La referencia a
Infierno en la torre era tan obvia y de tan mal gusto que solo el Daily Mail podría haberla usado. “The Towering Inferno,” en la lengua del Bardo de Stratford Upon Avon, fueron las palabras con las que el diario que todos amamos odiar nos despertó el 14 de junio. Pero un infierno, sí, y uno de esos con graves consecuencias políticas. Porque el incendio de la torre de Grenfell es un infierno que no solo pone de manifiesto una larga serie de ineficiencias, sino que se vuelve metáfora del gobierno conservador, de siete años de austeridad e ingeniería social llevados a su conclusión lógica. A unos pasos de Notting Hill, de Hugh Grant y Julia Roberts y su película mediocre pero famosa, del Portobello Market y sus puestos de antigüedades vendidas a precios usurarios y a los gritos, de mansiones millonarias y deshabitadas, Grenfell se erige torpe y espantosa, ahora como vestigio de una catástrofe, pero siempre horrible. Un eye sore, como se estila decir acá, cuando se habla de esos proyectos habitacionales nacidos en los huecos reales e imaginarios que dejaron las bombas nazis y que continuaron apareciendo por décadas en un intento estéril por resolver el eterno problema de la vivienda en las grandes ciudades. Grenfell, acabada en 1974, es (¿era?) unos de los pocos restos visible de un Londres que desaparece, de una ciudad donde el más rico y el más pobre coexisten — cada vez menos — en el mismo espacio limitado. Porque más allá de lo que se informó en gran parte de los medios argentinos, y más allá de las diferentes concepciones sobre lo que constituye la pobreza en distintos lugares del mundo, Grenfell era (¿es?) mayoritariamente hogar de londinenses de bajos recursos. Un lugar en un proceso de cambio, es cierto: vivienda social transformándose en inversión inmobiliaria, como todo el resto de la ciudad. Pero todavía mayoritariamente techo de inmigrantes, estudiantes, de negros y blancos pobres. Basta ver una lista de los muertos y desaparecidos, basta ver la recurrencia de nombres y apellidos extranjeros, o basta oír acentos y ver tonos de piel y la ropa de los sobrevivientes, para darse cuenta de que en Grenfell ardieron aquellos que en Londres y en todos los centros urbanos mejor se escondería debajo de la alfombra. Es un barrio de ricos pero en Grenfell los ricos no estaban — los ricos vieron a Grenfell arder desde la comodidad de un chaise longue.

Basta ver una lista de los muertos y desaparecidos, la recurrencia de nombres y apellidos extranjeros, o basta oír acentos y ver tonos de piel para darse cuenta de que en Grenfell ardieron aquellos que en Londres mejor se escondería debajo de la alfombra.

A medida que los bomberos van sumando con cuenta gotas cadáveres a la lista, Londres se va enterando de que el “Tercer Mundo” estaba más cerca que lo que se pensaba. “Tercer Mundo”, en boca de políticos, de periodistas enfermos de opinión, de indignados profesionales en las redes, “Tercer Mundo”, se oye, se lee, siempre traicionando cierta sensación de asco. Al final el “Tercer Mundo” estaba en el patio de casa — es una afronta para un ego construido con triunfos milenarios, un imperio, haber estado al menos imaginariamente siempre del lado correcto de la historia. Grenfell duele por la tragedia pero también duele porque “estas cosas pasan en otro lado”. Solamente en el Tercer Mundo los residentes de un edificio se quejan por años sobre la ausencia de medidas de seguridad en caso de incendio — en Grenfell incluso mantuvieron un blog al respecto; algunos de los posts son demoledores por lo premonitorios. Solamente en el Tercer Mundo se utiliza un revestimiento exterior 5000 libras más barato (para todo el edificio) que un revestimiento anti-flama — el costo total de las remodelaciones exteriores que Grenfell recibió en 2016, y que muchos sospechan tuvieron como finalidad volver la torre más agradable visualmente para los vecinos del barrio, fue de 8.7 millones de libras. Solamente en el Tercer Mundo no funcionan las alarmas de incendio, ni se instalan rociadores automáticos, ni se establecen de antemano planes de evacuación eficientes — en Grenfell se instruyó a los residentes que en caso de incendio se quedaran en sus departamentos, lo que habría funcionado si las puertas y el material del edificio no hubiesen sido trampas mortales. El Tercer Mundo está en el patio de atrás. Y en este Tercer Mundo de Notting Hill los residentes de Grenfell no pudieron llevar a juicio al distrito de Chelsea y Kensington — uno de los encargados de proveer los servicios para la torre — porque el gobierno recortó los fondos públicos que les hubiesen permitido pagar por el asesoramiento legal. Y la lista de desaciertos se agranda con el paso de las horas, igual que las posibles consecuencias.

La seguridad no preocupó a la Reina, quien al día siguiente de la visita de May se mostró por Grenfell hablando con los residentes, en lo que muchos leen como un gesto de desprecio público hacia May. Como en el caso de Cromañón el público pide cabezas y seguramente las tendrán.

El infierno de Grenfell no podría haber llegado en un peor momento para el gobierno de Theresa May. Debilitada después del desastre de las elecciones — convocadas antes de tiempo bajo la ilusión de que su partido destruiría a los laboristas — y con el país amenazado por el terrorismo islamista y el de derecha y por un Brexit suicida y amorfo, la tragedia y la forma en la que esta apunta directamente hacia los recortes conservadores podría resultarle fatal. Incluso su visita al lugar solo sirvió para resaltar su falta de humanidad e incapacidad de liderazgo: mientras el jefe de la oposición Jeremy Corbyn ensayaba su populismo a los abrazos con los sobrevivientes, May citaba cuestiones de seguridad detrás de su decisión de hablar solamente con los servicios de emergencias al pasar por el lugar. La seguridad no preocupó a la Reina, quien al día siguiente de la visita de May se mostró por Grenfell hablando con los residentes, en lo que muchos leen como un gesto de desprecio público hacia May. Como en el caso de Cromañón el público pide cabezas — seguramente las tendrán. Los opinólogos bien pensantes sugieren que tal vez Grenfell sea un punto de inflexión, que la vivienda social deberá ser reformada radicalmente en el Reino Unido, que la austeridad conservadora está tan condenada como los restos de la torre. Otros, más mala leche, publican un artículo con fotos, sobre el taxista etíope en cuyo departamento comenzó el incendio gracias a una heladera en mal funcionamiento. Tal vez necesiten ponerle un rostro de verdadero Tercer Mundo al Tercer Mundo que está en el patio de atrás. O tal vez sea una forma de tomar distancia, de decirle a los londinenses que estas cosas aunque pasen acá siempre le pasan a otro/////PACO