Entrevista


Gonzalo Garcés: «La hombría se volvió clandestina»


Gonzalo Garcés es autor de las novelas Diciembre (1997), Los impacientes (2000), El futuro (2003) y El miedo (2012). En Hacerse hombre (Marea, 2014), analiza a través del ensayo los significados clásicos y contemporáneos de una question de mode que, como asunto en la arena pública, recorrió primero la agenda académica extranjera, más tarde un sector de la sociedad civil y finalmente un lugar privilegiado entre las políticas de Estado: el género, sus circunferencias y sus circunstancias.

¿Hay una diferencia entre masculinidad y hombría?

Sí, en términos históricos y culturales hay diferencia entre masculinidad y hombría, es más, hay hasta cierto punto oposición entre esos dos términos, en la medida en que la hombría se concibe como producto de la cultura, es decir como superación trascendente de la condición biológica. ¿Superación hacia dónde? Para resumir: hacia el futuro. El niño obra movido por lo inmediato, el hombre en función del interés de la tribu. Interés que por necesidad se sitúa más allá del tiempo de vida del individuo. Por eso, desde la Ética Nicomaquea hasta los Pensamientos de Marco Aurelio, la hombría, a fin de cuentas, se confunde con la razón de Estado. ¿Cuál es el estado de la hombría en Argentina? Igual que en otras partes, se volvió clandestina. La ética de la hombría está basada en el sacrificio de las necesidades inmediatas en nombre de la conquista de la autonomía y del proyecto a largo plazo. La ejercen los narcos, que están construyendo en Argentina un sistema económico pensado para durar cien años. La ejercen los caudillos provinciales. La ejerce sin duda Cristina Kirchner, pero en forma secreta, mientras que su discurso público es todo lo contrario. Es decir que la hombría sigue siendo el modus operandi que pèrmite construir poder; pero no puede formar parte del discurso público. Un político que articula su discurso en torno a la razón de Estado queda automáticamente eliminado del juego; el último que lo intentó fue López Murphy, y así le fue.

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Considerando las menciones en tu libro a M. Houellebecq, pero también el éxito reciente de autores como Karl Ove Knausgård o textos clásicos como la Carta al padre de Kafka, ¿cuál dirías que es el estado actual de la masculinidad/hombría en términos de poder, género y representación en la literatura contemporánea?

Me pregunto qué diría Freud de nuestra época. Freud consideraba los desórdenes sociales de la belle-époque como un “malestar en la cultura”. Eran las pulsiones violentas, asociales, que brotaban por las grietas de un orden social victoriano demasiado represivo. ¿Pero qué está reprimido en las sociedades liberales actuales? El sexo, seguro que no. Lo que está reprimido es el discurso masculino. Y lo reprmido aflora en el desorden social, en el humor, en la ficción. Houellebecq es un caso. La obra de Houellebecq produce un efecto de sinceramiento

La ética de la hombría está basada en el sacrificio de las necesidades inmediatas en nombre de la conquista de la autonomía y del proyecto a largo plazo. La ejercen los narcos, que están construyendo en Argentina un sistema económico pensado para durar cien años.

Al mismo tiempo, si uno mira de cerca los libros de Houellebecq, hay una gran ambigüedad. Sus protagonistas son hombres quebrados, dependientes de las mujeres, disgustados con la condición masculina. Incluso, al final de Las partículas elementales, Michel decide que la raza humana genéticamente mejorada estará compuesta sólo por mujeres. Pero el interés de Houellebecq por los engranajes del mundo de los negocios, por las ciencias duras, por las condiciones materiales de la existencia, son radicalmente masculinos. Su útimo libro, El mapa y el territorio, es la historia de un ambicioso y de su gradual abrirse paso hasta el éxito. Tema balzaciano y, de nuevo, masculino por excelencia. En este “malestar en la cultura” podrían inscribirse también series como Breaking Bad, True Detective, House of Cards o Los Soprano; y por qué no, otras como Orange is the new black, Orphan Black o The Killing, que tienen protagonistas mujeres y están escritas por mujeres, pero tratan temas como la construcción de poder, la mortalidad o la busca de conocimiento desde una perspectiva culturalmente “masculina”.

¿En qué se convierte la discusión pública sobre lo masculino y lo femenino cuando el Estado establece una relación paternalista (creando entidades, promoviendo cargos políticos, distribuyendo subsidios en medios especializados afines, etcétera) ante y entre los actores del reclamo?

Creo que eso forma parte de un fenómeno más amplio. En el último medio siglo el Estado se apropió gradualmente del discurso de las víctimas. Hasta cierto punto, esto es el desarrollo lógico de la democracia liberal. Las monarquías se apoyaban en métodos de control social basados en la conciencia de la propia imperfección y el respeto a la autoridad paterna. La revolución de la democracia liberal consiste en que el control social se desplaza hacia el interior: el ciudadano internaliza las prohibiciones y tiene así la ilusión de la “libertad”. También el amor al padre, consecuentemente, se desplaza hacia el interior y se convierte en narcisismo. Si la democracia se impuso, fue porque ganó la batalla darwiniana por el predominio social; porque en efecto es más barata, más flexible, más performante que la monarquía o la dictadura. Pero la democracia también padece rendimientos decrecientes.

