En la década del 70 comenzó a utilizarse el término burnout para describir el cansancio y el agotamiento físico de los trabajadores. En aquella época, estar cansado era un síntoma de debilidad no confesable, estrechamente asociado a la vergüenza. El burnout, causado por las condiciones laborales más que por el estado mental y psíquico, era considerado un pariente cercano de la depresión. Nada de lo que jactarse. Pero el análisis sobre el fenómeno del cansancio ha ido cambiando a lo largo de las décadas hasta llegar a convertirse, casi, en un símbolo de estatus. Decir que uno se encuentra agotado denota una cierta importancia y éxito en el tablero de ajedrez de la vida laboral y social. El agotamiento tiene una estrecha relación con la ocupación, la productividad, el sacrificio, «valores positivos innegables de la vida moderna». Sin embargo, el agotamiento no deja de ser un término vago. Las celebridades los utilizan para justificar sus escapadas furtivas a rehabilitación o como un eufemismo para las depresiones y las adicciones. Podemos justificar nuestro mal humor o una mala respuesta gracias a los efectos del agotamiento, y puede estar asociado al hecho de haber pasado una mala noche, o incluso haber tenido un «colapso nervioso». Bajo el manto del agotamiento, todos los deslices son bienvenidos.

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Hay un rubro curioso que se ubica debajo de esta idea de cansancio para definirse a sí mismo: la maternidad.

Pero hay un rubro especialmente curioso que se ubica debajo de esta idea de cansancio para definirse a sí mismo: la maternidad. Al parecer, una mujer no es lo suficientemente buena madre si no se define a sí misma como una persona cansada, agotada, abnegada, padeciente. Al relacionar el agotamiento con el sacrificio, indefectiblemente una buena madre debe estar exhausta como requisito para mostrar credenciales aceptables. Resulta curioso el marketing de la buena conducta que suscita la relación entre madres e hijos. No sucede ni remotamente lo mismo dentro de un matrimonio, entre hermanos o en las relaciones de amistad; ni siquiera entre los padres y sus hijos. Una de las últimas tapas de la revista Gente muestra a una embarazada Emilia Attias, vestida como una granjera en un establo, mostrando su abdomen y sus pechos crecidos. Ella afirma: “Voy a parir como toda hembra: sin anestesia”. La frase, en principio, permite comprender el decorado salvaje de la producción fotográfica, y resulta un ejemplo aleccionador de cómo las madres del siglo XXI deben definirse desde el sacrificio. La demostración del esfuerzo -aunque tras bambalinas cuenten con un ejército de niñeras y un discurso moral un poco más endeble-, es suficiente símbolo de estatus para posicionarse como lo que el mundo exige de ellas: madres sufrientes.

Scarlett Johansson spends Valentine's Day with husband Romain Da

La demostración del esfuerzo es suficiente símbolo de estatus para posicionarse como lo que el mundo exige: madres sufrientes.

Podemos imaginar lo que sucedería en el mundo de las redes sociales si se  publicaran recetas para ser, por ejemplo, una esposa modelo. Un ejército de mujeres indignadas, esposas de alguien o no, harían oír su voz indignada argumentando que el matrimonio es una relación humana no sujeta a un listado de recetas, porque no existe la perfección ni “el hacer las cosas bien”. Sin embargo, ¿ocurre lo mismo en relación a la maternidad? Las recetas y las bajadas de línea están a la orden del día, tanto en las redes sociales como en los medios. No solo las famosas vomitan sus “deber ser” incluso antes de haber sido madres, sino que el propio entorno de cualquier joven primeriza puede llegar a convertirse en el peor verdugo. También está el gesto de la naturalidad: parir como hembra implica sufrir, y sufrir está bien. Es un acento más en el listado de acciones de la mujer verdadera.

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Por más esfuerzo que una madre haga para alcanzar la perfección, nunca será suficiente.

La demonización de la cesárea y de la mamadera es la punta del iceberg de un aluvión de mensajes que hacen creer a muchísimas inexpertas primerizas que está mal tener a sus hijos en hospitales y clínicas, e incluso vacunarlos. Este afán por replicar la forma de criar de las leonas en la selva, o de las ballenas en el océano, se agota en estas acciones. Nadie pone pañales de hojas silvestres a sus retoños, ni caza y pesca la comida que les ponen en la mesa. Por más que ciertos especialistas como Laura Gutman -millonarios gracias al business de la culpa- insistan en el discurso del mamífero y la cría, y en el apego como forma unívoca de vinculación, ¿no es la maternidad otra cosa? ¿Por qué el relato del nacimiento y de la forma de alimentar al hijo de cada uno se ha convertido en una cuestión de importancia mediática? Las famosas rinden cuentas y los medios de exigen lo mismo de las simples mortales. El doble filo de esos mensajes, siempre a favor de todo lo bueno y en contra de todo lo malo, es que la idea sacrificada de la maternidad concluye en las formas más arcaicas de la culpa cristiana. Por más esfuerzo que una madre haga para alcanzar la perfección, nunca será suficiente//////PACO