Neil Harbisson es un artista contemporáneo, fotógrafo y activista. Nació en Londres, vivió casi toda su vida en Barcelona. Estudió composición musical en el Dartington College of Arts y fotografía ditigal en el New York Institute of Photography. También es Licenciado en Composición y Piano. No ganó ningún premio de prestigio mundial, pero sí algunos importantes: el Nacional de Innovación de Submerge, Bristol (2004), el europeo Content Tools and Interface Design (Europrix, 2004) y la Beca Phonos, Barcelona (2009).

Neil es un tipo de treinta años. Alto, desgarbado, de movimientos simples, con un aire a David Guetta. Es vegetariano, cree en la serendipia. En 2001 se subió a un árbol centenario en España para que no lo talaran. Durante todo Febrero de 2013 expondrá en la galería Art Génération de París, dedicado al arte contemporáneo, una versión revisitada de su clásica muestra Sinfonía de colores.

Fui hace unos días. Su obra es llamativa pero lo que más me interesaba era ver de cerca los cables de Neil. Le salen de la parte baja de la cabeza, por detrás de las orejas. El más visible da una larga vuelta sobre el cráneo y termina en un pequeño gadget con una lente en su frente.

Los cables son el Eyeborg, un aparato cibernético que diseñó en 2003 junto a Adam Montadon y que lleva instalado desde entonces.

Neil sufre de una enfermedad visual llamada acromatopsia que produce la imposibilidad de identificar los colores. Es como ver en blanco y negro, aunque no del todo. Lo que hace el Eyeborg es reconocer hacia dónde está mirando la pupila de Neil y traducir las frecuencias de colores en el campo visual a vibraciones que se transmiten hacia su columna vertebral y se propagan por su cráneo hasta el oído interno.

“Al principio tuve que memorizar los nombres que la gente común le da a cada color. O sea, tuve que construir, mentalmente, una tabla de equivalencia entre el nombre que ustedes le dan a cada nota musical que yo siento en mi cabeza cuando veo determinados colores. Después de un tiempo, esta percepción se volvió una intuición.”

En 2004 el gobierno británico prohibió a Neil renovar su pasaporte porque no podía salir en la foto con gadgets electrónicos o cables saliendo de su cabeza, según la normativa vigente. En ese momento el artista plástico comenzó una campaña que, con ayuda de sus médicos y su universidad, concluyó con el reconocimiento del Eyeborg como parte de su cuerpo. Así, Neil Harbisson se convirtió en el primer ciborg legalmente reconocido del mundo. “Comencé a sentirme como un ciborg en el momento en que empecé a soñar con los colores, es decir, a escuchar la música electrónica que éstos generan en mi cabeza. No es la unión entre el Eyeborg y mi cabeza lo que me convierte en ciborg, sino la unión entre el software y mi cerebro.”

Sus cuadros, los que estaban expuestos en la galería, son una serie de formas geométricas que se incluyen unas a otras, en diferentes colores y tonalidades. Neil ha construido su obra a partir de la equivalencia entre sonido y color. Así ha pintado canciones pop y discursos famosos. La obra de Harbisson es conceptualmente interesante, aunque estéticamente monótona.

«Baby», de Justin Bieber

Una de las cosas que más disfruta Neil es ir al supermercado, que para él es el equivalente a un club nocturno. Una bella y sensible metáfora.

Hace dos años, Neil Harbisson creo la Cyborg Foundation, una ONG destinada a investigar, crear y promover proyectos vinculados a la extensión cibernética de la sensibilidad humana. “La misión de la Fundación Cyborg es ayudar a todos los humanos a convertirse en ciborgs”, dice Neil.

La fundación no discrimina entre inhabilitados u habilitados. No hace faltar tener una deficiencia visual o sonora para acceder a los tratamientos que ofrece. La idea no es arreglar las sensaciones truncas de los discapacitados porque “todos somos discapacitados si nos comparamos con otras especies. Un perro, por ejemplo, puede escuchar y oler muchísimo más que todos nosotros.”

Hace unos meses se presentó a la Oficina de Patentes y Marcas de los Estados Unidos el diseño de un dispositivo de transmisión de sonido a través de la estructura ósea. El producto, que tiene la forma de unos anteojos comunes, sigue la lógica cibernética del gadget desarrollado por Neil. Se llama Google Glass y estaría disponible públicamente en 2014. Además de reducir la incidencia que la música fuerte tiene sobre nuestros tímpanos, la transmisión de sonido por via ósea permitiría desarrollar sistemas de comunicación a distancia sin necesidad de celulares  o en medioambientes hostiles (como bajo el agua). Las gafas Google Glass, además, traerían incorporado sobre el vidrio tecnología de realidad aumentada, que permitiría percibir información relevante del entorno en el que estamos, además de acceder a nuestras redes sociales.

“Creo que la vida sería mucho más excitante si dejásemos de crear aplicaciones para nuestros celulares y comenzásemos a crear aplicaciones para nuestro cuerpo”, dice Neil. Su mirada se pierde hacia el siniestro y oscuro futuro del hombre.