En el último medio siglo el Estado se apropió gradualmente del discurso de las víctimas. Hasta cierto punto, esto es el desarrollo lógico de la democracia liberal.

Hay que reforzar sin cesar la autopercepción del ciudadano como ser intrínsecamente amable. Y el único modo de ser absolutamente amable, absolutamente bueno, absolutamente inocente, es ser una víctima. A propósito de esto, Juan Terranova me acerca estas palabras de Daniele Giglioli: “La víctima detenta la verdad por definición. No debe desconfiar de sí misma. No tienen necesidad de examinarse ni de interpretar nada. No la tocan los escrúpulos con los cuales un siglo y más de hermenéutica de la sospecha examinaron la inquietante relación entre verdad y poder”. Bueno: si cualquier ciudadano de a pie intuye los beneficios de asumir el discurso de las víctimas, ¿cómo no iban a hacerlo los políticos? Hoy todo gobernante exitoso habla como si fuera la oposición. Mejor: como si fuera un oprimido. Es en este marco donde entiendo la asunción por parte del Estado de las “políticas de género”. Las mujeres son —muy a pesar de muchas mujeres, quizá de la mayoría, que no tiene ningún deseo de verse a sí misma de ese modo— portadoras bona fides de la condición de víctima. Que lo sean o no, es tema para otra discusión. Lo cierto es que esa condición presunta las vuelve políticamente aprovechables. Digámoslo así: no merece estar en el negocio de la apropiación de discursos quien no sepa explotar la enorme carga simbólica de la palabra mujer. Por eso el Estado, que busca apropiarse la figura de la víctima para instrumentalizar sus propiedades de inocencia, de portadora de la verdad, de exención de escrúpulos, de exención de responsabilidad y del deber de rendir cuentas, se hace “feminista”. Excluyo de esto las leyes que promueven la equidad de los salarios para hombres y mujeres, que son de corte republicano clásico y, por supuesto, inobjetables. En cambio, un buen ejemplo de la victimización del discurso del Estado es la promulgación en Argentina de la llamada ley de femicidio, y en especial la introducción, en el ámbito jurídico, de un concepto tan grotesco como el “odio de género”.

Tapa Hacete

En uno de sus ensayos, Slavoj Žižek escribe que uno de los puntos más interesantes de la batalla “contra el patriarcado” es que, lejos de afianzar la posibilidad de nuevos despliegues y realizaciones personales, la autoridad debilitada de “lo patriarcal” provoca nuevas neurosis y nuevas angustias (“las consecuencias inesperadas de la desintegración de las estructuras tradicionales que regulan la vida libidinal”), ¿cómo considerás que esta lucha por el poder afecta la relación actual entre los hombres y las mujeres en lo privado?

El ejemplo más extremo es la llamada violencia de género. Ahí, según todos los estudios, tenemos por lo general a varones que han sido desposeídos de su vieja legitimidad patriarcal sin recibir ningún otro papel a cambio. Hombres sin trabajo, sin autoridad, menospreciados, inseguros, que a falta de otro recurso estallan en actos violentos. Por supuesto que un acto de violencia, en especial contra una persona físicamente vulnerable, como una mujer o un niño, tiene que castigarse. La ética patriarcal, de hecho, los castiga. De ahí la antigua expresión un hombre de verdad no le pega a una mujer. Hace poco, Barack Obama la usó para condenar la violencia contra las mujeres, y agregó que, como padre de dos niñas, lo sabía mejor que nadie.

El ejemplo más extremo es la llamada violencia de género. Ahí, según todos los estudios, tenemos por lo general a varones que han sido desposeídos de su vieja legitimidad patriarcal sin recibir ningún otro papel a cambio.

La periodista Amanda Hess comentó con sarcasmo que el presidente, al parecer, necesita haber hecho personalmente y con su propio esperma a dos mujeres para saber que pegarle a una mujer está mal. Es patente que para esta periodista la misma palabra esperma es moralmente condenable. En la misma nota condena a organizaciones de hombres pro abortistas o activistas contra la violación porque contienen —como en el caso de Men for Choice o Men Can Stop Rape— la palabra hombre. Es decir que para el feminismo actual es inadmisible que un hombre extraiga alguna clase de orgullo del hecho de favorecer a las mujeres; es indispensable que lo haga con vergüenza, con remordimiento, derrotado. ¿Un ejemplo menos extremo? Ciertas distorsiones en las relaciones sexuales. Un hombre hace llegar a la mujer al orgasmo; ella, feminista, le reprocha con tono sarcástico que se sienta poderoso por haberla hecho gozar.  ¿Por qué no habría de sentirse poderoso por causar placer? Pero esto nos llevaría a una discusión todavía más larga, que es la identificación de todo sentimiento de poder con el mal. Como si no existiera el poder de hacer el bien; como si el bien sólo pudiera identificarse con la pasividad, la abstención, la impotencia o la condición de víctima.

