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Por HoracioGris

Día 0. Estas boludeando en twitter cuando recibís el llamado desde el hospital. Alguien muy cercano a vos, un hermano, padre o tío, se cayó en la calle en su horario de trabajo. Al llegar informan que se fracturó el cráneo en la caída. El hecho ocurrió la esquina de Paraguay y Azcuénaga. Creen que se desmayó. Hay papeles por completar. Al hacerlo, te avisan que hay un problema con la cobertura y que él no figura como afiliado. Alguien tiene que solucionar eso. Te trasladás a unas oficinas en otro barrio pero no saben nada del asunto, opinan que el hospital está equivocado. Volvés. Otro administrativo contradice a su compañero y reafirma lo que acaban de decirte en la obra social: efectivamente todo está en regla. Ocho horas después está en un quirófano y al terminar la operación el neurocirujano comunica que todo salió bien y que hay que esperar.

Día 1. Dormís tres horas pero estás bien alerta para escuchar todo lo que los médicos tengan para decir. Tomás el ascensor, 10 pisos hasta la sala de Terapia Intensiva. Te reciben hablando de un hematoma en el cerebro producto del golpe. También dicen que se encuentra estable y que hay que esperar. Preguntás sobre pronóstico pero todavía no se puede saber nada. Querés entender exactamente qué fue lo que le pasó pero dicen que no se sabe, que pudo haber sido un ACV. Intentás hacer el cálculo de qué es lo que da por resultado un ACV más una fractura de cráneo que provocó un hematoma subdural. El resultado preferirías no imaginarlo.

Al salir, una residente te dice que el Hospital de Clínicas (público, hospital escuela de la UBA) no trabaja con Ob.SBA (Obra Social de Buenos Aires) porque les adeudan miles de pagos; lo comenta porque necesitan hacerle distintos estudios y no se los autorizan a menos que los pagues vos. Son muchos. Cada uno ronda los mil pesos del año 2011. Cuando esperás el ascensor para bajar una persona se acerca. Está al tanto de tu situación (no sabés cómo) y te ofrece la tarjeta de un abogado por si necesitás hacerle juicio a alguien, al empleador de tu hermano-padre-tío, al Gobierno de la Ciudad o quien sea. La guardarías sólo porque sentís que algún responsable debe existir.

Día 14. Estás en una dependencia de Ob.SBA que no conocías gracias al dato del novio de una amiga. Tenés que hacer de cuenta que conocés a gente importante y que te hacen palanca. El novio de tu amiga dijo nombres y referencias muy específicas que memorizaste y que le repetís a una mujer que escucha y evalúa cada palabra. Finalmente agarra los presupuestos que te dieron en el hospital y les da entrada como expediente. Anota un número y dice que llames en un par de días para consultar cómo va el trámite. Vas a almorzar a tu casa y entrás a Twitter después de dos semanas: se habla de las mismas intrascendencias de siempre pero sentís que quedás afuera de todo, que no te podés enganchar. Igual, leer esas nimiedades -a alguien poniendo cosas como «qué aburrida esta clase, me quiero morir»- es maravilloso; te fascina porque del otro lado de la pantalla la gente sigue con su vida con normalidad. Los odiás, los envidiás.

Vas ahora al hospital sintiendo que, pese a tu malestar, modera tu odio el triunfo administrativo conseguido, el hecho de no haber tenido que sobornar a nadie ni obligarte a situaciones de violencia para que gestionen los pagos. Cuando llegás, antes de que puedas verlo rodeado de tubos y aparatos como siempre, cruzás a la misma médica de antes y te avisa que el paciente ya no corre peligro, es decir que quieren trasladarlo a una sala en Neurología.

Día 23. En Neurología te acostumbras a verlo sin los aparatos alrededor, y el cuerpo parece entonces mucho más frágil: Las máquinas te hacían sentir seguro, es la primera vez que lo entendés, eran intermediarias entre lo real de la situación y lo que vos podías tolerar. Así solo, sin tubos ni máquinas, no hay garantías de nada.

