“una palabra no asombra a quien dirige volatineros

o una procesión de tambores rotos”.

Humberto Vinueza

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Semanas después del Paro nacional de Octubre de 2019, las aeronaves militares no dejaban de sobrevolar Quito, capital de la simulación, el odio y el miedo. La violencia política necesita del mito de una sociedad pacífica para arraigarse, hostil a la otredad, negadora del conflicto. El Paro nacional de Octubre de 2019 fue la movilización más grande que sacudió al Ecuador. La represión de las fuerzas de seguridad del estado, expertas en el vandalismo con falsa bandera, fue la más violenta hasta hoy: 11 muertos, 1112 detenidos (de manera ilegal en su mayoría) y más de 1340 heridos (12 de ellos perdieron sus ojos por perdigones). 

Un gobierno cuyo propósito es horadar al Estado, permite que la banca y los exportadores tengan beneficios obscenos; no solo con una posible desdolarización, sino con la destrucción misma del sistema económico, justamente cuando su corrupción supera a la del sector público. Un presidente al borde de la embolia, medicado y balbuceante, aliado con la derecha que lo acusó de fraude, blindado por los medios de comunicación, mientras especula en paraísos fiscales. Moreno fue escogido para traicionar y ser chantajeado; solo espera un acuerdo de inmunidad cuando deje su cargo, pero no hay aliado del Pentágono que no acabe en la picota. El Secretario de Estado Mike Pompeo dirige al gabinete ministerial. El acuerdo que firmó el gobierno con el Fondo Monetario Internacional (FMI) por un crédito oneroso, es secreto; la carta de intención no ha sido traducida, ni debatida por la Asamblea Nacional. Entre las exigencias que se filtraron, a parte del aumento de los combustibles, están los despidos masivos, recortes presupuestarios para la salud, la educación y la cultura, la reducción de los salarios, la privatización de los servicios públicos. Las Islas Galápagos son el portaviones de la Fuerza aérea norteamericana, que sobrevuela el territorio nacional, especialmente para fotografiar la Amazonía; aunque el petróleo se acabará alrededor del 2030, aún hay recursos naturales por expropiar. Las Fuerzas Armadas militarizaron la sociedad con el discurso del enemigo interno. La campaña xenófoba contra la emigración venezolana, antecedió a la ignominiosa expulsión y captura de Julian Assange. La detención del programador de software sueco Ola Bini durante 70 días, sin evidencias, ni acusación; inició la criminalización del desarrollo de software y la vigilancia masiva de la población. Las consecuencias por despojar de la hospitalidad son la vergüenza y el deshonor. El asilo político no es un contrato mercantil, fue instituido para proteger a los disidentes en el exilio que combatían a las dictaduras. Ecuador nunca había estado más aislado, sin posibilidad de futuro. 

La política sucede en la calle

Las estelas de humo que se elevaban de los barrios guiaban a las marchas que iban al centro de la ciudad. La organización barrial, estudiantil y de las universidades (cuyos campus fueron atacados con gas), para acoger al movimiento indígena, y abastecer su campamento en el Parque del Arbolito durante el asedio de la policía, demuestra que la poesía se hace entre todos. Ninguno de los grupos de rock nacionales tuvo un himno para ser coreado en las marchas, como “El baile de los que sobran” de Los prisioneros. Pero muchas canciones o coplas populares fueron versionadas espontáneamente en las protestas. Aunque la represión estaba fuera de control, faltó el arrojo para organizar un acto artístico contra la criminalización. El sábado 12 de Octubre fue el día más caliente, pese al estado de excepción, el cacerolazo retumbaba. Cuando no los provocó la policía, los saqueos en Quito y Guayaquil fueron la verdadera obra de arte de las protestas. Los analistas políticos nunca fueron tan anales, las conspiraciones que los enardecían nada tenía que ver con el origen del estallido. El incendio al canal de televisión Teleamazonas y el ataque al diario El Comercio fueron auténticas performances. Una prensa sin credibilidad, sostenida por el capital financiero, provoca su propia destrucción.

Unos tristes socialdemócratas 

Si la derecha ecuatoriana es las más estúpida del continente, los artistas e intelectuales ecuatorianos son reaccionarios que se dicen progresistas. Cuando las calles ya habían sido tomadas, nada se podía esperar del inexistente campo intelectual local, defensor de la paz y la corrección. Pauperizado, acostumbrado a la dádiva, al tráfico de influencias, al revanchismo por irrisorios premios provinciales. “Ser poeta en el Ecuador, actualmente,  — escribe Salvador Izquierdo en El nuevo Zaldumbide (Festina Lente, Quito, 2019) — es como ser una persona de estatura exageradamente baja y con problemas clínicos relacionados a la proyección de la voz”. 

El neoliberalismo no existe, eso es pensamiento mágico, retrucan sin ver como la industria cultural a la que creen pertenecer, a pesar de haber descartado al país por minúsculo, está siendo demolida desde adentro por el capital financiero. Ser liberal es defender la expoliación de la banca y al complejo industrial militar, es creer que la cima está cerca e indignarse con los que gritan que la torre se está cayendo. Por eso, la llegada  a la capital del movimiento indígena, — detrás del cual el país entero se levantaba contra la miseria y la prepotencia —, detonó su racismo. Esos fatalistas del nihilismo que anhelan la destrucción del estado, negaron su autonomía política y territorial. Los románticos que rechazan la teoría por un vitalismo estéril, negaron su importancia histórica llamándolos vándalos. La tensión entre arte y política, generadora de significaciones, es un tabú que los eriza. 

“La izquierda ecuatoriana es irrevolucionaria”, escribió Jorge Enrique Adoum en Entre Marx y una mujer desnuda (México, Siglo XXI, 1976). Los intelectuales y académicos de izquierda que fueron, o aún son parte del gobierno de Moreno, demostraron esta frase al participar del deshuesamiento del Estado, de la intervención en las cortes, convirtiéndolas en un espectáculo picaresco donde los medios de comunicación dictan las sentencias; tal como en el gobierno anterior, al que acusaban de dictatorial, mientras hoy sostienen a un régimen neofascista. La Revolución Ciudadana era una agencia de empleos para especialistas en destruir la comunidad: aparatchiks, tecnócratas, influencers y comunicológos. Hoy, al borde de la proscripción, van a estropear el desafío de convertirse en una fuerza política con un proyecto nacional. Los correístas son los terraplanistas de la política, le llaman ideología a la fachada de un sistema de negocios extractivista, sin autonomía energética, ni económica. La derecha no es su adversario, el correísmo tiene a su propia facción y se impone siempre porque carece de una base social que la combata. Es al movimiento indígena a quien le temen; llegaron al poder gracias a ellos, pero rompieron su alianza y los persiguieron, ahora tendrán que disputarle mucho más que votos. Gracias a la desesperación y la impotencia que se producen en la miseria, La Iglesia universal del reino de Dios es el partido político en ascenso en el continente; el evangelismo sionista aliado con la derecha es tan mortífero como la pasta base de cocaína. 

Es imposible discutir con un gobierno que tiene a la represión como única política social. Cuando cesó el paro, estalló la rebelión en Chile, el paro en Colombia y el golpe de estado en Bolivia. La posibilidad de otra gran movilización parece apagarse frente al inicio de la campaña electoral. Pero solo el estallido propicia la esperanza. ////PACO