippies y asesinos en serie tenían en común ser unos libertarios integrales, que predicaban la afirmación integral de los derechos del individuo frente a todas las normas sociales, a todas las hipocresías que según ellos constituían la moral, el sentimiento, la justicia y la piedad. En este sentido, Charles Manson no era ni mucho menos una desviación monstruosa de la experiencia hippie sino su desenlace lógico”. Estos sujetos sólo pondrían en práctica los valores de la liberación individual. Hasta ahora las condiciones espirituales que pueden llevar a algunos hombres a cometer los más terribles actos pero vayamos al caso puntual que nos interesa: el del piloto de Germanwings. Andreas Lubitz nació un 28 de Diciembre de 1987 en un pequeña pueblito de la Renania en lo que en aquel entonces era la Alemania occidental. ¿Hay algo en la particularidad de Alemania que haya posibilitado un suceso como el que ocurrió, condiciones externas a Lubitz que hayan operado a su favor? Para Alison Smale, la bureau chief del New York Times en Berlín, esas condiciones existen y fueron justamente las que el incidente del vuelo 9525 de Germanwings puso en jaque.
Como todos sabemos, tras la caída del régimen nazi y el fin de la Segunda Guerra Mundial Alemania se vio dividida en dos partes; una occidental que se amoldó a las formas capitalistas que imperarían durante el resto del siglo XX y el presente, y una parte oriental que se alinearía en el bloque de países de la Unión Soviética. Finalmente, a principios de los 90, el máximo símbolo de dicha división, el muro de Berlín, es derrumbado tras la caída de la Unión Soviética y Alemania vuelve a reunificarse. Esta unión fue un proceso social traumático, como varias películas se han ocupado de retratar, en el que tuvieron que unirse dos formas de vida totalmente opuestas. Obviamente, en la fusión (¿o absorción?) había un pueblo vencido, el bloque comunista, que debía adaptarse a las nuevas condiciones de vida occidental luego de casi 50 años de gobierno soviético, un pueblo que volvía a abrazar su individualidad sin tapujos. Para Alison Smale una de las consecuencias de este suceso es “la determinación de los alemanes de proteger su privacidad” la cual relaciona directamente como un “legado del régimen nazi y del comunista, cuando el Estado espiaba a los ciudadanos”. La misma autora se pregunta “¿Deberían insistir los alemanes en que proteger la privacidad está por encima del debate abierto que podría ayudar a evitar lo peor de la conducta humana?”. Andrea Lubitz, que nació en 1987, fue criado bajo este nuevo régimen alemán, donde el proceso y el orden son su distintivo. La privacidad del copiloto jugó un papel para nada menor en los sucesos del 24 de marzo. Lufthansa admitió estar al tanto de los episodios depresivos de Lubitz durante su formación como piloto en el año 2009, aunque su respeto por la privacidad les instó a no indagar más en el tema. Respeto que llevó a Lubitz poder ocultar sus nuevos episodios depresivos y las recomendaciones de sus médicos. Privacidad que también posibilitó que Lubitz no le dijera a sus médicos que seguía volando. Según fuentes todos sus vecinos creían que era el tipo más normal del mundo y que parecía incapaz de hacer algo así. La tragedia aérea puso en jaque todo el sistema de reclutación de Lufthansa y otras cuantas políticas de seguridad aérea, también destruyó la confianza de los pasajeros en los pilotos (al respecto es conmovedor el caso de un piloto que desde la tragedia saluda uno por uno a sus pasajeros y les promete llevarlos a destino como forma de recuperar la seguridad), pero a su vez, y sobre todo, puso dudas sobre el completo y ordenado sistema de vida alemana. Una individualidad irrefrenable, símbolo de la vida de occidente, y unos valores de privacidad extrema, consecuencias de la antigua Alemania comunista, confluyen como condicionantes internos y externos en Andreas Lubitz. ¿Se viene una lluvia de aviones con bandera alemana cayendo del cielo? Esperemos que no.. ///PACO