En la sala se corrió la voz de que conseguís cheques de la obra social y un cirujano afeitadísimo que parece de 15 años se aparece con una carta y presupuesto que detalla los materiales que usaron para la operación. Habla mucho de un cable óptico -o algo así- difícil de conseguir. No lo seguís, no importa porque sabés que dentro de poco lo van a pasar de nuevo a otra sala, a Clínica Médica, y eso es así porque los cuerpos hacen un circuito con un criterio más burocrático que del orden de la salud. Le mentís que vas a hablar para que repongan los insumos. Es lunes, una paciente te avisa por SMS que falta a sesión porque su abuelo acaba de morir de un ACV. Recordás una canción de V8 que cantaba un amigo y conservando la métrica escribís un tweet sobre «lo Real» del que nadie va a entender el significado que eso cobra para vos.

Día 50. El cuadro clínico sigue igual, es decir, si tu familiar no está durmiendo entonces está ido. Abre los ojos y mira a cualquier lado sin conseguir nunca conectarse con el medio. Le hablás y no responde, por supuesto, pero eso empezás a asimilarlo como parte de la rutina; la otra parte es que en Clínica Médica ya conocés a todos y cada médico te conoce. Eso tranquiliza. Sabés cuándo hacen la ronda, cuándo pasa la enfermera para bañarlo, cuándo es el cambio de guardia, etc. No piden mucho (otro punto a favor) salvo hacer algunas gestiones internas, por lo que pronto entendés mejor que los médicos cómo funciona el universo administrativo del hospital; de hecho ellos parecen jactarse de no manejar ese tipo de tareas. Otra cosa que piden es que compres crema cicatrizante para las escaras que se le hacen de tanto estar en la cama. Igual dicen que no te preocupes porque ese asunto está bajo control. Aprendés a sentirte cómodo en tu nueva rutina. Trabajás, vas a visitarlo y seguís yendo a Ob.SBA para tramitar cada cheque, ahora por el hecho de que está en la sala, como si lo que pagaras fuera la estadía en un hotel.

Vas en colectivo a la dependencia para otro pago. Por twitter te enterás de que se murió Steve Jobs y todos hacen chistes, y está bien porque algunos pelotudos se congregan con manzanitas mordidas.

Llevás un paquete que adentro tiene una cartera para Sonia, la mujer que agiliza los trámites. Nunca pidió nada pero cumple bien con su tarea. La va a recibir sin ninguna sorpresa, mas bien estaba esperando que le dieras algo así.

Día 93. A la mañana te comunicás con Sonia para ultimar detalles. Cuando atendió, reconoció tu voz en el acto; es lógico porque es la persona con quien más hablás por teléfono, todos los días, desde hace casi tres meses. Te volvió a tranquilizar diciendo que el centro de rehabilitación que le consiguieron es de primera. Y de hecho tiene razón; unos días atrás, cuando fuiste a conocerlo, no te pareció mal: viejos hechos mierda en silla de rueda, desparramados en lo que fue una mansión en Villa Ballester pero todos bien atendidos. Los médicos y enfermeros parecían capaces, así que no encontraste demasiado que objetar. Salvo la distancia, claro. Dos horas de viaje haciendo combinación de colectivo-subte-tren.

Día 101. Estás lavándote los dientes para ir a dormir y suena el teléfono. Es de Villa Ballester, necesitan que vayas porque tu hermano-padre-tío respira con mucha dificultad. Se descompensó. El taxista no sabe llegar y vos tampoco, es la primera vez que vas en auto así que llamás a la clínica para que te den indicaciones mientras vas en camino. La médica de guardia es colombiana y no tiene la más remota idea de calles. Después de trayectos en zig-zag y de consultar a personas por la calle, llegás. Ves a una ambulancia estacionada. La colombiana dice que precisan llevarlo a algún lugar de mayor complejidad porque está con sepsis por las escaras. Te cae la ficha de que en el Hospital de Clínicas te estuvieron mintiendo durante meses, total lo llevabas a otra institución y la bomba explotaba ahí. El médico de la ambulancia dice que decidas qué hacer porque no va aguantar mucho tiempo y en Ob.SBA no le consiguen cama. Ya son casi las doce de la noche. Las opciones son ir a algún lugar de provincia o volver a donde te estuvieron mintiendo. Elegís lo segundo porque se cruzan por tu cabeza cualquier cantidad de fantasmas sobre lo que pasa en los hospitales públicos del conurbano.

