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En tres noches la eternidad


La eternidad, lo infinito, son cuestiones que han preocupado a los hombres desde siempre. Lo infinito, asociado con un eje espacial, se piensa desde el inabarcable universo. La eternidad, tal vez como el eje temporal de la cuestión, es asociada con la inmortalidad, con la continuidad indefinida de la vida. La prolongación sin fin en el espacio y en el tiempo parece reservado exclusivamente para Dios, los hombres se tienen que conformar con la búsqueda obsesiva de la inmortalidad. Esta preocupación por trascender la vida terrenal  ha animado casi todos los proyectos religiosos que se conocen en el mundo y también –si es que vale diferenciarlos- algunas de las obras literarias más interesantes.
En este debate eterno trata de inscribirse En tres noches la eternidad (Vestales, Colección Nigromántica, 2015), séptima novela del marplatense Sebastián Chilano. En la novela, a través de sus tres partes en principio aisladas, recorremos en reversa casi dos mil  años en el tiempo y miles de kilómetros en el espacio, desde una Mar del Plata fantasmal pasando por la Sicilia del renacimiento hasta llegar a los albores del cristianismo en el oriente. Las partes parecen anudadas por una misma idea: la inmortalidad; y por una misma voz, que a pesar de los cientos de años y los distintos personajes que encarne siempre parece ser la misma (¿un narrador inmortal?).

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La prolongación sin fin en el espacio y en el tiempo parece reservado para Dios, los hombres se tienen que conformar con la búsqueda obsesiva de la inmortalidad.

La novela en sus tres partes, que a la vez son las tres noches que dan título a la obra, dialoga y se inserta en una tradición de textos que abordaron el tema. En un corte arbitrario y recortando el material al pasaje de los milenios podemos encontrar, tal vez, dos corrientes diferenciadas, aunque ambas relacionadas con géneros narrativos que empujan siempre los límites de la realidad como lo son la ciencia ficción y el fantástico. Entonces si pensamos en la eternidad, el tiempo y la inmortalidad y desde una novela argentina, es imposible no pensar en Borges, que con cuentos como -obviamente- El inmortal trabaja la vertiente más fantástica de la inmortalidad en la literatura al permitir conseguir la vida eterna bebiendo de las aguas de un río más allá del fin del mundo. Después, si pensamos en el eje espacial, el de lo infinito, El Aleph es una de las pocas obras -si no la única- que pone a disposición de los hombres el otro privilegio de Dios, la ubicuidad. Pero hay otra corriente que se ocupa de la inmortalidad pero desde un perfil completamente distinto que basa la búsqueda de la vida eterna en postulados científicos o técnicos buscando llevar al límite las propuestas de las ciencias que buscan prolongar la vida. En esta corriente es inevitable pensar en La invención de Morel de Bioy Casares en su eternidad materialista y en loop por medio de la repetición constante y para siempre de la misma semana a través de una especie de super fotografías que captan todas las sensaciones.  Una inmortalidad que no depende la prolongación de la vida indefinidamente sino de la repetición sin fin de una imagen bajo la premisa de que si se reúnen todas las sensaciones que componen a una persona emerge, a la vez, el individuo y su esencia. Ya en este siglo Michel Houellebecq explora en La posibilidad de una Isla -sí, otra isla- una inmortalidad cifrada en el código genético y la posibilidad de la vida eterna por medio de la sucesión de distintos ¿clones? que comparten la absoluta identidad física. En esta segunda corriente la idea es otra vez la repetición y no la prolongación.

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Chilano construye tres noches en las que el devenir de los hombres y la persecución de la inmortalidad desde la resurrección de Lázaro se ramifica por todo el mundo.

En tres noches la eternidad se inserta con soltura en la primera tradición de corte borgeana. En la novela la premisa es simple y original: María y Marta escuchan las palabras que Jesús pronuncia para devolver la vida a su hermano Lázaro y esas mismas palabras serían capaces de dar la vida eterna a aquel que pueda comprender el lenguaje divino. A partir de esa idea Chilano construye tres noches en las que el devenir de los hombres y la persecución de la inmortalidad desde la resurrección de Lázaro se ramifica por todo el mundo y por todos los siglos. En la primera noche los representantes de una secta buscan, en una Mar del Plata fantasmal y cinematográfica, al último hombre, el famoso editor Lodewijk Elzevir, que tuvo acceso al lenguaje divino y que ‘debió morir hace cuatro siglos y que se olvidó de hacerlo’. En la segunda noche, cuatro siglos antes, un pintor excéntrico y megalómano -no revelaremos qué verdadero pintor del barroco italiano se trata- huyendo de su pasado busca la inmortalidad por medio de sus obras y por la obsesiva persecución de Elzevir. Por último, en la última noche -y la mejor-, un hombre rescata en los albores del cristianismo al mismo Lázaro y a sus hermanas de naufragar en una tormenta y las palabras divinas les son ofrecidas. Tal vez el punto débil sea la utilización de personajes reales y su ficcionalización, mecanismo usado hasta el hartazgo y que comienza, sinceramente, a aburrir. Por otro lado la dislocación de la obra en tres partes, aunque ejecutado con precisión, a veces resiente la unidad de la lectura. A pesar de todo esto la novela construye con una premisa sencilla pero original un relato sólido que logra combinar con soltura personajes reales, ficticios, siglos, épocas, dogmas, fe, el infinito y la eternidad///////PACO