¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? No es sólo un cuento de Raymond Carver, es una pregunta que sigue vigente hoy en día porque todavía no tiene respuesta o, lo que es lo mismo, tiene tantas respuestas como habitantes tiene el mundo. Pero si nos empezáramos a preguntar de qué manera experimentamos el amor o estamos en el amor, al menos en occidente, la dispersión de las respuestas sería menor y emergería como respuesta principal una sólo opción: a través de la monogamia. No vale la pena profundizar acá en los aspectos biológicos, antropológicos o genéticos de la monogamia, ni su relación con la tradición judeo-cristiana que nos atraviesa, sino simplemente pensarla como un compromiso que conlleva una determinada responsabilidad, en este caso: la exclusividad sexual y afectiva de las partes. La vigencia de la pregunta sobre la monogamia y el amor en occidente es la razón por la cual la reciente reedición por parte de Caja Negra del pequeño clásico de culto de 1989, Llévatela, amigo, por el bien de los tres, del periodista y escritor Osvaldo Baigorria, sea una lectura que a pesar de los años que nos separan de su publicación siga seduciendo y generando un efecto de actualidad en los lectores. En la novela Eduardo nos cuenta en tono confesional el experimento de amor polisexual que lleva a cabo con su pareja Lila, fuertemente influenciados por los ideales hippies y de liberación de las décadas de los 60 y 70, con el objetivo de “abolir los celos y toda propiedad sobre los cuerpos”. ¿Por qué? Eduardo es claro al respecto al principio del libro “Sentíamos que la familia, los vecinos, los porteros, el Estado, todas las instituciones tendían a separarnos. Si bien la sociedad entera conspiraba contra el amor, la monogamia era la forma dominante de esa conspiración”. El trato entre Lila y Eduardo es simple, son una pareja abierta, es decir, que estaban dispuestos a permitir las relaciones paralelas de cada uno, con el acuerdo de que nada se realizara a espaldas de nadie. La filosofía que los impulsa también es simple: “pensábamos: una genuina unión amorosa no tiene por qué romperse ante la irrupción del deseo por otros”.
La novela nos cuenta en tono confesional el experimento de amor polisexual que lleva a cabo con su pareja Lila, fuertemente influenciados por los ideales hippies y de liberación de las décadas de los 60 y 70.
Celos y Deseo parecen ser las claves por dónde pasan las limitaciones de la monogamia y las zonas por donde la responsabilidad del compromiso entra en tensión con el afuera. Los celos y el deseo demarcan los dos límites con los otros entre los que se manejan los amantes que conforman la pareja, en este caso Eduardo y Lila. Los celos y el deseo operan en direcciones opuestas dentro de la pareja. Los celos son la forma en la que se expresa la incomodidad que sentimos por el deseo de los afuera, que percibimos como enemigos que buscan dinamitar nuestra pareja, hacia nuestra objeto de amor, nuestro compañero/a. Mientras que el deseo hacia los otros apunta en dirección opuesta, hacia afuera, hacia los otros; ¿cómo manejamos en un hábitat de exclusividad sexual el deseo que sentimos por los cuerpos que están fuera? Parece ser la gran pregunta que anima el relato de Eduardo. La novela traza un amplio recorrido temporal, los casi veinte años de relación entre Lila y Eduardo, como a su vez espacial, desde México, Canadá hasta la escena under del Parakultural de la Buenos Aires de finales de los 80. La novela en ese amplio recorrido logra trabajar con precisión y con un lenguaje sin pudor los dos límites de la monogamia personalizándolos en ambos personajes. Lila es víctima de los celos a los que la competencia con otras mujeres la empuja. Mientras que Eduardo es víctima de la trampa de la liberación cuando irrumpe en su vida el personaje de Mimí, una apasionada amante de la que cae enamorado.
Mientras que Eduardo es víctima de la trampa de la liberación cuando irrumpe en su vida el personaje de Mimí, una apasionada amante de la que cae enamorado.
El personaje de Mimí es el que viene a mostrar las falencias del experimento que ellos habían querido instaurar con tanta pretensión petulante y progresista. Para Eduardo y Lila su “filosofía de cama“ los hacía sentir “superiores y unidos en una complicidad transgresora” basada en una “convicción política muy fuerte; o al menos una esperanza de que era posible transformar la relaciones y cambiar el mundo” a diferencia de aquellos que “se resignaban a dejar todo como estaba: la exclusividad oficial, y el engaño de la relación clandestina”. La irrupción del personaje de Mimí hace tambalear la idea de pareja abierta al sumar una tercera parte al binomio. Lila no puede manejar los celos, aunque siempre estuvo abierta a las aventuras sexuales de Eduardo siempre las admitió mientras sean sólo eso, sexuales. Mientras tanto Eduardo comienza a cuestionarse, en tono melancólico, sobre la posibilidad de amar a dos mujeres y sobre el colapso de sus ideales revolucionarios. Eduardo descubre con resignación la trampa de la supuesta libertad de polisexualidad y la poligamia y reflexiona, no con poca amargura: “Tenía el estado civil ideal: dos parejas. Precisamente, la queja residía en no estar seguro si era yo quien las tenía o si ellas a mí. Estaba poseído, esclavizado. Dependía ya no de una, sino de dos. ¿Cómo puede ser que lo que una vez fue sueño, utopía, elección, libertad, de pronto llegue a convertirse en cárcel?”. Para llegar a la ineludible conclusión de que lo único que lo tiene preso es el deseo y que tal vez “pare ser realmente libre, debería ser célibe”. La novela, como cualquier buen libro, no da la respuesta o una solución a la cuestión que trabaja, en este caso la monogamia, sino que nos muestra, a través de un experimento fallido por superar esa instancia, lo aplastante de su vigencia y la fragilidad de sus imposiciones/////PACO