Cuando llegan no quieren ingresarlo, se niegan aduciendo que no tienen cama. Vos ves cómo tu hermano-padre-tío se está muriendo y nadie se hace cargo. No estás muy enojado ni angustiado, si se muriera se terminaría de una vez todo este asunto. No te da tanta culpa pensarlo.

Suena el Nextel del tipo de la ambulancia. Le consiguieron traslado por Once, a un centro llamado IART. En la madrugada alguien se acuerda de Cerati y twittea un chiste con la canción Planta. Se lo faveás aunque no te causa gracia, acostado en una fila de sillas de una sala, esperando a que un médico consiga estabilizar a tu familiar.

Día 106. En IART no se sabe por cuánto van a dejarlo en terapia intensiva, lo dice el jefe. Como es un lugar chico, con pocas camas y pocos personal, tenés trato con el director de la clínica. Él pide que tramites ante la obra social un sistema de cicatrización bajo presión negativa. Te explica que es lo mejor para curar la herida. Acerca, para que mires, un muestrario del horror con fotitos de antes y después, el folleto de la máquina que hace la cicatrización: ves culos y espaldas, sangrantes y con pus primero, que se mejoran después. El tipo sonríe mientras te muestra esas páginas.

Salís y en twitter todos hablan de que Cristina tiene cáncer, algunos están angustiados y otros se babean ante la expectativa. A vos sólo te interesa saber quién es el que la va a operar.

Día 133. Por fin conseguiste el aparato para curarle la cicatriz. Podés hacer un análisis cuantitativo de lo que costó el asunto en tiempo y esfuerzo. Mirás el celular y son un promedio de 10 llamadas diarias a Sonia para consultar los distintos expedientes; enero es un mes en donde la administración pública hace la plancha y todo demora más. Subís las escaleras intrigado, para verlo con el aparato conectado, pero la máquina no está. Volvés a bajar y el director de la clínica se excusa diciendo que el modelo que tramitaste no va a servir. No explica por qué no funcionaría pero sí dice que el que tenés que conseguir es de otro fabricante, uno que ofrece un chico muerto de calor y con traje abrochado hasta el último botón que casualmente está sentado a un costado en el pasillo. El visitador médico se para, sonríe y extiende su mano como si ignoraras que trabaja para la empresa alemana con que está entongado el dueño del sanatorio. Llegás a tu casa y plasmás tu frustración tuiteando que querés pegarte un corchazo. Nadie favea ni da RT.

Día 204. Te entrevistás con el director de IART para decidir qué hacer con tu hermano-padre-tío que mejoró su estado de salud, lo que equivale a decir que no se va a morir en lo inmediato. Él quiere mandarlo a tu casa o a la de alguien de la familia y que vayan todos los días enfermeros y médicos a cuidarlo. Eso es lo más barato y lo que más rápido podría conseguirse. Como te parece una locura, negociás que vuelva a la clínica de rehabilitación aunque lo de rehabilitación sea imposible; días atrás intentaste hablar con el neurólogo del lugar para que saber qué opinión le merecía el cuadro. Cuando le nombraste el apellido preguntó «¿cuál es ese?, ¿el que está en estado vegetativo?». Era la primera vez que escuchabas eso en boca de un médico porque hasta entonces tenían la delicadeza de hablar de estados mínimos de conciencia.

Te enojás por la falta de tacto del neurólogo y también con el director, que no oculta lo poco que le importa dónde termine finalmente el paciente mientras se lo saque de encima lo más rápido posible. Salís y mirás tu timeline. Aunque ya pasaron dos meses y medio de la tragedia de Once, llueven insultos contra Schiavi que sigue en el ojo de la tormenta. Ahora el pelotudo dispuso que sólo se pueda sacar un pasaje por SUBE y, así, una madre con tres chicos tiene que subir al colectivo con cuatro tarjetas en total. Te sumás a putearlo.

