El encierro y la cuarentena son el caldo de cultivo para la proliferación de un virus tal vez más contagioso que el del covid-19: las teorías conspirativas. Si bien se tratan de relatos tan viejos como las sospechas sobre nuestra llegada a la luna, con el tedio del encierro, la conexión umbilical a internet y la percepción generalizada de un paraíso perdido han encontrado una novedosa prosperidad. Primas hermanas de las fake news, el coronavirus parece funcionar como el vector en torno al cual las teorías conspirativas pueden articularse y formar un frente amplio paranoico. Las manifestaciones en el Obelisco y los susodichos videos virales de oradores entre la esquizofrenia y el mesianismo (Voté a Alberto, no  Soros) atestiguan la seducción viral que ejercen sobre aquellos que creemos estar del lado correcto de la cordura y el pensamiento crítico. Terraplanismo, antivacunas, 5G, Bill Gates, anticuarentena todo se mezcla en difusas consignas. 

La palabra teoría es un préstamo (s. XVI) del griego theoría ‘contemplación’, ‘meditación’, y posteriormente ‘especulación abstracta’, derivado de theorein ‘contemplar’. Theorein era frecuentemente utilizado en el contexto de observar una escena teatral, lo que quizá pueda explicar la relación de “teoría” con algo provisional o no completamente real. ¿Los que adhieren a las teorías conspirativas son los que observan las tras bambalinas del teatro que los poderosos imponen sobre la realidad? ¿Aquellos que lograron ver lo realmente real? De ser así, ya no hablaríamos de teorías, sino de verdades. ¿Cómo sería el mundo si todas las teorías conspirativas que reúne a unos cuantos trasnochados en el Obelisco fueran ciertas? ¿Cómo sería un mundo con la tierra plana, con vacunas que producen autismo, antenas de 5G que propagan virus y Bill Gates implatando chips en los cerebros de todos? Imaginémoslo. 

Un hombre entra a un bar en Ushuaia o en Tierra del Fuego. Lleva la barba larga y un gorro de lana. Al cerrar la puerta se cuela un poco de nieve. En la barra se pide una cerveza. El dueño del bar, tras la barra, le pregunta si pertenece al barco que volvió del borde del mundo. El hombre le dice que sí y bebe un trago. En la tele muda se pueden ver imágenes de lo que parecían soldados o manifestantes, todos vestidos de negro, muchos de ellos con los brazaletes blancos que los identificaban como autistas, rompiendo los vidrios de un shopping para comprar la nueva XBOX. En Estados Unidos es Black Friday. 

‘¿Podés creerlo?’ le dice el cantinero con el rostro lleno de manchas de sarampión mientras limpia un vaso. ‘La primera generación de consumidores alineados por microchips finalmente recibieron su primera orden sincronizada desde los cuarteles de Microsoft’. El marinero ve la tele un segundo y se concentra en su cerveza. Finalmente los planes de Bill Gates se habían cumplido. La proliferación del coronavirus por medio de ondas 5G había desembocado en la vacunación masiva. Muy lejos habían quedado sus años de juventud de destruir antenas de 5G en la Patagonia. Agarrar un palo y reventarlas hasta que quedaran por el suelo, o rocearlas de gasolina y que ardan durante horas. Al menos la Argentina era uno de los pocos países libres de vacunas y celulares. 

‘Contame. ¿Cómo es?’ lo interrumpe el cantinero. ‘¿Cómo es qué?’ le responde el marinero levantando la mirada. ‘El borde del mundo, claro. ¿Cómo es?’. El marinero recién había vuelto de una expedición de un meses al borde del mundo para destruir cien mil dosis de vacunas contra el covid que la Asociación de Países Anti Vacuna había logrado incautar. La operación era sencilla, atravesar cientos de kilómetros de nieve por la Antártida y tirarlas por el borde al vacío del espacio. Era la cuarta vez que hacía el viaje. 

‘Es frío’ empezó el marino luego de vaciar su vaso de un solo trago. ‘Si te parás en el bordo, con la punta de los pies justo donde termina el mundo hace mucho frío. La atmósfera es tan fina que a unos centímetros está el vacío del espacio. Te llama a tirarte. Varios lo han hecho. Podés ver tantas estrellas que parece que el blanco de la nieve se confunde con su brillo. Cada vez que corre una ráfaga de viento una cascada de nieve cae al vacío, parece como si la tierra le entregara un par de estrellas más al espacio. De a poco se van dispersando. Y a tu lado las vacunas caen y caen. Las tiramos de a una, porque no queremos irnos’. 

Otra vez, los mundos conspirativos se presentan como mundos distópicos. Otra vez la alternativa suena a otro mundo en el cual no vale la pena vivir. Un punto para la lucha de los paranoicos. En su mente luchan por un mundo mejor. Pero hay un pliegue en su fantasía que los vuelve estériles. En un mundo donde las plataformas de datos van perfeccionando su capacidad de taxonomizar nuestros comportamientos, donde para subirte al tren te van a controlar la temperatura, donde Google sabe quién respetó y quién no la cuarentena, donde la guerra se hace por drones, donde los departamentos son cada vez más chicos y más caros para un homo domus cada vez más aislado, donde todos tenemos que usar máscara para salir a la calle, donde tenemos sexo por internet, donde solo se sabe escribir en primer persona, donde los runners corren en sus balcones, ¿quién puede escuchar a aquellos que buscan agregarle a nuestra distopía diaria otra más profunda, más abajo, subterránea?////PACO

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