El habitante de la ciudad de Buenos Aires no suele tomar trenes, o los toma en muchísima menor medida que aquellos que habitan en cualquiera de los tres cordones del Área Metropolitana. Hablo de una subjetividad ambulatoria y de un tipo de paisaje que en general el porteño desconoce.

Vivo en La Paternal. Está lleno de hinchas de Argentinos Juniors. De ancianos que todavía sorben mate en la vereda sentados en banquetas de patas oxidadas. Es un barrio con mucho adoquín y varias casas de ocupación irregular. Mucha murga que desprecio. Desde La Paternal, el tren San Martín, administrado por la UGOFE, es el mejor medio para ir a Palermo o a Retiro, donde trabajo.

El ante año pasado trabajaba en Malvinas Argentinas. Un municipio rebelede, la tierra del mohicano Jesús Cariglino. La población de artistas visuales tiende a cero. Tomaba otro tren, el Urquiza, administrado por Metrovías. El recorrido era Francisco Beiró – Lemos, última estación. A diferencia del San Martín, que es llevado por locomotoras diesel, el Urquiza es eléctrico. Cruza la Agronomía y Campo de Mayo, y tiene un gran afluente de reclutas de las fuerzas armadas.

Este verano frecuenté bastante al Belgrano Norte, que une Villa Rosa con Retiro. Es un tren diesel, pero a diferencia del San Martín está limpio y no tiene sobrecarga de ñoquis. Y es puntual. Y a la salida venden el mejor paty casero con huevo frito de la Villa 31 y sus alrededores. Mi estación favorita es Boulogne Sur Mer, el patio de atrás de San Isidro.

Se puede leer muy bien en los trenes. Se puede usar el kindle, a nadie, ni siquiera a los chorros, les interesa. Se puede dormir muy bien en los trenes. En mi experiencia, el mayor peligro son los chicos que tiran piedras cuando el tren pasa.

Lo que sigue es una colección de diez imágenes o situaciones que registré en los últimos tres años, subido a estas tres diferentes líneas de tren:

1) Una vendedora de medias que ofrecía su mercadería con una dislexia entre musical y siniestra. En caso de concretarse la compra, se comunicaba en lenguaje normal.

2) Un perro muerto arrojado en una zanja, parecía ovejero alemán. De su interior brotaba un simpático trío de ratas con mirada de haber salido de Siga La Vaca.

3) Una mulata bahiana, vestida con calzas a lunares, que amamantaba unos mellizos, mujer y varón, tan negros como ella. Los críos estaban prendidos de ambos senos en simultáneo.

4) Una discusión de alrededor de media hora, a los gritos, entre un hombre y una mujer sentados uno al lado del otro. La mujer lo acusaba de “molestarla” y el hombre la acusaba de no dejarlo sentar cómodo por un bolso. Cuando el tipo casi le levanta la mano después de haber aclarado que iba a laburar, otro pasajero lo levantó de la ropa y lo hizo intercambiar asientos.  No hay chofer en el tren y la seguridad es poca. A diferencia del Bondi, la cuestión es más hobbesiana.

5) Un flash de viajar en submarino que tuve cuando fumé porro en el furgón, con un fotógrafo.

6) La indignación y los comentarios de mi vagón cuando el servicio se suspendió durante casi cincuenta minutos porque a un hombre se le había ocurrido suicidarse en la estación Tropezón. El mejor fue un hombre vestido con un mameluco engrasado: “Se mató porque era un estorbo”.

7) Una enorme pileta pelopincho de lona azul armada sobre la vereda, en una villa, como continuación del patio trasero de un rancho de maderas y chapa.

8) Un ratero que arrancó un smartphone de las manos mantecosas de un hipster con auriculares enormes y bajó del tren justo cuando arrancaba.

9) Un grupo de palomas que picoteaba la montaña de bolsas de pan de pancho La Perla de un vendedor de estación mientras el tipo hojeaba la revista Pronto.

10) Para terminar, una historia de amor. A las cinco de la mañana, un chico con anteojos de sol acompañado por una mujer bastante mayor por la parte que se veía de su cuerpo. Es que la cabeza estaba tapada por una campera Adidas. A juzgar por sus movimientos de cigüeña petrolera, iba chupándole la pija. Él, no tendría más de 17 años, miraba por la ventana con aire indiferente./////PACO