For want of a nail, the shoe was lost;

For want of a shoe, the horse was lost;

For want of a horse, the rider was lost;

For want of a rider, the battle was lost;

For want of a battle, the kingdom was lost!

I.

If It Had Happened Otherwise es una colección de ensayos publicado en 1931 por Longman, Green y editado por el escritor e historiador J.C. Squire. Como el título indica, los ensayos buscan imaginar historias alternativas o contrafactuales, caminos distintos a los sucesos de la historia. ¿Qué hubiera pasado si … hubiera sido de otra forma? Los autores de los ensayos, entre los que se encuentra Churchill y Chesterton, indagan las vidas de los grandes hombres de la historia y eligen un momento de quiebre, un suceso particular al cual cambiar su resultado y explorar qué hubiera pasado. Algunos se enfocan en el desenlace de alguna batalla en particular, como el ensayo de Churchill «If Lee Had NOT Won the Battle of Gettysburg», donde explora una norteamérica dividida tras la victoria de los estados confederados en la guerra civil; otros buscan jugar con más libertad con la materia del pasado, como Harold Nicolson en «If Byron Had Become King of Greece”, donde imagina que el poeta se recupera de la enfermedad que lo mata en 1824 en Mesolongi y se convierte en estratega militar durante la Guerra de independencia de Grecia y tras la victoria frente al Imperio Otomano es elegido como el primer monarca de la nueva nación en 1830. 

Una primera objeción a este tipo de preguntas contrafactuales puede ser: ¿por qué tomarse siquiera la molestia de formularlas? ¿Por qué preocuparnos por lo que no sucedió? Nial Fergusson en su libro Virtual History simplemente diría que así es cómo aprendemos del pasado, ya que las decisiones respecto al futuro están, muchas veces, basadas en evaluar las potenciales consecuencias de distintas formas de actuar y que nada tiene de raro comparar los resultados de lo que realmente hicimos en el pasado con las posibles consecuencias de lo que pudimos haber hecho. Lo que busca Fergusson es legitimar el pensamiento contrafactual dentro la historiografía, disciplina que ha visto a las historias alternativas como meros juegos intelectuales, pura literatura. En palabras del propio filósofo idealista Michael Oakshott “imaginar cursos alternativos de la historia es pura mitología, una extravagancia de la imaginación”. 

Sin embargo, para Fergusson el libro de Squire es uno de los grandes culpables del descrédito de las historias contrafactuales para la comunidad de historiadores, ya que ve en el grupo de novelistas y periodistas que componen los ensayos a una tropa poco comprometida con el rigor histórico, más preocupada por intervenir en el presente desde de sus propias preocupaciones políticas o religiosos e imaginar caminos alternativos que pudieran haber evitado la Primera Guerra Mundial. Esfuerzo inútil si consideramos lo que pasó apenas unos años más tarde. De todas formas, el problema para Fergusson es el reduccionismo de los ensayos que reúne Squire, ve en ellos otro ejemplo de la Teoría de la Nariz de Cleopatra de Pascal, donde cambios triviales en la historia tienen grandes consecuencias. Fergusson, en su afán de darle rigor al pensamiento contrafactual, acusa a los ensayos de Squire de “divertidos” y, en todo caso, de darle la razón a Oakshott. A pesar de las diatribas de Fergusson, durante el resto del siglo XX las novelas históricas alternativas, o ucronías como se empezaron a llamar dentro de la ciencia ficción, empezaron a proliferar. En definitiva se trata de un acercamiento natural, dentro de la ficción especulativa la diferencia entre imaginar futuros posibles o pasados posibles es bastante sutil. 

II.

