En los últimos meses, el almirantazgo tecnológico de Apple (cuyo valor total en el mercado es de 750 mil millones de dólares) y Google (702 mil millones) estuvo girando alrededor de una situación delicada. ¿Qué futuro espera a las computadoras y a los smartphones, el núcleo duro de soportes en el que estas empresas invierten cada día la mayor parte de su capital comercial y creativo, ante la rápida expansión del smartwatch? Para empresas como Apple y Google, la pregunta acerca del “soporte maestro” de la tecnología cotidiana puede ser el principio del rediseño de muchos de los hábitos y de las costumbres culturales más simples. ¿Qué chico en edad escolar, por ejemplo, le pide hoy a sus padres un reloj antes que un teléfono? (¿Y qué persona de menos de veinte años necesita que le aclaren la diferencia entre un “teléfono” y un “teléfono celular”, si en su mundo no existen otros teléfonos que los celulares?). Pariente contemporáneo del clásico reloj pulsera, por su lado el smartwatch es exactamente lo que sugiere su nombre: el rediseño de las aptitudes actuales de los teléfonos celulares pero en formato reloj, y no solo con las ventajas de un tamaño más conveniente ‒aunque la conveniencia es una cuestión aparte; hubo celulares más diminutos que los actuales en el pasado y no prosperaron‒ sino también con el rasgo sintomático de una tecnología capaz de “usarse en el cuerpo”, en la línea de las “wearable computers”.

¿Qué chico en edad escolar le pide hoy a sus padres un reloj antes que un teléfono? (¿Y qué persona de menos de veinte necesita que le aclaren la diferencia entre un “teléfono” y un “teléfono celular”, si en su mundo no existen otros teléfonos que los celulares?)

En sintonía con el reemplazo gradual que las laptops sufren a la sombra del desarrollo de las tablets, el “reloj inteligente” combina algunos rasgos tradicionales de practicidad y elegancia del siglo XX con la intermitente posibilidad de expandirse a hacia un mercado de lujo ‒como el Apple Watch de oro que este año ya lucieron clientes clave de Apple como la cantante Beyoncé y el diseñador de moda Karl Lagerfeld‒ pero, sobre todo lo demás, el smartwatch podría convertirse en el dispositivo capaz de poner en una nueva órbita a todos los otros dispositivos inventados hasta el momento. Ante ese escenario, la industria tecnológica plantea algunas preguntas interesantes. ¿Qué tipo de tecnología va a transformarse primero en mera auxiliar de otra? ¿Hacia qué plataformas podrían migrar contenidos como los que ofrece, por ejemplo, YouTube, que antes se veían en monitores y, nada más que por ahora, también en teléfonos?

Detrás de los golpes de la pelea entre Floyd Mayweather y Manny Pacquiao, también los formatos audiovisuales más populares del momento, el pay-per-view (PPV) y streaming online (incluida la aplicación Periscope, que convierte a cualquier teléfono en una cámara en vivo), tuvieron su lucha por la supremacía en la transmisión masiva de eventos deportivos. Aunque las dos principales empresas difusoras de la pelea (ShowTime y HBO) se unieron para demandar a los servidores que ofrecían transmisiones online ilegales, no fueron pocos quienes, ante las tarifas oficiales ‒leoninas, cuando se contrastan con la calidad deportiva de fiascos como la última “pelea del siglo”‒ optaron por probar su suerte en la web, a pesar de la calidad defectuosa de las señales y la inestabilidad técnica. Lo que parece una simple cuestión de mercado, sin embargo, puede ir más allá: ¿cómo van a repercutir cambios de esta clase en el consumo de la información?

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En el mercado de los videojuegos, uno de los objetivos más ambiciosos a mediano plazo es reemplazar los joysticks por mecanismos de control mental.

Desde que Apple patentó en marzo su propio smartwatch, Samsung, LG, Sony y Casio se sumaron a la redefinición de un producto con precios de entre los 200 y 300 dólares, y en el que prioridades como el control de voz, la convergencia y la conectividad representan el nuevo parámetro de una tecnología cuya aspiración, hasta no hace mucho, eran los cronómetros, alguna calculadora y los metros de sumergibilidad como decoración anecdótica de la medición del tiempo. Pero entre las expectativas de los clientes y las preocupaciones de los diseñadores ‒con problemas tan concretos como cuál es el número y el modo aceptable de recibir notificaciones de redes sociales en un teléfono que está constantemente pegado al cuerpo‒, ¿qué dice en sí mismo el tiempo y el destino de los soportes sobre la “experiencia tecnológica”? En el mercado de los videojuegos uno de los objetivos más ambiciosos a mediano plazo es reemplazar los joysticks e incluso los nuevos sensores de movimiento al estilo Kinect por mecanismos de control mental.

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Durante la Convención de NeuroJuegos que se celebró en San Francisco en mayo de este año, empresas como Qneuro mostraron el desarrollo de juegos simples ‒con funciones todavía pedagógicas‒ basados en la lectura de datos electroencefalográficos (ECC) a través de dispositivos capaces de traducir la información cerebral a comandos elementales. Poblada de investigadores de las más variadas disciplinas neurológicas, y también de activistas ya alertas al uso ético de la información cerebral humana a disposición del mercado ‒como el Centro para Tecnología Cerebral Responsable (CeReB, por sus siglas en inglés)‒, la convención reúne por el momento a más médicos y científicos que gamers, y se focaliza en aplicaciones de la neurociencia sobre problemas de desarrollo cognitivo, memoria y concentración. “Las piezas todavía no están unidas pero existe la esperanza de que lo hagan pronto”, escribió durante su visita a la Convención de NeuroJuegos el editor Nathan Ingraham de la revista The Verge. “La máquina de escribir vela la esencia del escribir y de la escritura. Sustrae del hombre el rango esencial de la mano, sin que él experimente debidamente esta sustracción”, escribía hace poco más de 70 años Martin Heidegger sobre las consecuencias de una “atrofia de la mano” que, ante una tecnología que se interponía a la acción directa del pensar a través del cuerpo, conducía ‒como sintetiza el divulgador de filosofía Byung-Chul Han‒ “al olvido del ser” y a la “atrofia del pensamiento”. No son las únicas, pero sí son algunas de las coordenadas más interesantes para pensar qué tipo de horizonte se prepara para plantear una tecnología cada vez más fusionada al cuerpo/////PACO