I
El pasado 17 de octubre salió a la venta en Estados Unidos, tras varios años de investigación y luego de ser rechazado dos veces por parte del FDA (Food and Drug Administration), la pastilla Addyi (Flibanserin), o también conocida, gracias al aparato de marketing como el viagra femenino, el santo grial de las farmacéuticas desde la salida, a finales de los 90, del viagra de Pfizer. La polémica respecto a la nueva pastilla de los laboratorios Sprout viene desde que a finales de agosto fue finalmente aprobada por la FDA; con las aguas divididas respecto a si su uso es conveniente o no, o las limitaciones de su efectividad, con acérrimos detractores por un lado y apasionados grupos de entusiastas, en su mayoría agrupaciones por derechos de las mujeres, que han llegado a compararla con el mayor avance para la sexualidad femenina desde la pastilla anticonceptiva. La primera pregunta que uno puede hacerse es: ¿es para tanto?
II
Primero algunas precisiones. La comparación del Addyi con el viagra normal es, desde luego, hiperbólica e ilusoria desde el punto inicial de que sus efectos son complemente distintos y actúan sobre factores diferentes. Para empezar el viagra (sildenafil) es un vasodilatador que mediante la regulación del flujo de sangre al pene logra conseguir erecciones y así combatir la disfunción eréctil, un efecto totalmente fisiológico.
La comparación del Addyi con el viagra normal es, desde luego, hiperbólica e ilusoria desde el punto inicial de que sus efectos son complemente distintos y actúan sobre factores diferentes.
Mientras que el compuesto activo del Addyi, la flibanserina, actúa sobre neurotransmisores como la seratonina y la dopamina que se ocupan del aumento o la baja de la búsqueda de placer, de manera similar a como funcionan los antidepresivos, y su principal objetivo es tratar el trastorno de deseo sexual hipoactivo (TDSH), una baja del deseo sexual premenopáusico. La otra gran diferencia es la forma de ingesta, mientras que el viagra se toma antes de la relación sexual, el Addyi es un tratamiento diario y que puede llevar varias semanas hasta notar sus efectos. Las mayores críticas de los especialistas ante la aprobación del Addyi por parte de la FDA es que la decisión no se basó en razones científicas sino que cedió ante la presión política y publicitaria de campañas como Even the score, que, como su nombre demuestra, busca igualar el marcador entre las mujeres y los hombres ante la posibilidad de resolver sus problemas sexuales. Aunque el tronco central del escepticismo científico se basa -a la par del debate de que se considere al TDSH como un trastorno real que debe ser tratado medicamente o mediante terapia psicológica- en que su tasa de efectividad es baja a la par de que los resultados son “modestos” y las contraindicaciones numerosas, desde fatiga, mareos y baja de presión, y sin contar que como el tratamiento es diario no se puede combinar con la ingesta de alcohol.
III
Entonces, si su efectividad es baja y sus contraindicaciones considerables: ¿por qué tanto entusiasmo y excitación por el Addyi y dentro de qué corriente y fenómenos actuales se inserta? El surgimiento de medicamentos como el Addyi y el viagra responden al cual podría considerarse el paradigma actual que regula las relaciones entre la medicina, los individuos y el mercado, es decir, aquello que los especialistas llaman medicalización.
Como su nombre demuestra, busca igualar el marcador entre las mujeres y los hombres ante la posibilidad de resolver sus problemas sexuales.
La medicalización denota la expansión del ámbito de actuación de la medicina más allá de lo justificado (medicalización de la vida cotidiana). Por otro lado, el papel desmesurado del medicamento en el acto médico. Lo común a estas situaciones es la utilización innecesaria de intervenciones médicas. Innecesarias por no haber demostrado eficacia, por tener efectividad escasa o dudosa o por no ser coste-efectivas o prioritarias. En definitiva, nuevas necesidades de la vida cotidiana, reales o no, para las cuales se le exige al sistema médico soluciones. En este punto sólo cabe preguntarse si la comercialización del Addyi, sostenida por campañas como Even the score, son instancias realmente superadoras para las mujeres o simplemente la subyugación de otro aspecto de su vida a la intervención médica. ¿Es acaso la igualdad una cuestión de empate, en una especie de metáfora deportiva de la angustia por ausencia de falo, de llenar casilleros de cosas que los hombres tienen, como el viagra, e inventarlo ex nihilo y con dudosa efectividad para las mujeres?
IV
¿Pero qué sucede con manipulación de la sexualidad mediante el conocimiento científico-técnico? En este punto la comparación con el viagra del Addyi puede ayudarnos. El filósofo esloveno Slavoj Žižek plantea, en En defensa de la intolerancia, que el viagra es “el castrador definitivo: el hombre que toma píldora tendrá un pene que funciona pero habrá perdido la dimensión fálica de la potencia simbólica –el hombre que copula gracias al viagra es un hombre con pene, pero sin falo. […] La erección o su ausencia, ¿no es una especia de señal que nos permite conocer el estado de nuestra verdadera actitud psíquica? Transformar la erección en una operación mecánica es algo parecido a perder la capacidad de sentir dolor”.
¿Pero qué sucede con manipulación de la sexualidad mediante el conocimiento científico-técnico? En este punto la comparación con el viagra del Addyi puede ayudarnos.
De esta manera, la introducción de la tecnología científico-médica en el campo de la sexualidad genera lo que él llama de-sexualización de la copulación. Y el traslado de esta situación a la novedosa Addyi no pareciera ser muy difícil quitando la cuestión fálica. Lo que buscan generar drogas como estas es la de-sexualización de la copulación para buscar una individualización del deseo, es decir, borrar al Otro del acto sexual para la generación de sujetos consumistas autosuficientes. En definitiva, y lo más preocupante, es que si el Addyi logra generar un efecto emancipador en las mujeres será, nada más y nada menos, que del Otro//////PACO