Si lo que el documental FYRE exponía era el límite exterior de lo que la cultura de los influencers podía generar, es decir, la más llana de las estafas, el documental The American Meme, de la plataforma de extracción de datos Netflix, indaga en la estafa interna sobre la que elaboran sus vidas esos mismos influencers. El film, dirigido por Bert Marcus, explora el camino hacia la fama de algunos de los influencers más rentables de la escena virtual norteamericana: Paris Hilton (@parishilton), Josh Ostrovsky (@TheFatJewish), Brittany Furlan (@brittanyfurlan) y Kirill Bichutsky (@slutwhisperer). A la par de estas figuras que las cámaras de Marcus siguen en su intimidad cuenta con los testimonios, a modo de palabra autorizada, de Emily Ratajkowski, Dane Cook, Hailey Baldwin y el chabón que le dió un beso a Britney Spears en el video de Toxic.
A partir de su estreno en el prestigioso festival de Tribeca, aquel creado por Robert De Niro después del 9/11, el beneplácito de la crítica, siempre tan predispuesta a cualquier estreno que muestre el llamado “lado oscuro” de la fama, fue automático. Según esta lectura el film ha sido catalogado como un viaje a la soledad de la fama, un recorrido hacia lo profundo del alma de estas criaturas de las redes sociales, como un caleidoscopio que logra capturar el espíritu fragmentado de estos sujetos, pero a la vez como una especie de lupa que nos acerca a ellos para descubrir lo que realmente son: seres humanos ordinarios.

Esta lectura es literal e inevitable ya que es la única lectura posible que Marcus espera que hagamos: “Me paso afuera viajando 250 días al año y a veces me siento muy sola. Me han pasado muchas cosas en la vida y no confío en la gente. Me han cagado muchas veces. Con mis fans eso no me pasa. Con ellos puedo ser yo y siento que no me juzgan” dice Paris Hilton en la apertura de film. No mucho después conocemos los episodios de depresión de Brittany Furlan, la estrella de la fallida Vine, o los episodios de congoja que atribulan a Kirill, un influencer cuyo trabajo es tirarle champagne en las tetas a mujeres alrededor de los Estados Unidos: “Cuando estoy fuera, todo el mundo me quiere, pero luego temo llegar a la habitación del hotel de la siguiente ciudad. No he construido nada, es como estar fuera del mundo. Por eso no puedo irme sobrio a la cama, tengo que estar exhausto para poder dormir” declara luego de un leve episodio de anagnórisis.
Esa lectura se vuelve incómoda, indulgente. El problema es ver el documental en Buenos Aires, pero también en cualquier ciudad del territorio argentino. El desconocimiento de quién es Fat Jewish o Kirill los vuelve un poco más atractivos, a la vez que irritantes. Todo empieza como una joda, pero termina con millones de dólares depositados por las marcas que buscan posicionar sus productos frente a sus millones de seguidores en instagram. Hailey Baldwin declara haber cobrado hasta 150 mil dólares por un post, pero afirma haber escuchado, como un rumor, de influencers que han llegado a facturar hasta 1 millón de dólares por una sola foto. En Buenos Aires, donde el lujo es tabú, se multiplican los indigentes y hay cepo para comprar leche. Fat Jewish propone una noticia falsa junto a Paris Hilton: ropa para bebés DJ. Posicionan frente a la cámara algunos conjuntitos con frases graciosos en un Instagram Live. El público explota y se muestra tentado a comprar. Fat Jewish le dice a la cámara: “no quedará otra que empezar a producirlos y ganar dinero”.
Entonces el problema es el crítico, o los críticos. Un crítico en Nueva York ve un alma atribulada por el peso de la fama y la soledad, de los vínculos efímeros y de la falsa fantasía de que los seguidores son tus amigos. Un crítico en Buenos Aires, una ciudad donde se le pone candado a los tachos de basura, ve a un montón de empresarios millonarios que calculan cada movimiento frente a la cámara de su celular como un gesto monetizable, cuantificable en dólares por segundo, calculado por todo un equipo de gente trabajando para la producción de contenidos específicamente targeteado. El crítico en Buenos Aires se pregunta ¿qué nos hace creer que frente a las cámaras de Netflix eso iba a cambiar? ///PACO