Pero más allá del debate particular sobre si los ensayos que reúne Squire tienen valor histórico o literario, la lectura de estas “extravagancias de la imaginación” es amena y divertida. Los autores en su mayoría hicieron el esfuerzo de componer narraciones e imaginar personajes que cuentan estas nuevas historias desde los acontecimientos alternativos. Ese es el caso de «If Napoleon Had Escaped to America» de H.A.L. Fisher. En él, Fisher, historiador inglés experto en Bonaparte, imagina qué hubiera encontrado el Emperador en América si en vez de ser exiliado a Santa Helena tras su derrota en Waterloo, hubiera logrado cruzar el Atlántico y escapar a Boston. En el texto, una vez en suelo americano el Emperador es recibido por el narrador, un estudiante de francés al cual utiliza de traductor a lo largo de su viaje, y que será aquel que registre para los lectores el paso de Napoleón Bonaparte, Emperador de los franceses, Copríncipe de Andorra, Rey de Italia y Protector de la Confederación del Rin por el Nuevo Mundo. Para Fisher no hay tiempo de reflexiones ni culpas en Napoleón, América le ofrece una nueva oportunidad de luchar contra las monarquías y recuperar su poder y lo ubica sin demora frente a una multitud con nuevos planes de gloria. El discurso que Fisher compone para Bonaparte en su presentación al público de Boston es potente e inspirador, vale replicarlo: 

“Yo soy republicano. Estoy aquí para rendir homenaje a los republicanos de los Estados Unidos, que valientemente se han librado del yugo despótico de la pérfida Albión. Esa tiranía que han roto en parte del Nuevo Mundo, yo me he esforzado por destruir en el Viejo. Los hados del destino que han sido duros conmigo, han sido indulgentes con ustedes. Yo he sufrido un revés, ustedes han obtenido una victoria. Pero no imaginen que mi rumbo se ha terminado, ni que su destino se ha cumplido. Tenemos ante nosotros grandes tareas, grandes conquistas por hacer y grandes imperios por derrocar en Canadá, en América del Sur y al otro lado del Océano Pacífico. He venido, hermanos míos, para ofrecerles mi cerebro, mi corazón y mi espada”.

Sin mucha demora, Napoleón se muda a Philadelphia y empieza a conspirar. ¿Cuáles de las colonias americanas necesitaban ser liberadas del yugo de los imperios coloniales europeos? Fisher nos presenta un Napoléon monomaníaco y obsesivo, a lo Ahab, siempre a la búsqueda de gloria, su ballena blanca. Primero fija sus ojos en Canadá, en Quebec, en control francés, y en las provincias bajo el poder de la corona británica. Fisher es inteligente con las comparaciones. Canadá se presenta como otra Rusia para Napoleón, pero sin los bellos monumentos de Moscú. El mismo Bonaparte se pregunta: “si Canadá vale la pena el esfuerzo. Moscú, el Kremlin, el camino a la India! Ahí había gloria. ¿Cuál es la gloria de conquistar un páramo helado sin monumentos ni historia, desnudo como tu luna, pero sin su belleza? No, mes amis, dejemos a los ingleses morir de hambre y temblar en el desierto”. 

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Sin dudas los pasajes donde Fisher hace hablar a Bonaparte son los que más brillan de su relato. La prosa del estudiante resulta a veces un poco sosa, trabada, pero siempre atento a rescatar las palabras del Emperador. Rápidamente Napoleón se aburre de los norteamericanos, dice que tienen todas fallas de los británicos, pero ninguna de sus ventajas, detesta el idioma y su moral puritana y empieza a fantasear con crear un pequeño reino en Louisiana, donde se hablaba francés y el clima era más cálido: “Fue un error vender Louisiana a los americanos. Pero n’importe, ellos verán en mi una de las glorias históricas de Francia. ¿Quién pensará en el miserable Jackson, cuando Napoleón aparezca a reclamar la lealtad de los franceses?” se pregunta el Emperador. 