Día 415. Duró sólo dos semanas en la clínica de rehabilitación porque se volvió a descompensar. Allá quedaron todas sus cosas -básicamente elementos de higiene- y 40 litros del alimento que le daban por sonda -con valor de unos cinco mil pesos en total y que tramitaste gracias a Sonia-. Alguien va a echar manos sobre esos paquetes pero es un pensamiento al que sólo dedicás unos minutos. Lo importante es que gracias a este nuevo traslado producto de su desmejoría, estos últimos meses los pasa -y vos también- en el Sanatorio Méndez, que queda cerca y que, al pertenecer a la propia obra social, facilita todos los trámites y no requiere de insumos. Es lo más parecido a la felicidad en más de un año. Vas viendo tu timeline en el colectivo, que no avanza hace 15 minutos. La calle es un caos por el paro de subtes que lleva una semana y en twitter algunos comparan la situación de Buenos Aires con la de Gotham en The Dark Knight Rises. Interrumpe la lectura una llamada que aparece en la pantalla de un número que no está agendado pero que conocés de memoria. Es la psicóloga del servicio social del sanatorio; busca convencerte otra vez de que lo mandes a alguna institución de cuidados especiales, el nombre clave de los morideros. Todos quieren sacárselo de encima. Sabiendo cómo termina la cosa hagas lo que hagas, y teniendo en cuenta la comodidad, informás que no pensás moverlo de ahí. Le decís eso y se enoja, corta frustrada. Nunca más vuelve a llamar porque el único recurso que tiene para correrte es el de apelar a tu buena voluntad para buscar la mejoría del ser querido.

Día 498. Domingo. Pasás a verlo y lo notás un poco peor. Agitado y más pálido. Lo afeitás y te volvés a ir. Esa mañana los gatos hicieron pedazos la pava eléctrica contra el suelo así que cuando te vas decidís entrar en Garbarino, que está a cinco cuadras del Méndez. La red 3G funciona como el culo pero al final podés conectarte. En twitter se habla del paro que organiza Moyano para el martes y se usa la palabra «crisis». Levantás la vista y el local está hasta las pelotas de gente. Cuando salís con la compra recibís un llamado del hospital. No dicen para qué pero solicitan que vayas con urgencia. Entendés a la perfección así que volvés sin apuro. Al llegar no encontrás a nadie, buscan que te metas vos solo a la habitación. Cuando abrís la puerta está cubierto de pies a cabeza por una sábana blanca. Afuera aparecen médicos y enfermeros. Vas y volvés de tu casa buscando papeles para los trámites. Después toca ir hasta la funeraria a pagar. El empleado propone un descuento a cambio de no hacerte factura. Demasiado turbio todo pero esperable para un negocio que trabaja con esa obra social. Por la noche recibís un llamado de otra funeraria. No sabés quién le dio tu número pero ofrece un precio bastante menor que la primera. Pero la primera ya está paga y de todas formas no te importa.

Día 500. El día posterior al funeral lo usás para intentar pensar y reconstruir lo que eras hace casi dos años atrás. No podés porque te das cuenta de algo: en algún momento toda la situación hospitalaria dejó de ser un hecho puntual que horadaba el entramado de la vida cotidiana y, al no ser ubicable con inicio y final en el tiempo, pasó a convertirse en una línea atravesando todo. Se volvió una constante, el dolor se implantó en la trama y ahora está en su tejido. Está absorbido, existiendo en otra forma.

No se escucha ningún ruido de calle, no hay autos, todos se toman ese martes con vos en tu primer día de descanso real en casi dos años. Chequeás tu TL y casi no hay actividad, están todos disfrutando de ese paro como si fuera un feriado. Vos tampoco tuiteás, pero así está bien. Con ese silencio de la pantalla es la primera vez en casi dos años en que sentís el reencuentro. Podés empezar de cero y volver a ser parte porque están en la misma sintonía. Ya van a ir a la par de vuelta, sí, Twitter y vos. Deseás que pronto muera algún famoso para ver tu timeline. Extrañabas la frivolidad de esa red social de mierda.///PACO