Política


¿El debate más aburrido de la democracia?


La fantasía de decidir el voto en un solo espectáculo de dos horas visualizado cómodamente un domingo a la noche no está nada mal si uno se quiere sentir un ciudadano responsable a bajo precio mental. La idea de un todos contra todos, ordenado armoniosamente por la sabiduría televisiva –nadie mejor para saber lo que quieren los wachos y las wachas que los grandes operadores de cable-, con la posibilidad de que algo pase, algo inesperado que nos divierta una semana más, que nos saque del tedio de leer siempre lo mismo en portales y diarios y radios y noticieros, es al menos interesante. También suma a la lógica de las redes sociales. ¿Qué sería de un domingo a la noche en tuiter sin esta clase de espectáculos? El debate garpa por todos lados aún cuando hay ausentes. Porque da para imaginar al ausente en calzoncillos, en su casa, mirando el debate en su gran Smart TV, haciendo chistes y sintiéndose levemente superior. Lo que, sin dudas, no garpa, es a nivel “institucionalidad” o, como también gustan llamar, “construcción de ciudadanía”. No es tanto por los famosos tres minutos. Cuando se trata de políticos hiper entrenados como los candidatos a presidente, tres minutos es más que suficiente para decir cualquier cosa. Es decir, nos referimos a hombres y mujeres que pasaron miles de horas de sus vidas dando discursos en toda clase de situaciones adversas desde hace muchos años, de dos a cuatro décadas cada uno. ¿Acaso tres minutos no les alcanzan? En tres minutos un bombero puede salvar muchas vidas. ¿No nos pueden explicar qué va a pasar con el impuesto a las ganancias o con la reforma educativa? Seguramente sí. No es un problema, tampoco, las ausencias. Si un candidato tiene algo nuevo y vital qué decir, lo que realmente importante es que lo escuchen sus votantes, no sus contrincantes. Y si eso que dicen realmente va a cambiar algo, en fin, de nada sirve el silencio del ausente. Un ausente en un debate es alguien que no explica pero tampoco pide explicaciones.

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La fantasía de decidir el voto en un solo espectáculo de dos horas visualizado cómodamente un domingo a la noche no está nada mal si uno se quiere sentir un ciudadano responsable a bajo precio mental.

Entonces, ¿ por qué no sirven los debates televisivos para decidir el voto? Vivimos un tiempo en que la retórica política se caracteriza por altas dosis de cualquierismo. Políticos acostumbrados a la ausencia de repreguntas en el periodismo, a no rendir cuentas al congreso, a no dar explicaciones a nadie, fabricaron su propia retórica en la que utilizan palabras que no dicen nada, o, más bien, que baten cualquiera. Diagramadas por asesores sin imaginación y destinadas a complacer a los escritores de manuales de política, sus discursos nunca dicen lo que realmente piensan,nunca describen lo que realmente pasa, están muy lejos de decir algo. ¿A quién le interesa un debate cuando se sabe que será la repetición del mismo casette? ¿Quién quiere pasar su domingo escuchando las mismas remanidas frases, a Macri hablando de “nuestros abuelos”, a Margarita Stolbizer diciendo, una vez más, que el peronismo es corrupto, a Massa asegurando que puede bajar los impuestos y aumentar los subsidios, a Del Caño despotricar contra la duda externa? Todos sabemos ya que la ausencia de Scioli significa que, como un verdadero hombre para la victoria, no puede explicar lo que no sabe, lo que aún no decidió, lo que no quiere que nadie le pregunte hasta saber qué va a pasar en los próximos años. Todos los que conocen un poco del paño político saben que el próximo presidente sabrá qué va a hacer exactamente después de sentarse en el sillón de Rivadavia y no antes. Sobre todo porque es imposible saberlo antes, sin acceso a los datos reales, sin las perspectivas certeras de quién será tu amigo y quién será tu enemigo. Todo el que hizo un presupuesto para un trabajo al que se postula sabe que debe mentir en el presupuesto, que no puede presumir a ciencia cierta lo que va a costar, qué trabajo exactamente va a realizar, hasta que no lo esté haciendo. Que primero me digan que sí, me adelanten algo de la guita y después veo qué voy a hacer.

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Todos los que conocen un poco del paño político saben que el próximo presidente sabrá qué va a hacer exactamente después de sentarse en el sillón de Rivadavia y no antes.

Un debate televisado es un juego en el que se hace de cuenta que esta idea no existe, porque si todos los involucrados aceptan esta verdad, la esperanza de acceder a la presidencia queda supeditada no a la retórica y una campaña mínima, vital y móvil, sino a definir qué cosas importantes y profundas se deben pensar antes de actuar, qué propuestas vitales se deben plantear para cambiar algo realmente, y sobre todo, deberán ponerse a trabajar firmemente para que la presidencia sea algo que realmente suceda, y no una instancia de especulación. Anoche disfrutamos –o no, muchos no lo disfrutamos y abandonamos a la mitad- uno de los ejercicios que la Argentina realiza para copiar los modelos norteamericanos y europeos de civismo y ciudadanía, y así sentirnos más cerca de la institucionalidad primermundista. Nos gustan los debates porque son propios de una sociedad civilizada y bienpensante, rol que los argentinos nos gusta cumplir desde hace algunos años, desde que la brutalidad y la apatía nos llevó a quemar los bancos y fundar clubes del trueque para sobrevivir. Pero los chistes permanentes en las redes sociales y foros de youtube donde se transmite en vivo, y el desinterés reinante en el medio ambiente real –lo que los periodistas aman llamar “la calle”- deja en claro que poco esperamos de esta instancia en que los muchachos de la pesada se juntan a cambiarse chicanas suaves y repetir lo que estudiaron durante años con sus asesores. A menos que pase algo inesperado entre la concreción de esta nota y su publicación –Rodríguez Saa detallando en cámara sus aventuras en moteles, Margarita Stolbizer contando que la buliaban en la secundaria por el tamaño de su barbilla, Sergio Massa admitiendo que es gay, Macri gritando papá, papá mientras rompe en llanto, Del Caño haciendo un karaoke de Donna Summer- la mayoría de nosotros tendremos un lunes como cualquier otro, sin más esperanzas ni decisiones tomadas que ayer o el día antes de ayer///////////PACO