Al Obispo y el Restaurador

Lynyrd Skynyrd fue la mejor banda de la historia del rock. Surfearon la década del ’70 sin beber de las corrientes hegemónicas de mierda heredadas de las British Invations que empantanaron a las mejores bandas de su generación; la positividad happy puppet del hippismo agónico, la basura arty de los progres de la east coast o la negatividad subescolarizada del punk.

No fueron los Allman Brothers, no fueron la Jimmy Hendrix Experience, no fueron Cream. Fueron, en cambio, Lynyrd Skynyrd, una banda dura que reivindicó el estilo de vida de los rurales, sencillos y heroicos Estados Unidos de Norteamérica que luchaban contra la sinarquía y la corrupción.

Esa imagen de rednecks oscuros y esclavistas y ese blues-rock cabeza que siempre tocaron hasta el final opacaron la sensibilidad intensa de Ronnie Van Zant, líder de la banda, en su época de mayor gloria.

Pero Ronnie Van Zant era el mejor compositor del mundo en los ’70, y después de su muerte trágica, en 1977, obtuvo el reconocimiento tardío de los putos progresistas de la Ivy League que fumaban porro, escuchaban al invertido de Lou Reed y odiaban al sur.

En 1973, Lynyrd Skynyrd editó su primer disco, Pronounced Leh-Nerd Ski-Nerd. Ese disco se grabó para el orto pero tenía tres guitarras que sonaban al mismo tiempo y que sonaban fuerte.

Ese disco cerraba con Free Bird, una canción que sí o sí te pone la piel de gallina porque es sentida, dura, nostálgica y poderosa. La voz de un tipo jodido que tiene que abandonar lo que ama porque está en su espíritu y porque no se va a dejar coger por nada ni por nadie. Y la guitarra en el puente llora unas notas estiradas que te parten el corazón.

Ahora, Free Bird le ganó un pequeño pelotón de seguidores y una posición en los charts nacionales. Así que al año siguiente sacaron Second Helping, el segundo disco. Porque Lynyrd Skynyrd sacaba un disco por año. Un disco simple, de 12 a 15 canciones batalladoras, laburadas. No discos dobles, no obras conceptuales, no operas-rock. Quince temas de estrofa, estrofa, puente, estribo, puente, solo, estrofa, solo y final por año.

En Second Helping estaba Sweet Home Alabama, un tema que paradójicamente suena más argentino que el cover alfonsinista y chirle que hizo acá Javier Calamaro.

Todos saben la historia de Sweet Home Alabama. Es una respuesta a la condescendiente letra de Alabama, de Neil Young, que pintaba un sur sanguinario y esclavista y vaticinaba la revolución.

Y Mr. Young elegía como metáfora a Alabama por George Wallace, que gobernó el Estado entre 1963 y 1987 y que fue la voz a nivel nacional de los intereses segregacionistas en el período de la desegregación.

George Wallace inauguró su extenso período ejecutivo en 1962 con estas poéticas líneas, llamativas para un miembro del Partido Demócrata:

“In the name of the greatest people that have ever trod this earth, I draw the line in the dust and toss the gauntlet before the feet of tyranny and I say: segregation now, segregation tomorrow, segregation forever.”

Pero si Sweet Home Alabama fuese un himno esclavista no sería la canción hermosa que es. Porque sería muy fácil: simplemente un gesto de incorrección política en la época dorada de la hipocrecía y las conspiraciones. Por el contrario, Ronnie Van Zant fue un defensor fanático y romántico del estilo de vida sureño por lo que tiene de bucólico, de apasionado, de sensible y de primitivo, sin hacerse cargo de las mediaciones infames que lo llevarían, en una última instancia política, a componer un discurso de segregación racial. Y eso es Sweet Home Alabama, que abuchea a George Wallace (“In Birmingham they love the governor / Boo boo boo / Now, we all did what we could”) a la vez que interpela al gobierno federal (“Now, Watergate does not bother me / Does your conscience bother you? Tell the truth”)

Sweet Home Alabama era la canción favorita de Neil Young y era la canción favorita de George Wallace, algo solo explicable por su majestuosa intensidad. Y fue a lo largo de las décadas interpretado como un canto a la unidad nacional a la vez que como una expresión del orgullo de los ideales confederados, “by the grace of god”.

Ronnie Van Zant fue, a la vez, un profundo admirador de Neil Young, y de hecho lo enterraron con la remera de su tour de 1976. Aunque neutralizó todo el paco de preciosismo trascendente y hippismo festivo que el bueno y viejo Neil aspiraba regularmente por esos años con la temprana incorporación de la tradición country de Merle Haggard cuando cantaba Oakie From Muskogee.

Estas paradojas son lo que los Drive-by Truckers llaman en su Southern Rock Opera, “the duality of the southern thing”. Algo que nosotros entendemos porque somos peronistas.

Después de Second Helping, los Lynyrd Skynyrd grabaron Nuthin Fancy (1975) y Gimme Back My Bullets (1976), dos discos que no son tan buenos, son más hard-rockers pero también más genéricos y que pasaron desapercibidos, aunque cuentan canciones como Saturday Night Special y All I Can Do Is Write About It, que son clásicos del bardo sureño.

El último disco de la banda fue Street Survivors, de 1977, y es excelente. Está mejor grabado que sus antecesores, y aunque no alcanza la intensidad lírica de las grandes baladas de Ronnie, si suena fuerte y ajustado y tiene una atmósfera intoxicante de muerte, melancolía y destino.