¿Cómo interpretar el permanente buen humor de Mark Watney mientras sobrevive a solas en Marte y con una perspectiva de años de terrorífica permanencia por delante, comiendo las papas que cultiva con lo que cae debajo de su propio inodoro espacial? Desviarse en cuestiones como la falta de una correcta oxigenación o en un surménage sería caer en las muchas trampas cientificistas sobre la que en apariencia trata la película. ¿De qué se ríe Mark Watney entonces? Para empezar a acercarse a una respuesta, hay que ubicar a The Martian (Scott, 2015) en sus verdaderas coordenadas. ¿Y de qué se tratan las survival films? Para esto conviene pensar no en lo que las películas de supervivencia dicen y muestran, sino exactamente en lo que silencian y ocultan. Como en el recurrente chiste de Slavoj Žižek sobre aquel cuadro Lenin en Varsovia, en el que aparece la esposa de Lenin acostándose con un joven cuadro del Komsomol ‒lo cual motiva la pregunta elemental del observador, “¿dónde está Lenin?”, y la respuesta simple del guía del museo, “en Varsovia”‒, las películas de supervivencia no se tratan sobre qué posibilidades de sostener una vida digna y viable puede alcanzar alguien repentinamente despojado de todas las estructuras sociales, científicas y culturales de la civilización humana, sino sobre cómo se reconstruyen las vidas y las estructuras libidinales durante un repentino y devastador estado de soledad absoluta.

Matt Damon portrays an astronaut who faces seemingly insurmountable odds as he tries to find a way to subsist on a hostile planet.

¿De qué se tratan las survival films? Para esto conviene pensar no en lo que las películas de supervivencia dicen y muestran, sino exactamente en lo que silencian y ocultan.

¿Cómo se subliman las pulsiones sexuales cuando no hay más un objeto de deseo? O, en términos más simples, ¿en qué se transforma un hombre cuando las circunstancias lo hunden en una existencia sin mujeres? (Mark Watney no tiene al principio ni siquiera una conexión mínima con la Tierra, por no hablar de alguna red social donde reunir piadosos “Me Gusta” mientras la NASA especula con su muerte y China especula con negociar con los Estados Unidos una alianza de relaciones públicas que ayude a humanizarla ante sus nuevos mercados). Es por lo tanto la ciencia, la fastuosa fe positiva de The Martian en la ciencia y en su capacidad de resolver cualquier conflicto más allá de la metafísica y el deseo ‒algo que Stephen Hawking sintetizó bien al decir que “la filosofía ha muerto” porque ahora son los científicos “quienes llevan la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda por conocimiento”‒, lo que viene a funcionar en el mismo lugar que la esposa de Lenin y su amante en el cuadro.

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¿En qué se transforma un hombre cuando las circunstancias lo hunden en una existencia sin mujeres?

El esquema es simple y se repite en todo el género. Como si fuera una novela acuática de Philip Roth, All is lost (J. C. Chandor, 2013), por ejemplo, es una excelente película sobre lo que significa la impotencia para hombres de la edad de Robert Redford ‒79 años‒, demasiado viejos y cansados para sumarse al brazo salvador del Viagra. El simbolismo del conteiner rojo por fuera y negro por dentro que hunde su barco al principio es claro, igual que la lógica de todos sus impulsos siempre medidos y la abismal sabiduría con la que Robert sabe cuándo resignarse y darse por vencido (¿a quién le escribe esa última carta que no se resigna a tirar al mar?, por supuesto, al resto de los hombres que vendrán después de él). En el mismo sentido, si Cast Away (Zemeckis, 2000), en cambio, se sostiene a través de la fijación erótica de Chuck Noland con Felly Frears ‒un Eros que se traslada durante las peores angustias a la amistad homoerótica con la pelota Wilson, el objeto acompañante del amante a la espera‒, películas como The Edge (Tamahori, 1997) o Beyond the reach (Léonetti, 2014) circundan en cambio el conflicto concreto de un Eros en disputa; en un caso hay una misma mujer hermosa al alcance de un hombre viejo y un hombre joven, y en el otro lo que se disputa es la virilidad misma entre un hombre joven y un hombre viejo. Y, aún así, ninguno de esos personajes está tan solo, tan ominosamente desarraigado del sexo, como Mark Watney. ¿Por qué no extraña realmente a nadie? ¿Qué pasa con sus impulsos libidinales? ¿Hay alguna mujer en la Tierra a la que pueda desear?