Considerando la legislación estatal a favor de la “diversidad de géneros”, sus logros concretados y su agenda de logros por conquistar (el aborto legal, por ejemplo), ¿en qué medida dirías que ciertas zonas de debate entremezclan términos como “patriarcado” y “paternidad”, y cuáles son a tu criterio los efectos sociales de ese tipo de equiparaciones discursivas?

Me remito a mi respuesta anterior: una vez que el Estado asume el discurso feminista, se vuelve inadmisible que el varón extraiga cualquier forma de contento o dignidad de actos típicamente masculinos. Es decir que es lícito elogiar a un hombre por llorar, dado que llorar está asociado con la feminidad, aunque esa asociación sea estúpida puesto que muchas mujeres no lloran jamás y los hombres siempre lo han hecho (De los sos ojos tan fuertemientre lorando / tornaba la cabeça i estávalos catando. Cantar de Mio Cid). En cambio, se ha vuelto indecente que un hombre goce o se enorgullezca de ser padre. La paternidad es, en el mejor de los casos, un pecado menor al que se mira con indulgencia, y en el peor una condición de usual suspect. No para las mujeres en general, que, al menos en mi experiencia, suelen respetar y agradecer la existencia de los padres, pero sí para el discurso progre.

Respecto a esa oposición entre la representación de los géneros, en «El futuro del varón» mencionás el poema Sí… como síntesis de una masculinidad arquetípica; pero hay otro poema de Kipling, La hembra de la especie, con los versos: “The female of the species must be / deadlier than the male”. Con esto en mente, ¿cómo definirías, en términos de sentido, circulación, logros o taras los principales problemas del feminismo “mediático” de la igualdad ante el feminismo “menos mediático” de la diferencia?

No estoy de acuerdo en que el feminismo de la diferencia sea menos mediático. El feminismo de la diferencia, en teoría, enarbola la bandera de la igualdad, pero en la práctica afirma la feminidad como valor superior. Un buen ejemplo es el ángulo que suelen usar las feministas para criticar a mujeres de Estado como Teodora de Bizancio, Catalina la Grande, María Teresa de Austria, Golda Meir, Margaret Thatcher o Angela Merkel.

¿Cómo sería gobernar “a la manera de las mujeres”? Nótese en ese reclamo la utopía de un ejercicio del poder exento de responsabilidad, de coerción, de manipulación, de cálculo…

“Gobiernan a la manera de los hombres”, dicen. Pero lo que esas mujeres hicieron fue gobernar del único modo posible: en términos de la razón de Estado. Gobernaron, mal o bien —en algunos casos muy bien— para toda la nación, y según las circunstancias fueron inclusivas, reaccionarias, consensuales, crearon sistemas de protección social o hicieron la guerra. ¿Cómo sería gobernar “a la manera de las mujeres”? Nótese en ese reclamo la utopía de un ejercicio del poder exento de responsabilidad, de coerción, de manipulación, de cálculo, de negociación, de violencia, de persuasión, en otras palabras exento de poder. Y nótese también cómo, además de intelectualmente inconsistente, resulta insultante para las mujeres, a las que obliga, una vez más, a representar la moral de la víctima.

Desde el uso ignorante -pero no inocente- del término “femicidio”, “misoginia” o “violencia de género” en los medios, hasta el encumbramiento moral de todo aquel que se presente como víctima (bloqueando toda posibilidad de discusión), ¿cuáles son hoy los principales obstáculos para un debate adulto, serio y consecuente respecto al género en Buenos Aires, más allá de lo que mencionás como “el narcisismo de las pequeñas diferencias”?

El principal obstáculo es la incapacidad del argentino medio para vivir sin el aplauso fácil.

¿Qué entendés por feminismo? ¿Qué entendés por machismo? ¿Era lo mismo que entendías antes de escribir este libro?

El feminismo fue una revindicación natural y moralmente consistente: dadas las posibilidades abiertas por la revolución industrial, el sistema patriarcal no tenía ya razón de ser. Hoy es un arma y un oportunismo y una coartada. ¿El machismo? Es la nostalgia de un orden social obsoleto. Por eso no soy machista. El mundo es lo que es. Los países patriarcales están condenados al atraso, porque no pueden competir con las sociedades que tienen incorporadas a las mujeres a la fuerza de trabajo. La igualdad de derechos de hombres y mujeres es un hecho, y donde no lo es, debe llegar a serlo. Con el tiempo llegaremos también a la igualdad de responsabilidades////PACO