Según Bajtín, la cualidad especialmente destacada en las novelas es la polifonía, por la cual éstos resultan de la interacción de múltiples voces, con ciencias, puntos de vista y registros lingüísticos. Quizás ésta sea la principal característica de Rojo Amor, la primera novela de Aníbal Jarkowski (1960) recientemente reeditada por ediciones Club Cinco. Club Cinco es una editorial nueva que tiene como objetivo la reedición de obras que en su primer momento de circulación pasaron desapercibidas. Rojo Amor fue publicada por primera vez en 1993 con un contexto de producción, el menemismo, muy distinto al de hoy. Entonces lo que hay que preguntarse ante una lectura de este tipo, y bajo esta propuesta editorial, es cómo abordar la obra. ¿Con la perspectiva de su contexto original de producción o con el de la presente edición, ya que, en el fondo, una reedición es un generar un nuevo contexto de producción? Tal vez en el caso de Rojo Amor sea interesante no tomar ninguno de los dos caminos directamente. Para empezar la cita del teórico ruso no es ociosa ni arbitraria ya que, como veremos, el mundo ruso, y sobre todo su relación con el mundo argentino, atraviesa toda la obra. Pero también por la propia estructura de la novela. Si pensamos la polifonía como la posibilidad de un discurso dentro de otro discurso encontramos que dentro de la estructura tripartita de la obra se combinen no sólo las diferentes, muy diferentes, voces de los personajes, sino, también, distintas formas de narrar. Desde la primera parte, completamente dialógica, hasta la última, donde los recursos del folletín, la novela rosa y del realismo soviético toman carne.
Rojo Amor fue publicada por primera vez en 1993 con un contexto de producción, el menemismo, muy distinto al de hoy.
La primera parte se trata de un extenso diálogo que vendría a ser una suerte de entrevista para una revista de mujeres entre Dmitri Pavlovich Románov y un periodista. Durante la extensa charla, que logramos ubicar en una Buenos Aires de mediados del siglo XX, el Duque ruso expone su larga historia y encuentros amorosos con Coco Chanel. El recurso de la ficcionalización de la historia y la utilización de los años 20 en París como escenario no es nada novedoso en esta altura del partido pero el ritmo y la precisión de cada oración que maneja la escritura de Jarkowski logran sortear con ingenio un material muy visitado. La segunda parte de la novela cuenta desde la perspectiva del periodista los vaivenes de cómo se llevó a cabo la entrevista y cómo están conectadas su persona y su destino con los del Duque exiliado, para finalmente inspirarse y escribir la novela Rojo Amor. La novela Rojo Amor es justamente lo que encontramos en la parte final y nos cuenta las aventuras y desventuras de un par de revolucionarios, Volodia y Emmaia, que escapando de la aridez y los peligros de la rusa soviética en los primeros tiempos del estalinismo recaen en la Buenos Aires de principio de siglo, un lugar agreste y violento para mujeres e inmigrantes.
Pero esta historia de rusos en Argentina, príncipes venidos a menos y revolucionarios frustrados solo son la cara visible y superficial de una propuesta estética mucho más profunda.
Pero esta historia de rusos en Argentina, príncipes venidos a menos y revolucionarios frustrados solo son la cara visible y superficial de una propuesta estética mucho más profunda y doble. Lo que narra Rojo Amor, o mejor dijo dicho problematiza, a través del uso de distintas voces, es la transición de las viejas tradiciones, del siglo XIX, del arte aurático, de la supremacía de la forma, del orden natural, personificadas por el Duque Dmitri con su lema “Nada tiene sentido más allá de las formas.”, hacia la era de las revoluciones, el siglo XX, de la producción en masa, de la reproducción técnica, personificada por los bolcheviques y sobre todo por Volodia y Emmaia. Pero estas cuestiones, tan académicas, vale mencionar que Jarkowski antes que escritor es crítico literario, son solo la primera parte de la propuesta de la novela. Tal vez la más interesante, y la que nos interpela directamente como argentinos, es la que se genera en la última parte entre las figuras del torturador, que toman forma en los funcionarios de la policía, y su víctimas, que toman carne en Volodia y Emmaia. Las escenas en las que los encontramos encerrados en sucias celdas luego de haber sido golpeados y abusados toman un especial relieve si las pensamos, ahora sí, desde su contexto de aparición en los 90, luego de los indultos de Menem. Preguntas como “¿Qué patria en común puede haber entre el torturador y su víctima?” o “Cómo hablar de los muertos, pensaba Volodia, si no existen” parecen remitir directamente a los oscuros años de la última dictadura y reflexiones de Emmaia como “Crímenes, abusos, humillación para los débiles. Para los asesinos, los torturadores, indulgencias.” Parecieran ser una respuesta directa al gobierno del momento.
Otra vez el material que le toca a Jarkowski es muy visitado pero la fusión que hace y las vueltas que da (el paralelismo entre guerrilleros/bolcheviques y policía/militares/torturadores es bastante claro) generan un efecto mucho más interesante, y aunque suene paradójico, más directo para abordar estos temas tan manoseados por la literatura y el cine actual. En definitiva la propuesta de Jarkowski termina siendo de los más interesante y original, ya que al combinar lugares visitados disímiles con una escritura certera y muy cuidada logra generar un efecto mucho más duradero que los años que pasaron desde su primera edición//////PACO