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Protogamia versus neogamia/ Por Aki / @linearotativa

«Es un capricho de maricones.» Esta frase se la escuché a un señor de unos 70 años, refiriéndose al matrimonio entre personas del mismo sexo. Un caballero muy culto, multilingüe, cosmopolita, español de origen, que ha vivido en Suiza, Francia y EEUU. Un señor que experimentó  en primera persona el mayo francés, en los pasillos de la Sorbona y las calles de París. Un hombre de una generosidad y un corazón a prueba de balas, que se ganó el cariño de mucha gente a fuerza de desprendimiento y altruismo. Este buen señor tuvo una galería de arte en una importante ciudad del macizo central francés durante unos cuantos años. Mientras vivió en pareja, compartiendo casa y cama durante décadas, con un importante médico. «Yo no soy gay ni maricón, soy homosexual» suele decir este buen hombre, con total naturalidad. «Si los straights no pueden permanecer juntos ni cinco años ¿para qué quieren casarse los gays?», suele completar la frase frente a quien quiera oírlo. «Es un capricho de maricones» remata sin que se le mueva un pelo de los pocos que le quedan. Otra de sus frases habituales es «Yo me he mamado más de 5 mil pollas» pero esa la dejaremos para otro artículo. Pasemos a otras estadísticas: más del 50% de los matrimonios heterosexuales en países industrializados de occidente terminan en divorcio en menos de 10 años. No en vano millones de personas hoy por hoy han optado por cohabitar sin casarse, ahorrarse la farsa. Por definición el matrimonio es «hasta que la muerte los separe». La gente sigue repitiendo esta mentira como si nada, frente a jueces y testigos. Ridículo.

El matrimonio es una contradicción. Una mentira. Por donde se lo mire. La existencia del divorcio echa por tierra la esencia misma de esta institución. Si se puede interrumpir o anular no es matrimonio. Si tiene alas y vuela no es un auto, amigos. Un vocablo equivocado, lo que en inglés se llama un «misnomer». Ojo, quien esto escribe no está en contra del divorcio. Los humanos podemos equivocarnos. Pero empecemos por no llamar matrimonio a algo que no lo es. Inventémosle otro nombre. No nos hagamos trampa jugando al solitario. Y dejémosle la palabra «matrimonio» a quienes están dispuestos a tomar esa enorme decisión, ese colosal compromiso, y ceñirse a él en la enfermedad y la adversidad, hasta que la muerte los separe.

A ver, hay buenas ideas flotando por ahí que podrían aplicarse para darle sinceridad y  credibilidad a eso que aún llamamos matrimonio y que dejó de serlo hace mucho. Una de ellas, que se ha debatido en ambientes legislativos mexicanos, es establecer la disolución automática al cabo de, digamos, cinco años. Es decir: cada cinco años los cónyuges tienen que renovar los votos. De no hacerlo, el contrato expira, se anula automáticamente y cada uno por su lado. Sería un mecanismo muy útil para desactivar la enorme hipocresía en que está sumida la vida de pareja moderna, para motivar a formalizar legalmente parejas de hecho y de paso para descongestionar las cortes del mundo, que ya demasiado trabadas y saturadas están con miles y miles de litigios por miles y miles de motivos imaginables. Obviamente, una vez aprobadas otras formas de unión civil de parejas, los que aún quisieran casarse dentro del marco del matrimonio tradicional podrían hacerlo sin problemas. Pero no hay divorcio en ese caso. Están avisados. Piénsenlo muy muy bien.

Nada de contratos prenupciales y estupideces. Para el resto de las personas de cualquier sexo, para los que se conocen y saben que un compromiso tan férreo no es del todo prudente, habrá otras figuras jurídicas, cuyos nombres o definiciones legales ya inventaremos una vez que se dé un debate legislativo y semántico adecuado.

Estas variantes del matrimonio tendrán algunas similitudes con la vieja institución, mecanismos que sin duda tienen que ayudar al necesario buen funcionamiento de las relaciones humanas, la familia y la crianza de niños en las mejores condiciones posibles. Esto no parece que vaya a ocurrir en el futuro próximo. Todo indica que seguiremos complicándonos la vida y dilapidando fondos públicos para mantener la maquinaria judicial que representa el pseudomatrimonio moderno y la industria del divorcio. Algunos dirán que estoy haciendo demasiado escándalo por un simple problema semántico. Puede ser. Creo que es importante proteger el significado de las palabras. Es lo que nos hace entendernos. Es lo que nos ayuda a ser menos salvajes, a convivir.

Qué oportunidad tan buena se han perdido los líderes de la comunidad LGBT para demostrar, como ya lo han hecho en el pasado, que son una voz de tolerancia, convivencia, pluralismo, pragmatismo y evolución. En vez de patalear tanto para poder empantanarse en una institución falsa y obsoleta como el matrimonio, podrían habernos mostrado el camino creando algo nuevo, sano, útil, actualizado, pluralista y realista. El matrimonio, que por definición no sólo es para siempre sino que también es entre una mujer y un hombre, que se lo queden las alas más conservadoras de la sociedad, si es que a ellos les parece tan sagrado. La movida que ha hecho la comunidad LGBT para arrancarles de las manos su venerada institución a estos grupos tradicionalistas y religiosos fue poco menos que un acto de bullying, una afrenta innecesaria, una mojada de oreja que mostró un costado complicado, mezquino e insensible en una comunidad que se precia de ser tolerante y moderna. (La comunidad LGBT ha sido en las últimas décadas muy hábil para timonear el debate cultural, muy especialmente en el terreno semántico. Un claro ejemplo es cómo lograron que fuera aceptada la palabra «gay» que literalmente significa en inglés «alegre, despreocupado, buen talante» para desterrar la palabra «homosexual» que para muchos tiene una connotación negativa.)

Poniéndome en «asesor de imagen» les diría a los líderes de la comunidad LGBT: amigas, amigos elijan mejor sus batallas. Ustedes que han sido tan sensatos y tan hábiles para navegar el debate cultural, que han logrado tanto en los últimos 40 años, se pegaron un tiro en el pie con esta movida. La opinión pública cambia. Sectores, opiniones y corrientes que hoy son aceptadas mañana pueden ser rechazadas. A veces con saña. Conviene no provocar, no escupir contra el viento. Dado este contexto, quien esto escribe tiene un mensaje para la comunidada LGBT. Por favor, no caerá bien que dentro de cinco o diez años la tasa de divorcio entre LGBT resulte dos o tres veces más alta que la tasa de divorcio entre héteros. No caerá bien que dentro de cinco o diez años los «matrimonios» LGBT tengan una tasa de adopción manifiestamente inferior a la tasa de adopción de héteros. No caerá bien si dentro de cinco o diez años los tribunales que tanta falta hacen para otros asuntos están atorados de litigios de divorcio entre LGBT. De ocurrir esto, empezaremos a pensar que sí, al fin y al cabo, el clamor y la obsesión por aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo era nomás un capricho de maricones.///PACO