El cementerio de internet nunca cierra sus puertas y la tierra sobre su nueva tumba sigue fresca. En este caso recibió a su nuevo huésped cuando la eutanasia programada de Google+ se llevó a cabo el pasado 2 de abril. El polémico clon de Facebook que Google lanzó por 2011 fue finalmente desmantelado y eliminado de la web luego de años de recorte de funciones y moribunda supervivencia artificial. La sentencia de muerte fue firmada por el propio Google en Octubre cuando tuvo que salir a admitir (otro) escándalo de filtración de datos: la exposición de los perfiles de más de 500.000 usuarios a los desarrolladores de aplicaciones debido a un error en la programación de la interfaz.

Entre 2015 y 2018 un glitch en la API permitió a los desarrolladores externos tener acceso a la información no pública de los perfiles, incluyendo nombre completo, dirección de email, fecha de nacimiento, género, fotos de perfil, lugar de residencia, ocupación y estado de relación. En una economía de plataformas de extracción de datos, desde Netflix hasta Glovo, cualquier filtración que exponga esos datos de manera gratuita no es una falla de seguridad, A pesar de la escala, el paralelismo con el escándalo de Cambridge Analytics y Facebook es notorio, sin embargo, Facebook logró maniobrar la tormenta con solo algunas melladuras (otra vez), mientras que para Google+ significó su fin.

Aunque la comparación es inevitable, también es incompleta. El escándalo de filtración de datos es el último clavo en el ataúd de Google+, ataúd que, por cierto, empezó a tomar forma casi desde su lanzamiento en 2011. Nacida como la reacción paranoica de Google ante el surgimiento (y ascenso) de Facebook y otra redes sociales, fue pensada como la solución al miedo del perfeccionamiento de las burbujas de filtros, es decir: ¿qué pasaría si los usuarios dejaran de buscar en internet y se contentaran exclusivamente con preguntar a sus amigos por buenos sitios y recomendaciones de productos? Hoy la pregunta parece infundada, claro, pero para el CEO de aquel entonces, Larry Page, se transformó en una amenaza existencial.

Los problemas comenzaron, como siempre, desde la elección del rival: Facebook. Con casi todas las funcionalidades clonadas del gigante de Zuckerberg, la seducción de usuarios, a pesar de una escalada inicial, fue escasa. Hoy las métricas son engañosas, se habla de más de 1000 millones usuarios, pero la generación de una cuenta de Google+ es un proceso automático en la creación de cualquier cuenta del buscador o para cualquiera que desee tener un celular Android. Se calcula que el nivel de usuarios activos es menor al 10% de esa cifra y que el tiempo que gastan en la plataforma decrece año tras año, a la par de que el contenido generado en ella carece de total relevancia. Es así como Google+ no pudo posicionarse como una plataforma rentable y seductora para influencers o marcas, que buscan posicionar sus productos en el nebuloso tráfico de datos.

Con la intrincada red de integraciones con el resto de los productos del gigante buscador, el desmantelamiento de Google+ va a ser un proceso largo y costoso. Desde el 4 de febrero pasado se clausuró la posibilidad de crear nuevas cuentas o comunidades, y partir del 2 de abril dio comienzo el proceso de eliminación de todos los perfiles y sus archivos, el cual, según puede leerse en la página de soporte de Google, puede demorar unos cuantos meses. En un ecosistema digital donde los algoritmos que calculan nuestros gustos, o “armas de destrucción matemática” como los llama la científica Cathy O’Neil, parecen ir bloqueando nuestras posibilidades de decisión: ¿es la caída de Google+ una pequeña grieta de autonomía por parte de los usuarios, con la capacidad de darle la espalda al gigante buscador? ¿O se trata, más bien, de otra victoria de Mark Zuckerberg que suma a Google+ a su larga lista de vencidos. como MySpace, Snapchat o Fotolog?

Uno de los picos de competitividad entre redes tocó tierra cuando en agosto de 2016 Facebook, por medio de su filial luminosa Instagram, copió la función stories de Snapchat y la importó a todas sus redes. Este gesto, similar al que Google+ ensayó en 2011, tuvo consecuencias inmediatas: Snapchat tuvo que reducir personal dedicado a la funcionalidad y redireccionar recursos para nuevos desarrollos como filtros y un mapita para controlar a tus amigos. Hoy en día, con métricas más precisas para medir el impacto de los videos y fotos que desaparecen antes de ver dos veces el sol, Instagram cuadruplica en usuarios activos a Snapchat.  En respuesta a las críticas por el plagio de la nueva funcionalidad el CEO de Instagram de aquel entonces, Kevin Systrom, declaró en un gesto borgeano: “Desde el día 1 Instagram fue una combinación de Hipstamatic, Twitter y algunas cosas de Facebook como el botón de Me Gusta. Uno puede rastrear las raíces de cada función que cada uno tiene en sus apps en algún lugar de la historia de la tecnología”.  

¿Podríamos llegar a pensar el triunfo de Facebook, en última instancia, como una victoria estética? ¿Como el triunfo de Mark Zuckerberg de acudir a la gran tradición tecnológica de Occidente y reformularla en nuevas y originales formas, captando el pulso y el gusto de millones de usuarios por todo el mundo? ¿O más bien como un inescrupuloso y aceitado proceso de apropiación y plagio, siempre amparado por la complejidad de la propiedad intelectual en lo que a programación se refiere, que le facilita, desde su inmenso imperio social arrinconar a competidores emergentes?

Si son nuestros datos los que pagan el servicio que plataformas como Facebook nos ofrecen, y con Facebook hablamos también de Instagram y Whatsapp, tal vez cuando nuevos competidores emergen, como Google+, ya no queda mucho más que dar, estamos demasiado pobres de datos, demasiado exprimidos. Tal vez es hora de pensar que la minería de datos que las plataformas realizan sobre sus usuarios puede encontrar un límite. Pensar que los usuarios no son fuentes inagotables. En ese escenario, la caída de Google+ no es un acto de libertad del usuario, sino, más bien, la comprobación de que estamos demasiado atrapados en la red que Zuckerberg tejió para nosotros. ///PACO