AB InBev es la cervecera más grande del planeta, una de las cinco empresas que más insumos consumen del mundo y la usina más grande de destrucción de sueños en el universo.

Sus capitales son belgas y brasileros y tiene su sede principal en la ciudad de Leuven, a 25 kilómetros de Bruselas, aunque es una de las empresas más modernas, globalizadas, flexibles, inestables y livianas del planeta, así que no opera en ningún lado específico.

AB InBev nació en 2008 cuando InBev compró Anheuser-Busch, dueña de la Budweiser, por 52 mil millones de dólares. La fusión se hizo luego de una intensa y hostil negociación todavía hoy repudiada por los norteamericanos de bien y a la que se opuso el entonces senador Barack Obama.

El pelado que ven arriba de todo es Carlos Brito. Ustedes no saben nada de él, por supuesto, porque son gente simple y porque su deficiente escolarización humanística incorpora al programa la glosa larga y frívola del “joven Marx” pero no la existencia de estas personas, multimillonarios y garcas a escala del megatardohipercapitalismo global, tipos con la capacidad de movilizar recursos equivalentes a puntos gruesos del PBI de países de mierda como el nuestro.

Carlos Brito es brasilero. Nació en 1960 en una familia de clase media. Y después de graduarse en la Universidad Federal de Río de Janeiro, durante los ’80, cursó un MBA en Stanford bancado por el judío Jorge Paulo Lemann, trigésima séptima persona más rica del mundo y director e inversor controlante de Brahma.

Brito es el último carioca libre de la opresión atávica del chicloso del carnaval. Ingeniero Mecánico, de los que usan camisas cuadrillé adentro del pantalón.

Una serie de hechos:

En 1999 Brahma se fusiona con Antarctica para constutir AmBev, la cervecera más grande de Brasil.

En 2004, Carlos Brito asume como CEO de la empresa.

En 2008, cuatro años después, AmBev se llama AB InBev y es la empresa productora de cerveza más grande del mundo, con un 25% del share global, una producción de 399 millones de hectolitros anuales y un revenue total de casi el 20% del PBI de la Argentina.

Carlos Brito es un jodido cabrón hijo de puta y yo llevo una estampita con su cara en la billetera y cuando cae el sol le rezo para que me otorgue el poder de destruir a mis enemigos de Twitter.

AB InBev tiene 7 de las 10 cervezas más vendidas del planeta: Bud Light, Budweiser, Corona, Skol, Stella Artois, Brahma y Beck’s. Además, es 40% más grande que su más inmediato competidor, SABMiller, y emplea a 116 mil personas en todo el mundo.

Los que conocen a Carlos Brito dicen que es uno de los tipos más fríos y especuladores del mundo. De hecho, lo apodan “La Máquina”.

Su hobby es reducir estructuras de costos. Recortar. Es una tarea que hace con pasión, que lo distingue y que le permitió desarrollar el modelo de negocios que lo llevó a la cima del mundo cervecero.

Así fue que destruyó la cerveza Quilmes y con ella todo el complejo andamiaje de sentidos que la hacían una de las principales usinas productivas de subjetividad a gran escala de la Argentina.

En 2006 compró el 91% del paquete accionario por 1.2 mil millones de dólares pura y exclusivamente para matarla. Toqueteó la receta y reemplazó la materia prima de alta calidad que se utilizaba en su elaboración por una granja de gatos, una máquina para extraer pis de los gatos y otra para gasificarlo. Redujo también en un 33% el vidrio de las botellas y en un 19% la cantidad de papel que se usaba en las etiquetas. Esto lo hizo para introducir la Stella Artois, marca global insignia de AB InBev junto con la Budweiser y, recientemente, la Corona, en el mercado argentino. La Stella Artois es una cerveza relativamente mejor hecha, más cara y con una identidad abstracta y chirle. La Quilmes pasó de controlar más del 75% del mercado a fines de los ’90 a su actual 40%.

Los argentinos compensaron esa pérdida formidable de identidad con algunas medidas desesperadas e insuficientes. Inventamos el kirchnerismo, por ejemplo.

Pero la Quilmes se desvaneció para siempre como gran refugio unificador de la patria. Ya no nos sentimos iguales ni estuvimos más juntos. Nos refugiamos en trincheras parciales, vagas, mezquinas, conceptualmente flojas. Accedimos a las redes sociales y enfatizamos los indignos sistemas de distinción por los que circulamos, ya sin la instancia restauradora de la Quilmes.

La Máquina es una de las expresiones más perfectas de ese capitalismo avasallante que la mayoría de las veces solo existe como un fantasma en las mentes de los adolescentes tardíos. Ese rol puede desempeñarlo únicamente por haber sido criado en la periferia del mundo occidental, sin sentido de la historia ni de la tradición.

Aunque, en honor a la verdad, yo no pueda glosar correctamente su biografía, acaso porque estoy muy involucrado con ella y con su simbolismo –es un destructor de mundos y lo admiro. Pero estoy seguro que Carlos Brito será una luz en el camino de la posteridad, dispuesto a señalar el destino de la emancipación latinoamericana, aunque esta sea voraz y tienda, en el proceso hacia su realización, a arrasar algunas cosas buenas y bellas, porque la revolución no puede ser administrada con justicia y mucho menos con precisión.