Sin embargo, antes de abandonar Philadelphia comienza a reunirse con los mensajeros de Bolívar. Ahora la nueva obsesión del Emperador es Sudamérica. Mientras planeaba su excursión al sur del continente recibe la visita de su amante Madame Walewska y de la inglesa Lady Holland. Se cuestiona si no debería quedarse con ambas y asegura que en el Nuevo Mundo la poligamia debería ser aceptada. Incluso se anima a creer que si “hubiera reinado más tiempo, hubiera inducido al Papa de que tolere la poligamia en las Islas de Azúcar”. Junto con el dinero que trae la Baronesa Holland, Napoléon se siente confiado para ir tras Sudamérica, fascinado por los monumentos Incas. Ve en Sudamérica un continente vasto, rico en extintas y brillantes civilizaciones. Con la aprobación de los whigs, Napoleón consigue el apoyo del Parlamento británico y de la flota real para su expedición sudamericana. En este punto, Fisher no escapa a su propia naturaleza inglesa y dibuja un Napoleón dispuesto a cualquier alianza que le confiera poder. 

Antes de partir Napoleón se reúne con Jefferson y conversas de sus planes de regenerar Europa, destruidos en Waterloo, de su amistad con los whig y de su deseo de ver una Sudamérica libre por el esfuerzo conjunto de patrones de la libertad como Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos. Considerando que el texto fue escrito cerca de 1931 y buscaba imaginar un escenario alternativo que pudiera haber evitado la Primera Guerra Mundial tal vez la insinuación de que España era el único Imperio colonial en América no suene a una falsificación tan descarada. 

Para cumplir sus planes, Napoleón instala un centro político en Nueva Orleans e inunda de literatura política el sur del continente. El Emperador consideraba que las guerras del futuro se iban a ganar con propaganda y oro, con arquitectos y sabios. Sudamérica se le ofrecía como una expedición más ambiciosa que Rusia. Y tras ella va. En dieciocho meses el Emperador reúne un ejército en Venezuela, en Granada, un cuerpo de voluntarios africanos de las plantaciones del sur, diseña desde Port au Prince las campañas con las que Sucre y Bolívar derrotarán a los realistas de Morillo e instala talleres de propaganda republicana en Bogotá y Lima. Mientras tanto, reemplaza el viejo bicornio por un sombrero Panamá y se convierte en el esclavista más grande de los estados del sur. 

Una vez liberado sudamérica se instala en Perú tras un largo viaje en mula desde Caracas en una sucesión triunfal como nunca se había visto en el continente. Ya en Lima, la ciudad de Pizarro, se casa con una joven aristócrata local. Pero otra vez se sentía insatisfecho. “Este un país de vastas montañas y mentes chicas. Hay más vida en una villa en Provenza que en una provincia entera de Perú” dice Fisher que hubiera dicho Napoléon. El Emperador siente que reinar sobre indios y criollos no era una conclusión digna a la talla de su vida y carrera. Para el colmo, desde Estados Unidos, Jefferson insinuaba su decepción con el Emperador, afirmando que la Federación Sudamericana era más parecida a una tiranía militar que a una república, con las autarquías de Bolívar, Sucre y San Martín. 

Pero Napoleón le responde que la constitución que había diseñado para Estados Unidos era la peor del mundo, una fábrica de ideólogos viviendo en una utopía de sueños bucólicos. “¿Qué gran empresa podría lograr un presidente en tan solo cuatros años?” le pregunta. “En un país donde cada hombre es tan bueno como el otro, debe haber una figura suprema para agitar la flama de la admiración, y hacer girar las ruedas de la historia” insiste. “Todo en Francia, el ejército, la política extranjera, la policía, la educación, los impuestos, todo estaba bajo mis manos. Tu presidente no puede hacer ni un tratado sin la aprobación del senado” concluye. Otra vez los mejores momentos de Fisher son cuando imagina la voz de Napoléon. 