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All is lost es una excelente película sobre lo que significa la impotencia para hombres demasiado viejos y cansados para sumarse al brazo salvador del Viagra.

En The Martian, por lo tanto, la convicción iluminista y casi patológica en la ciencia es lo que se muestra, pero no es de lo que se trata la película. Por otro lado, tal vez sea útil mencionar también que una vieja leyenda hace creer que la ciencia empezó con el rechazo de la superstición. En realidad fue el rechazo del racionalismo lo que dio lugar a la investigación científica. Los pensadores antiguos y medievales creían que podía comprenderse el mundo aplicando los primeros principios. La ciencia moderna empieza cuando primero vienen la observación y la experimentación, y los resultados se aceptan aunque aquello que muestran parezca imposible. Por paradójico que resulte, el empirismo científico ‒confiar en la experiencia real y no en principios supuestamente racionales‒ con mucha frecuencia ha ido acompañado del interés por la magia. Mark Watney quema el crucifico del mexicano que la NASA puso en el espacio con él ‒una NASA particularmente abierta a todas las posibilidades libidinales, llena de chicas sexys que trabajan mirando pantallas, latinos, pelirrojas y muchos negros altamente educados‒, pero John Gray lo sintetizó mejor al escribir que “no existe una ciencia prístina que no haya sufrido los caprichos de la fe”.

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The Martian propone la versión especular y devastadora de Gravity, la de un hombre capaz de prescindir del deseo por las mujeres.

Como sea, Mark Watney se aferra ‒y este sí es un verbo espectral‒ a la ciencia no porque la ciencia vaya a traerlo de vuelta a casa ‒eso lo van a hacer sus compañeros, entre los que, por otro lado, Beth Johanssen y Chris Beck ya están copulando con gravedad cero para tener ese hijo que nace al final, y sus compañeros lo van a rescatar durante un inesperado golpe irracional de voluntarismo y sacrificio humanitario que nada tiene que ver con la ciencia‒, sino que se aferra porque es lo único que lo separa de las garras de Thánatos en un mundo sin Eros. Reírse es por lo tanto el único goce de Mark Watney en Marte. Reírse y mostrarse al ojo mudo de las cámaras documentales del Hábitat. En este punto, The Martian sí dialoga con una época en la que el goce físico se prepara para ingresar a través de la ciencia en un territorio más allá del contacto de los cuerpos (en Argentina es un asunto que circula entre periodistas un poco más curiosos, pero en Japón, por ejemplo, los robots sexuales ya existen, y la devastación libidinal que proponen a cambio de su accesibilidad es todavía más tangible que en la franja nocturna de Twitter).

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¿Cómo se subliman las pulsiones sexuales cuando no hay más objetos de deseo?

Si Gravity (Cuarón, 2013), por último, en un espacio sideral abierto a las nuevas conquistas proletarias del feminismo ‒en el siglo XXI las chicas también pueden trabajar como astronautas‒ actualizaba con astucia el mito terrible de la vagina dentada ‒Ryan Stone, de hecho, no duda en dejar que Matt Kowalski corte su lazo con ella con tal de salvarse, para entregarlo sin mayor piedad al vacío eterno del Universo‒, y si lo único que quedaba de la masculinidad en ese mundo espacial de Gravity era apenas un espectro simpático de lo fálico que invitaba a tomar vodka ruso y disfrutar, apenas durante un breve delirio melancólico, del recuerdo fugaz de lo que había significado en el pasado para una mujer la compañía masculina, ahora con su fe ciega y optimista en la ciencia ‒que, como dijo Heidegger a sus alumnos de Friburgo en 1951, “no piensa, ni puede pensar, y esto para su bien, es decir, para la seguridad de su propia marcha prefijada”‒ The Martian propone una versión especular y devastadora, la versión peligrosamente definitiva de la sexualidad contemporánea, la de un hombre asexuado capaz de prescindir de las mujeres y comer feliz su propia mierda///////PACO