Coetzee (1940), el nobel sudafricano, trabaja a lo largo de sus novelas la decadencia y la transición de la dominación colonial blanca en Sudáfrica, con el apartheid como símbolo máximo, hacia un régimen de convivencia incómoda donde la ampliación de derechos llevó a una incorporación de los dominados negros en la vida social, política y cultural del país. En su obra podemos ver los temores y percepciones de la establecida clase blanca hacia este nuevo orden social en el que la mayoría de sus privilegios exclusivos comienzan a repartirse. Si marcáramos una línea de tiempo, breve y arbitraria, poniendo en un extremo su novela Esperando a los Bárbaros (1980) y en el otro Desgracia (1999) podríamos ver cómo de manera más metafórica o indirecta se retrata ese pasaje. En el primer caso el bárbaro (del griego βάρβαρος, que significa “el que balbucea” y lo usaban para referirse principalmente a los pueblos que hablaban otra lengua) designa la figura de ese pueblo por fuera de la seguridad del Estado que se percibe, como bien señala el título, en constante latencia y amenaza.
En la primera fecha del mundial de rugby, los springboks perdieron en la última jugada por primera vez en su historia con el seleccionado japonés por un ajustado 34-32.
En la novela, ubicada en un reino ficticio, podemos ver la violencia de un grupo de militares que llegan a un pequeño pueblo de fronterizo para combatir esa amenaza que late en las sombras del desierto. En Desgracia la acción ya sucede en la Sudáfrica de Mandela en los tiempos de la igualdad racial. En este marco vemos como la vida de un profesor universitario se desmorona en una tarde de violencia implacable. Pero para el profesor la verdadera desgracia en la novela no es que su hija haya sido violada y embarazada por un grupo de ladrones negros en las profundidades del país, si no que ella decida tener al niño, mezclando así su linaje blanco con el de la población local, con los bárbaros. El sábado pasado, en la primera fecha del mundial de rugby, el seleccionado sudafricano, los springboks, perdieron en la última jugada por primera vez en su historia con el seleccionado japonés por un ajustado 34-32 en el que será recordada como la victoria más grande de la historia de los mundiales. Con este resultado Japón consiguió su segunda victoria en mundiales (su anterior y única victoria había sido contra Zimbabue en 1991) y consiguió que los springboks concedan su cuarta derrota en dicha competencia. Lo increíble y lo curioso es que estos resultados y estos partidos no suceden con mucha regularidad en un deporte que se destaca por la rigidez y las diferencias abismales que se dan entre los seleccionados, donde los resultados son fáciles de predecir y por lo general se cumplen. Pero lo más curioso es que esto se da a un mes de que Sudáfrica conceda otra derrota histórica y pierda otro de sus grandes invictos contra otra seleccionado, hablamos del partido que los Pumas les ganan en Durban por 37-25.
Lo increíble es que estos resultados y estos partidos no suceden con mucha regularidad en un deporte que se destaca por la rigidez y las diferencias abismales.
Uno de los privilegios culturales que tuvo durante mucho tiempo la clase blanca sudafricana fue el rugby. Como todos pudimos ver en la película Invictus de Clint Eastwood el rugby significaba un marcador social, un símbolo cultural. De hecho, Sudáfrica gana el mundial de 1995 con un solo jugador negro en su plantel e inclusive hoy su equipo no logra reflejar la diversidad cultural del país. Porque algo que diferencia de Sudáfrica de Nueva Zelanda es que este último incorporó a la población local maorí generando una potenciación del juego y un nivel nunca antes visto, mientras que los primeros, con su régimen de discriminación y separación racial, sólo lograron polarizar la población respecto a dicho deporte. Pero el rugby no funciona como un marcador de clase sólo a nivel sudafricano, a nivel global y entre los seleccionados ocurre algo similar, salvando las distancias, a nivel deportivo. Porque si hay algo que el rugby es a nivel internacional es un baluarte de los países angloparlantes. Sólo basta ver quiénes ganaron los 7 mundiales ya disputados desde 1987, todos son miembros del Commonwealth y excolonias inglesas (Nueva Zelanda 2, Sudáfrica 2, Australia 2 e Inglaterra 1).
Victorias como la de Japón anuncian que no hay equipos de relleno y que, volviendo a Coetzee, los bárbaros han llegado.
Porque si hay algo que pesa en este deporte es la tradición y por general los países que están fuera del Reino Unido o de los otros campeones son considerados simplemente relleno e invitados a los mundiales, equipos con pocas pretensiones serias que buscan alguna victoria, los bárbaros, que con sus lenguas extranjeras vienen a jugar su deporte. Por eso mismo las victorias de Japón o de Argentina toman una relevancia especial en un contexto deportivo más amplio, no son sólo golpes hacia uno de los símbolos de la clase más decadente de Sudáfrica, que aunque a gran medida continué manejando los hilos económicos del país sólo puede ver como su población disminuye, muchos emigran a Australia o Reino Unido desde 1994, a la vez que sus símbolos tiemblan, sino que toman una relevancia especial en el marco de un deporte anquilosado en la tradición y seleccionados incuestionables. Victorias como la de Japón anuncian que no hay equipos de relleno y que, volviendo a Coetzee, los bárbaros han llegado//////PACO