Por Juan Terranova

Resistencia –así lo publicitan– es Capital Nacional de la Escultura. El título se defiende en calles y esquinas. Lo que en otras ciudades sería memorial o elogio canónico acá es porque sí. Bustos, figuras humanas y abstracciones proliferan sin voluntad de conmemoración. Las esculturas de Resistencia se limitan a celebrarse a sí mismas, sinécdoque del arte todo. El Estado, en su forma municipal o provincial, las avala. Así, el emprendimiento puede sorprender. La capital de una provincia nueva, traumatizada por sus condiciones geográficas, su clima y su historia política y social, exhibe una madurez inequívoca que articula la difícil convivencia entre creación, gobierno y administración del espacio público.

IMG569

¿Están orgullosos los chaqueños de este museo al aire libre, que no se limita a las plazas?Difícil saberlo. El proceso de desautomatización que propone el arte rápidamente es automatizado por la convivencia diaria. La pregunta, entonces, parece otra. ¿Cómo leer esta iniciativa exitosa, que estoy dispuesto a entender como exitosa? Podríamos hablar de los materiales. ¿Están representados todos los materiales escultóricos? No, no todos. Se ven los materiales nobles. Arcillas curadas, aceros, piedra. No hay polímeros, plásticos, acrílicos. O al menos yo no los veo. Por otra parte, la democracia, la rica “socialización”, nos viene marcada por una cronología, un sesgo temporal. En mis cuatro días en Resistencia solamente vi una obra que, en la vía publica, escapaba de la gama de los grises y los terracotas. ¿Se puede aducir, como excusa o condición, el tema de la intemperie que castiga? Quizás. (El clima resulta uno de los temas ineludibles cuando se visita el Chaco.) Por otra parte, en el pequeño hotel de estilo soviético en el que me hospedé había dos tallas de madera, una en el hall de entrada y otra sobre la vereda. Ambas, brillantes de barniz, proponían motivos telúricos. Aunque también podríamos preguntarnos si las obras deben durar y cuánto duran y cómo envejecen las que duran. Más allá de esto, las esculturas de la Capital de la Escultura se mimetizan con los diferentes monumentos patrios, usuales en todas las ciudades. En el Bulevar Sarmiento, por ejemplo, un busto expresionista de mirada hundida comparte espacio con la calva realista y el gesto severo del padre del aula. Ambas obras son de lo mejor que encuentro y el diálogo que entablan me atrae. ¿Cuántas guerras, conflictos, desgarramientos y utopías suceden entre una y la otra? Me acerco a la primera y leo en la placa color bronce: “Bruno Ramirez. Esta obra ha sido realizada por el escultor Fabriciano Gómez y donada por al Asociación Chaqueña de Filatelia. 14-9-1978”. 

IMG565

Cuando le comenté a Germán Hotes, un escritor local, que la curaduría me parecía discutible, me respondió que cerca del Duomo, donde se hace la ya clásica Bienal de Escultura, había obras más nuevas que se movían con el viento, algunas que incluso incorporaban el sonido. Esto seguía una lógica: en el centro de la ciudad esperaban las obras más viejas, las pioneras, y hacia las afueras, aparecían las más recientes. Pero cuando visité el Duomo, ya de noche, con la gentil compañía de Ignacio Fanti y Mercedes Sanchez Dansey, no encontré esculturas eólicas sino previsibles trabajos en madera y soga, conceptuales pero irremediablemente localistas.

IMG529

Mi desazón cambió a entusiasmo cuando visité el Museo del Hombre Chaqueño Ertivio Acosta, dependiente del Instituto de Cultura de la Provincia. Ertivio Acosta fue un esmerado estudioso del Chaco y sus costumbres, el antropólogo que nunca falta. Su museo narra la historia de los habitantes de la región a partir de herramientas, industrias y migraciones. Están las armas de la Guerra del Paraguay, arados y máquinas para cultivar la tierra y cosechar el algodón, instrumentos musicales de indígenas y criollos. Pero también puede verse una fascinante colección de monedas clandestinas, acuñadas por los mismos terratenientes; fichas de acero, restos de un feudalismo provincial, billetes de circulación interna que funcionaban como vales y que muestran una ornamentación efusiva y barroca. El dinero, incluso este “dinero”, siempre dice algo más. El museo es pequeño, apenas un salón, una planta baja compartimentada con un recorrido fácil. Eficiente, la brevedad resulta más descriptiva de la historia chaqueña que los interminables gráficos y mapas que cuelgan de las paredes. En un sector, resalta un escudo que dice “Provincia Presidente Perón”, nombre que recibió el territorio nacional cuando se lo declaró provincia en 1951.

IMG554

Más adelante, casi sobre el final del recorrido, exhibida con espejos fragmentarios que nos permiten verla de todas partes, hay una pequeña colección de San La Muertes. La acompañan otros estantes con virgencitas, un San Expedito y estatuillas del Gauchito Gil y la Difunta Correa, como parte de “los saberes y creencias populares de la región”. El Museo del Hombre Chaqueño no es naif o necesariamente esperanzador. Sin embargo, como toda institución pedagógica, resulta positivo y tiene problemas para transmitir la violencia que, por otra parte, late en lo que muestra. De toda la colección, es en estos San La Muertes donde se ablanda la enseñanza histórica y la vitalidad se abre paso. No es un efecto contradictorio. El culto a San La Muerte, “huella de porfiada devoción”, persigue esa finalidad. Y el museo no logra, en todo caso, reducir o dominar las miradas vacías, la potencia artística de esas representaciones. Fabricados a la intemperie y exhibidas en un recinto modesto pero áureo, las estatuillas, en especial el hermoso y amenazador “Señor de la paciencia” de Eloy Cuesta, pueden ser leídas como un contrapeso irónico de las muchas esculturas que se exhiben en la ciudad. Arte, artesanía, historia privada, historia publica, sí, ¿pero cómo? ¿De qué manera? Las pequeñas calaveras talladas en hueso, en piedra, en madera, con sus diminutos dientes y sus ojos vacíos, son producto del conocido cruce cultural que llamamos sincretismo, pero aparte nos desafían a enfrentar algo que está en nosotros. Breves monumentos barrocos, a su manera celebran nuestra vida.

IMG561IMG559

No me desconcierta que la existencia doméstica, la máquina de la guerra y los recursos técnicos del trabajo sean preservados en un museo mientras el arte escultórico salga a la calle. El Chaco sigue siendo frontera y tematización de esa frontera, una de las tantas formas que adopta la modernidad argentina. Sin embargo, en la verificación de esta singularidad me permito elegir. Lo hago sin ánimo de denuncia, como producto de mi introspección singular. El crítico tiene mañas de turista desprevenido, de hermeneuta alucinado, mucho más en esta capital sensual del noreste. Así las cosas digo que ninguna de las esculturas que vi en las calles me llamó con tanta precisión a la reflexión ni me conmovió tanto como estas estatuillas de colores diversos. ¿Qué reacción tendrían los vecinos si los esperara un San La Muerte de un metro de alto en una esquina chaqueña? ¿Faltan artistas que los hagan y curadores que los muestren? Termino de escribir con la promesa de volver a Resistencia y encontrar esa pieza. O al menos seguirla buscando. Un busto sin carne, ni piel, con la sonrisa desesperada de nuestro último destino inevitable.///PACO