¿Importa el carácter científico del psicoanálisis? ¿Sigmund Freud inventaba la sanación de sus pacientes o tomaba los elementos útiles para el desarrollo formal de un tratamiento? Y en privado, ¿cómo era? ¿Alguien abierto a las mentes brillantes de su generación o un megalómano que tuvo como amante a su propia cuñada? Entre las muchas ideas sobre el agotamiento y la resurrección del psicoanálisis ‒con la propia figura intelectual y personal de Freud en el medio, celebrando este año su aniversario 160‒, hay al menos dos franceses a través de los cuales mejor parece haber cristalizado una larga batalla. Por un lado, Michel Onfray, filósofo autor de un extenso revisionismo del pensamiento occidental con el que, bajo una búsqueda hedonista y libertaria ‒términos que se leen con comillas incluso aunque no estén‒, publicó en 2010
El crepúsculo de un ídolo. La fabulación freudiana, una de las biografías más poderosas contra Freud y la que mejor sirvió como corolario del previo Libro negro del psicoanálisis (2005), que reunía más de tres decenas de ensayos de distintos especialistas contra el hombre que en 1902 recibió en la Universidad de Viena el título de Herr Professor. Del otro lado, la psicoanalista e historiadora Elisabeth Roudinesco ‒autora también de una de las más celebradas biografías de Jacques Lacan‒, cuya flamante biografía Freud en su tiempo y en el nuestro (2015) recolecta buena parte los dardos de lo que la propia Roudinesco llama el “panfleto de Michel Onfray” para apuntarlo contra esa moda del “Freud bashing” (o “palizas a Freud”) que considera fallida “después de haber hecho las delicias de cierta prensa escrita y audiovisual ávida de sensaciones freudianas”.

sigmund-freud

Acusada por Onfray de “hagiógrafa”, acusado por Roudinesco de “ignorante y delirante”, la discusión ofrece lo más mundano del debate intelectual y las venalidades del “hater” y la “groupie”.

Acusada por Onfray de “hagiógrafa” y, a la vez, acusado por Roudinesco de “ignorante y delirante”, el tenor de la discusión ofrece lo más mundano del debate intelectual ‒en una versión que recrea por momentos las venalidades irreconciliables del “odiador” y la “groupie”‒, mientras reaviva una pregunta algo más seria no solo por el sentido contemporáneo del psicoanálisis sino por las maneras en que hoy se construye y se valida el conocimiento. La más elemental de las disputas, en tal caso, es sobre quién inventó el psicoanálisis. Para Onfray se trata de algo existente en la Grecia clásica, aunque “la historiografía dominante, y Freud el primero, silencian el caso de Antifonte de Atenas, que da la impresión de haber sido el inventor del psicoanálisis en el sentido contemporáneo del término”. Aunque admite que “de ese personaje se ignora casi todo”, Onfray afirma que en el ágora corintia del V a. C. Antifonte “se comprometía a interpretar los sueños con el recurso de causalidades inmanentes” y que, consciente de que el alma gobernaba al cuerpo, llamaba a su disciplina logoterapia. Culpable de una “epistemología de la temeridad” mediante la que Herr Professor afirmaba conclusiones sin pruebas, el psicoanálisis no sería más que el producto de un Freud ocupado en organizar el “mito de la invención genial y solitaria”.

michel_onfray_0

Entre lo privado y lo público, el retrato conservador y machista de Freud sirve para ubicarlo contra la homosexualidad y contra sus propias discípulas.

Roudinesco, en cambio, enfatiza por un lado el aporte de Josef Breuer ‒amigo de Freud hasta 1895‒ al método y a la creación del término psicoanálisis, “aunque Freud lo practicaba desde hacía ya seis años”, mientras se concentra en la obsesiva búsqueda freudiana de cientificidad para “explicar racionalmente los fenómenos irracionales”. Un encuadre bajo el cual Freud pertenecería a “la tradición de la Ilustración oscura” con la que, heredero de la tradición romántica, podía distanciarse “de la invocación del ideal de la ciencia”. Lo irreconciliable, sin embargo, se repite incluso en la dimensión privada alrededor de Minna Bernays, la cuñada con la que, según Onfray, el padre del psicoanálisis habría tenido un largo amorío que incluiría un aborto clandestino en 1923. Aunque “olvidando que en esa fecha ella tenía… 58 años”, responde Roudinesco, para quien además Freud “se había sentido varias veces molesto por ser visto junto a una mujer que no era la suya”.

FRANCE-LITERATURE-DECEMBRE-ROUDINESCO

Lo irreconciliable se repite en la dimensión privada alrededor de Minna Bernays, la cuñada con la que, según Onfray, Freud habría tenido un largo amorío.

Entre lo privado y lo público, el retrato conservador y machista de Freud sirve para ubicarlo contra la homosexualidad y contra sus propias discípulas. Del pene faltante de las mujeres al camino libidinal interrumpido del homosexual, escribe tajante Onfray, “Freud cartografía un mismo otro mundo, el de las aberraciones”. Frente a esto, Roudinesco admite que Freud podía ser tiránico en su casa, pero es Sabina Spielrein ‒la mujer entre Carl Jung y Freud cuya historia cuenta la película Un método peligroso (David Cronenberg)‒ quien le sirve para señalar el modo en que Herr Professor ayudó a signar “el final de cierta época del psicoanálisis” a partir del cual se abriría a mujeres como Tatiana Rosenthal, Eugénie Sokolnicka y Lou Andreas-Salomé, entre otras (respecto a la homosexualidad, dice Roudinesco, hacia 1924 Freud revisaría sus conceptos “adoptando como premisa una originaria bisexualidad del individuo humano”). En el balance, la historia acerca de cómo La interpretación de los sueños se fechó en el año 1900 para inaugurar el siglo XX bajo el psicoanálisis todavía espera su contraparte definitiva: la historia del origen de los libros que, a principios del siglo XXI, buscaron su destronamiento. Pero hasta entonces, mientras unos reivindican a Freud como “el más grande pensador de su tiempo y el nuestro” y otros insisten en que “la doctrina freudiana incluye una lectura doctrinaria de su rechazo”, las luces y las sombras del psicoanálisis, orbitando poderes, debates y divanes, parecen lejos de haberse debilitado///////PACO