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La narrativa argentina comenzó a renovarse en las últimas dos décadas. Durante ese tiempo aparecieron muchos autores jóvenes, algunos formados en talleres de escritura, donde la crítica constructiva propicia el crecimiento. El catálogo de este nuevo universo varía entre obras significativas que describen con precisión quirúrgica a esta generación y otras que dan cierre a una etapa anterior, de la cuál sobreviven con elegancia varios mastodontes irreverentes que se adaptaron como cucarachas a los cambios.

Como si hubieran sido llamados a eclipsar el camino, Momofuku se presentó, a través de una estética cuidada pero dispuesta a romper todos los registros, como uno de los lanzamientos editoriales más importantes de los últimos años. Esta editorial publicó seis títulos de forma simultánea, y entre autores de la talla de Félix Bruzzone o Carlos Godoy, los editores descubrieron y pulieron la estructura de Efecto Tequila, la primera novela de Matías Amoedo, un autor nacido en San Isidro que comprendió que Las Lomas debían dejar de ser reales para poder narrarlas como un agujero negro de nuestra galaxia.

Efecto Tequila es un anecdotario casi alienígena de una familia quebrada por la falta de unión espiritual, donde el sexo y el rock aficionado conviven con el abandono y los límites de la cordura. La novela cuenta la historia de Max y sus tres hermanos: dos mellizos y un pibito que escribe La Metamorfosis sin haber leído a Kafka. Los cuatro son músicos y viven en una casona de dos pisos en San Isidro. Su padre los abandonó y les manda cartas desde México. Su madre prefiere dejarlos solos e irse a vivir con un remisero.

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La novela está narrada por dos voces paralelas que conocen la intimidad e incluso la persuaden, entrando y saliendo como si todo lo ajeno a esa casona de dos pisos fuera parte de otro mundo. Una de las voces es la de Gloria, una joven disciplinada de tetas grandes, desesperada por romper la tradición conservadora de la clase media noventosa de zona norte. Gloria se obsesiona con Max y después de varios episodios traumáticos termina convirtiéndose en la madre sustituta de los cuatro hermanos. La otra voz es la de Gastón, un fotógrafo patético y dominado por el género femenino que también persigue a Max mientras intenta cambiar radicalmente el horizonte de su vida.

Para describir estos ambientes, Matías Amoedo tuvo en cuenta el contexto temporal que lo rodeaba: la Testarossa de Menem, el viaje desencantado a la estratósfera, las fiestas alborotadas del Diego y el Turco García, las paquitas de Xuxa, la voz de Luisa Delfino a medianoche, privatizaciones de empresas estatales y viajes por dos pesos a la costa atlántica. Esta novela, además de hablar sobre la búsqueda espiritual de un personaje que no logra encontrarse a sí mismo, explora una década desconcertante de la Argentina que todavía necesita afianzarse como hecho literario.

Efecto Tequila es también un atlas enciclopédico de San Isidro, una localidad marcada como epicentro de buenas costumbres y refinamiento social, convertida por Amoedo en un lugar donde además habitan seres legendarios que despedazan estos conceptos como ratas hambrientas en un basural. Uno de esos personajes Max, que mediante una ligera extravagancia puede dialogar con una fuente de agua creyendo ser buda y otorgarle a ese delirio místico una sensación de orden esclarecedora, como si en realidad su ilusión fuera un síntoma racional.

El autor se planteó armar una historia que superara su propia realidad y lo logró a través de anécdotas ajenas que hizo suyas. Con esa recopilación de momentos se dedicó, durante cinco años, a escribir esta novela. Y en todos esos años agregó hermanos, familiares, linyeras y hasta una mucama europea con cama adentro amante del voyerismo. A cada uno de esos actores, Matías Amoedo los transformó lentamente hasta hacerlos alcanzar una complejidad psicológica casi inhumana.

Durante una de las sesiones de corrección de la novela escuché una frase que refleja el excéntrico ambiente de las escenas que se suceden en Efecto Tequila: en la casa de Max, entre tanto alboroto y habitantes temporales, podría vivir un elefante sin que nadie notara su presencia.///PACO