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Para Napoleón el destino americano era el de explotar sus recursos mediante minería, agricultura e industria y volverse ricos, y ese era un destino que él no quería compartir. Su mirada vuelve a posarse sobre los ingleses. Necesitaba darles otra estocada y en 1818 se embarca hacia la India desde Chile. Tal vez la India era el talón de Aquiles del Imperio Británico. “Algo me susurra a mis oídos que la batalla de Waterloo va a ser vengada en las llanuras de Bengala” pronuncia antes de zarpar y nunca más ser visto. Antes de cerrar su texto, el narrador, el joven estudiante, concluye, tal vez dando voz a Fisher, que Napoleón siempre despreció al pueblo sudamericano, que en el fondo pensaba que Sudamérica no estaba hecha para la libertad, y que sin la tutoría de instituciones robustas terminaría en el caos absoluto. 

III.

La conclusión final, explicitada en un autor inglés, no puede sorprender a nadie. Mucho menos en un género, como el de la historia alternativa, donde cualquier operación sobre el pasado deja en evidencia una postura sobre el presente y, por qué no, sobre el futuro. El libro de Squire explora, como ya hemos mencionado, distintos “what if” de lo que se suele llamar “puntos de divergencia”. Pero volviendo a Sudamérica, tal vez más puntualmente a Argentina, ¿cuáles serían los puntos de divergencia de nuestra historia que podrían haber cambiado radicalmente nuestro presente y futuro? ¿Qué nos dicen sobre el presente esas preguntas? Algunos de estos “qué hubiera pasado si…” son parte de la cultura popular, o de las preguntas que todos se hacen, a veces desde distintos puntos ideológicos. Un lugar común es el pensar qué hubiera pasado si las invasiones inglesas hubieran triunfado. Aunque por lo general esa pregunta, en determinadas personas, suena más a un anhelo que a una especulación. Otra pregunta común es ¿qué hubiera pasado si hubiéramos ganado la Guerra de Malvinas? Estas preguntas ya ni siquiera son literarias, sino que se acercan al enfoque histórico que Fergusson busca legitimar. En un contexto de pandemia y pobreza generalizada es sencillo imaginar otras preguntas que disparen otros escenarios, mucha de ellas ya se formulan en las mentes de varios: ¿qué hubiera pasado si Macri no ganaba las elecciones del 2015? ¿Qué hubiera pasado si volvía a ganar en 2019 y gobernaba durante la pandemia? ¿Cómo hubiera sido el gobierno de Alberto Fernández sin la pandemia de covid? Ya esas preguntas insinúan mucho, pero sus respuestas son auténticas tomas de posición. 

Para las primeras dos preguntas ya existen novelas: En Buenos Aires City (1968), Marcos Victoria, imagina una exitosa Segunda Invasión Inglesa y proyecta una Argentina a la altura de las fantasías de cierta clase media aspiracional y cipaya: un estado a la altura de Canadá o Australia. Para el crítico Luis Pestarini “Victoria, amigo de Borges, transmite a través de Buenos Aires City, de un modo muy crudo, la visión de la sociedad liberal burguesa antiperonista de los años cincuenta y sesentas, sin intención paródica o crítica”. Victoria, de esta forma, se acerca a Fisher al utilizar su narración para poner en ficción sus propios prejuicios y proyectos políticos. Aunque al menos Fisher tenía el pudor de pertenecer a un imperio. Para la pregunta de Malvinas podemos consultar ¡Argentinos, a vencer! de Juan Simeran, en la cual tras ganar la Guerra, la dictadura militar no encuentra freno para su maldad y se instala de manera indeterminada dando por resultado a una argentina aislada, atrasada tecnológicamente, en crisis económica continúa y bajo un clima opresivo y represivo como en el peor momento de la dictadura militar que se inició en 1976. Otra vez la mirada liberal, como en Victoria y Fisher, se impone para poner en duda los resultados de algunas de las grandes gestas nacionales y más heroicas de nuestro país. Para mis preguntas adicionales todavía no hay nada escrito, pero los millones de pobres heredados y los miles de muertos por la pandemia brindan la oportunidad para una imaginación más nacional y soberana////PACO

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