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Por Juan Francisco Gazzano

¿Qué hay después de un final?

Una pluma flota con la ayuda del viento y se va levantando por encima de la figura de Tom Hanks. Su entrañable personaje lleno de anécdotas fabulosas, nuestro querido Forrest Gump, acaba de despedir a su hijo que se llama igual que él, luego de que se suba al micro escolar que lo llevará a su primer día de clases. Por otro lado, una pequeña y precoz actriz (igual que Hale Joley Osment, hijo de Forrest) llamada Drew Barrymore se despide del extraterrestre que conoció y que le cambió la vida. El visitante de otro planeta se va, ella queda en este planeta habiendo vivido una experiencia extraordinaria que recordará por el resto de sus días.

Hay un momento en la película de Tom Hanks, que quiero aclarar que es el único momento en el que tuve y tengo todavía que apretar los labios y en el que se me humedecen los ojos, en el que Forrest quiere saber si su hijo es tonto como él. Su madre, entendiendo adonde quiere llegar el interés de la viviente máquina de aventuras, le contesta que es de los primeros en su clase. Gracias a esta escena y a la del final, donde el pequeño se despide de su padre diciéndole que lo ama también, todos nosotros detrás de la pantalla podemos deducir que el pequeño Forrest va a ser un niño prodigio y que seguramente tenga una vida tan excitante como la de su padre. Pero la historia termina ahí y no podemos saberlo en realidad.

Cuando ET se despide del trío de niños que lo hospedó y lo mantuvo en secreto para evitar que caiga eventualmente en las manos de la NASA para la realización de investigaciones indecorosas en sus recovecos alienígenas, nos deja con un final genial pero también saboreando un gusto raro. Un evento tal como el de conocer y convivir con un extraterrestre es de tan alto vértigo que seguramente esos niños tuvieron luego vidas tristes, ya que nunca ningún evento estuvo a la altura de tales vivencias. O quizás eso es solamente la conclusión que saca un pesimista como yo. Lo que es seguro es que esos niños crecieron y que continuaron con sus vidas.

Ahora, la pregunta en ambos casos es: ¿qué sucede después?  ¿Cómo le va en la escuela al pequeño Forrest? ¿Cómo sigue la vida de la pequeña Drew? O mejor dicho, la pregunta es: ¿qué hay después de un final? Quizás algunos se vean tentados en retroceder al momento en que cortaron una relación de noviazgo con una persona que realmente era especial en sus vidas. Probablemente, luego del planteo de los finales, recuerden con tristeza esas noches con amigos y amigas palmeándoles las espaldas y trayéndole pañuelos para secarse los mocos del llanto. Con todo derecho, háganlo; ya que esas también son historias. Pero, por favor, no se queden allí. Si respiran, están bien y si están mal, estarán mejor. No se queden con eso y acompañen en el pensamiento.

Hay historias que nos conmueven, que nos asustan, que nos hacen más felices, que nos hacen planteos de vida. ¿Cuántas veces se quedaron mirando la pantalla negra que muestra los créditos con la boca abierta, buscando alianzas en la persona que está acompañándolos porque el final los decepcionó o, mucho mejor, los dejó sin palabras? ¿Cuántas veces cerraron un libro con tristeza porque se había acabado la historia que tanto disfrutaban? Hubo gente que se suicidó cuando terminó la saga de Harry Potter y Sir Arthur Conan Doyle tuvo que revivir a Sherlock Holmes en una siguiente novela para que el pueblo inglés no lo linche en la plaza pública.

Los personajes son criaturas vivas, que viven y crecen en nuestra imaginación. Las películas, como las historias, tienen un final. Pero lo tienen porque deben tenerlo. No podríamos nunca contar una historia eterna, interminable (¿o sí?). Las historias, como las películas, son más grandes que los autores, que nosotros.  Porque las historias son creaciones en conjunto que, en realidad, tienen un resultado incontrolable. Yo creo que, si les ponemos un final, es porque debemos hacerlo. Porque esa es la estructura que rige, es la que debemos hacer.

Pero esa estructura es falsa porque, como mencionamos antes, las historias son más grandes que la persona que las cuenta o que la persona que las escucha. Son mundos aparte en el que también hay un antes y definitivamente también hay un después. Son universos que existen fuera de las dimensiones del tiempo y el espacio de las que somos esclavos.

Tengo un amigo al que se le critica algo muy específico y real: sus historias no tienen punch. Cada vez que cuenta una anécdota, la historia termina con todos nosotros esperando que diga algo más, que suceda algo que le dé sentido a la historia. De inmediato, sentimos que perdimos tres o cuatro minutos de nuestras vidas escuchándolo y le tiramos por la cabeza la chapita de la cerveza que acabamos de abrir o una servilleta hecha bollo que encontramos arriba de la mesa. A pesar de la naturaleza de sus irritantes historias, mi amigo sostiene una verdad impresionante y de la cual seguro no es consciente: Los finales no existen ////PACO