Hay libros de cuentos como un caleidoscopio de temas y otros que se focalizan en una o dos cuestiones a través de variaciones. Sueños a 90 centavos (Seix Barral, 2015) de Violeta Gorodischer (Buenos Aires, 1981) está entre estos últimos ‒que es el método interesante, el que mejor permite desarrollar ideas‒, y lo que circula entre sus diez relatos podría sintetizarse en dos asuntos trascendentes aún antes de transformarse en literatura. Primero, el sexo: como fracaso y como fobia, como chantaje y como derrota, como cálculo y como puro objeto de intercambio. Ese sexo victimizado, despojado del goce y del amor, y profesionalizado más por la astucia de los márgenes de riesgos y ganancias ‒simbólicas, en un sentido amplio‒ que por cualquier despliegue sensual de placer, define parte de un campo de batalla que las jóvenes profesionales conocen. Por un lado, el drama de un “inexistente instinto materno”, como dice la voz narradora de una historia de separación ajena ‒que atravesó un año entero sin sexo‒, y por el otro su variante especular, la presión de “ser madre, si tuviera con quién”, como piensa la protagonista de otro relato en el que al desamor ‒una forma recurrente del miedo al compromiso‒ y a una sexualidad por default se le añade la ansiedad del mandato de maternidad.

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La sexualidad femenina de Sueños a 90 centavos se parece al viejo chiste de los pragmatistas: el problema no es que el placer no funcione en la práctica sino que ni siquiera funcione en la teoría.

A esos problemas de pareja y reproducción, retratados por Gorodischer como espinosos obstáculos profesionales, se les suma en otra historia la “opresión en el pecho” de una mujer que, al imaginar “el líquido subiendo por el cuello del útero”, solo puede hacer del sexo ‒“lo último que nos quedaba en común, cada vez más espaciado y lleno de rasguños o insultos disfrazados”‒ el epílogo final, plagado de síntomas y acusaciones, de la relación con un hombre que va a abandonarla. Así, en el contexto “urbano y actual” de “la clase media en una ciudad urbanizada”, la sexualidad femenina de Sueños a 90 centavos parece ser fundamentalmente un tipo de neurosis omnívora para la que, parafraseando el viejo chiste de los pragmatistas, el problema no es que el placer no funcione en la práctica sino que ni siquiera funcione en la teoría.

Gorodischer describe con ironía la casi trasparente red internacional de mánagers y besamanos de la «crónica periodística», que se globaliza precisamente cuando uno esperaría ver cómo funciona en Buenos Aires. ¿Cálculo o risa?

El segundo asunto, aunque en relación al primero, es la creación. Y en ese sentido, la historia del joven artista que planifica y sin pudor apela a su propia relación amorosa con un galerista para conquistar las vernissages porteñas ‒“aunque al principio le molestó que Alejo le regalara una obra al crítico sin pedir permiso”‒ funciona menos como la develación de hasta qué punto el mejor cálculo puede resultar, al final, estéticamente obsoleto, que como reflejo de las delicadas limitaciones que ese mundo de cálculos impone. En tal caso, que Sueños a 90 centavos haya recibido un Premio Fondo Nacional de las Artes de manos de Guillermo Saccomanno ‒que ha sido profesor de taller literario de la propia Gorodischer, también autora de la novela Los años que vive un gato‒ no desmerece su mérito; más bien lo ilumina desde otro costado. En ese mismo conflicto entre la pura aritmética y la pura imaginación, Gorodischer ubica también a la “crónica periodística”, y entonces describe con ironía su casi trasparente red internacional de mánagers y besamanos, y también los poros de una recurrente fantasía de “necesidad” que se globaliza hacia el mundo precisamente cuando uno esperaría ver cómo funciona en la “urbana” Buenos Aires. ¿Cálculo o risa? En el balance, al sexo y a la creación de Sueños a 90 centavos les falta un elemento clave para una buena cotización en las sábanas o en la imaginación: un poco de ludismo y diversión, un mínimo más interesante de desobediencia////////PACO