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Desde su título, El resto sintético (Ediciones Bucarest) nos propone la aventura de lo que sobra, lo que, condensado, ya está al margen. Escrita en una afilada tercera persona que despliega una fina y traslúcida ironía, la acción transcurre en Miramar, elegida por el millonario Larry Ewing para construir un polo tecnológico de última generación. Acompañan a Larry, Gregorio y Avalon, especies de alter-egos, en transe de ello y superyó, más dos personajes -Di Marco y Ramirez- sacados de un sainete o una comedia de Olmedo y Porcel, ligeramente pervertida. Desde luego, todo empieza a salir mal sin salir mal del todo, mientras Rosé despliega una gran capacidad escenográfica y una trama donde la promesa de abundancia comienza a encontrarse con los límites de los paisajes telúricos argentinos. Envueltos en la llanura, el mar y la paranoia, El resto sintético nos propone una serie de desafíos que van desde la última pretensión tecnocrática a la mera supervivencia frente a la erosión material y mental.

– ¿Por qué la novela se llama El resto sintético?

– El “resto” es lo que no puede ser asimilado y persiste. Me interesaba chocar esa figura con la idea de tecnología. En lugar de tapar el vacío al modo de una prótesis, lo sintético aparece en la novela como una búsqueda para habitarlo.

– ¿Qué tiene que tener una novela para que llame tu atención?

– Para llamarme la atención: sexo, violencia y sentido del humor. Si además me ayuda a pensar, mejor.

Hay algo de Bouvard y Pécuchet cruzado con ciencia ficción en El resto sintético, cuyos ejes centrales parecen menos dados a la ciencia que a su hermana onerosa, la tecnología. De hecho, sus protagonistas son antes técnicos, empresarios, empleados o profesionales que científicos. Por lo tanto, ya no estaríamos frente a una obra de ciencia-ficción. Más allá de la tradición, deberíamos hablar de tecno-ficción. Si la ciencia no tiene conciencia, la tecnología fija su objetivo en nuestro deseo, nuestra sexualidad y nuestro placer, por lo tanto, la llegada del psiquiatra Carlos Veh a la historia uniéndose al equipo que lucha, pese a ellos mismos, contra la entropía, resulta un acierto. El género incorpora así a un personaje que el siglo XX había mantenido bastante al margen de sus novelas, al menos, en la Argentina. Gracias a esto, por momentos, El resto sintético parece una capítulo de Futurama escrito por Fogwill. 

– ¿Creés que las drogas sintéticas pueden llegar a ser reemplazadas en algún momento por drogas digitales?

– La interfaz entre nuestro psiquismo y la infoesfera digital sólo va a profundizarse. En ese sentido, creo que las drogas digitales van a ser el camino más sofisticado y singularizado para intervenir directamente sobre el funcionamiento de nuestras mentes. Algo de eso lo podemos intuir en la forma en que nos relacionamos hoy con internet. Por ejemplo, y aunque haya una diferencia importante o pueda parecer una boludez a primera vista, la popularidad del ASMR anticipa algo de esto. La gente se conecta a Youtube y reproduce una serie de sonidos que se supone que modifican el patrón de las ondas cerebrales y generan efectos sobre su estado de ánimo o sobre la inducción del sueño. Por otro lado, los psicofármacos no dejan de ser una tecnología muy rudimentaria, con una eficacia limitada y efectos adversos considerables. No hay que olvidar que desde hace más de treinta años que la industria farmacéutica no produce ningún tipo de innovación significativa en el campo de las drogas psicotrópicas, lo cual deja un espacio abierto para que florezcan otros tipos de negocios.

– Sos lector y crítico de cómics, ¿qué tiene que tener una historieta para que te resulte interesante? ¿Cuáles te gustan y por qué?

– Lo que más me gusta de la historieta, además de ser una lectura sumamente placentera, es el registro de la hipérbole. Me resulta muy liberador leer una historia en donde prácticamente todo está puesto de la manera más exagerada posible al servicio del disfrute inmediato del lector. Sin embargo, algunas historietas hacen un trabajo muy refinado dentro de este mismo registro del exceso. El ejemplo paradigmático es el de Alan Moore, pero también hay otros autores, como Gran Morrison, que siguen esa misma línea. 

– ¿Qué estás escribiendo ahora?

– Estoy empezando a escribir una segunda novela. Recién arranco, pero se me figura como una variación sobre algunos de los mismos temas de “el resto sintético.” Esta vez, el énfasis va a estar más puesto en los personajes y menos en la especulación científica.

Esta primera novela de Rosé propone una descripción que no denuncia sino que exhibe con ironía los bordes y las intersecciones de la tecnología, el lujo, el snobismo y el consumo. Una novela ágil, precisa, con la extensión y la capacidad de conmoción justa, que parece mostrarle al lector entendido hacia donde va el arte de la novela en el siglo XXI////PACO

Conseguí «El Resto Sintético» de Luciano Rosé acá.