Música


Milei quiere ser Lali y no puede

No debería sorprendernos que haya sido Lali Espósito la que construya, muy lejos de los sociólogos estresados de Internet, uno de los primeros documentos válidos de análisis crítico del personaje Javier Milei. El video de Fanático, que apareció este jueves 26 de septiembre, despertó, corroborando su título, el ánimo hermenéutico de los y las lalistas. En menos de doce horas ya abundaban las detalladas pesquisas en las redes señalando todo tipo de referencias. Fabricados con ese fin, música, letra, actores, trama y escenario, constituyen una parte más del conocido intercambio entre artista y presidente. Desde ya, no se trata de una situación inédita. Políticos y funcionarios dialogaron, desde siempre, con músicos y artistas. Ahora bien, dada la vaporosidad de la oposición, que todavía hoy rumia la derrota de la elección pasada, la canción surge como una descripción acertada y útil.

Fanático arranca con un sonido analógico, de guitarras riferas y banda, al que Lali conoce, pero con el que no construyo sus hits, mucho más bailables, sostenidos por pistas electrotecno. Hay, entonces, un tinte de novedad distorsionada. El juego de dobles está desde el principio. La que abre el video es y no es Lali. Y Lali, alternativamente, parece la Joan Jett de Bad Reputation, y, al mismo tiempo, la Miley Cyrus que imitó y homenajeó a Joan Jett más de una vez. Gestos, vestuario y baile reproducen ese entramado. (El encabalgamiento del significante Joan Javier Jet Milei Cyrus que resulta de esa ecuación podría ser pensado, tal vez algo lisergicamente, como parte y reedición ulta pop del multiverso Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.) La situación central del video recuerda a Yo no me quiero casar y usted de Turf, donde el casting se hacía entre imitadores de Mick Jagger. Es una referencia consistente a la frase de Milei que, consultado por Lali, respondió: “No sé quién es, yo escucho a los Rolling Stones.” (Lali aparece con una remera de los Stones y el rolinga del casting usa una remera que parafrasea la remera de Keith Richards.)

Los castineados, en este caso, son referencias irónicas a la misma Lali: el peronista con el bombo, el cuero rojo de Disciplina, la monja de Esperanza mía, una mujer trans negra. Es la misma Lali la que busca a su mejor imitador. El casting ocurre en un depósito… Las capas se superponen. Y ese pliegue sobre pliegue genera un efecto de conciencia, de tradición, de identidad, abre un lugar de pertenencia y –abusando un poco de nuestra capacidad interpretativa– una continuidad. (Obsesión es un tema de Lali, el vestido dorado de la trans negra remite a Diva.)

El primer personaje político que aparece es Iñaki Gutierrez, la Muñeca Pepona, influencer y ex asesor presidencial. El segundo es el mismo Milei. Campera de cuero, patillas, papada y gritos que duermen a la Lali examinadora. Cuando la Pepona vuelve ya lo hace preparado para el SM, con saco plateado y látigo.  

En Fanático, Lali utiliza dos conceptos, ya habituales en su obra, para describir a Milei: la obsesión y el fanatismo. Ambos comportamientos se proyectan desde la letra de la canción con la suficiente carga de ambigüedad como para ser, al mismo tiempo, una socarrona crítica y una afirmación festiva. Lali parece decir: “hay fanáticos y fanáticos, obsesiones y obsesiones.” ¿Puede Milei ser entendido sin esas ideas? Tan recurrentes resultan fanatismo y obsesión en Lali que, por momentos, es Lali la que parece producir a Milei. Después de todo, ella ya estaba ahí, en el cruce incandescente entre televisión y redes sociales, cuando él llegó.

Mientras el progresismo llora y se estrangula y la clase política repite siempre el mismo casette, Lali propone una lectura irónica designando a Milei como fanático, eslabón imprescindible y la vez primitivo de la cadena de la fama. Pero este fanático no es cualquier fan. No es el fan que, abnegado, se hace uno con la estrella desde el público, entendiendo que su música lo eleva y que existe una dialéctica, desigual, como toda dialéctica, pero firme y visible, entre platea y escenario. 

Milei sería el fan despechado, el que no procesa con carácter afirmativo su obsesión. Sería el egoísta que desea suplantar al ídolo, y por eso lo niega en público, lo adora en secreto y lo venera sufriendo. La caracterización resulta lapidaria. Milei quiere y no puede, acometiendo el peor pecado que el mundo del espectáculo conoce, la envidia, prueba irrefutable de esterilidad.

Fanático discute a Milei en una zona de la sociedad a la que el presidente le dedica su máxima atención. Lo saca de sus lábiles conceptos económicos y la permanente violencia discursiva y lo trata disciplicientemente de groupie despechado. Milei es una copia fallida, una sombra, un onanista infantil, que no puede acceder a la identidad, ni al deseo de la edad adulta. El fanático que no se reconoce como tal y transforma la demanda de amor en negación y encierro.

Si la respuesta a la vandalización es una sonrisa resignada, el subrayado general de canción y video señalan lo que ya sabemos: Milei es, antes que nada, un mediático, un economista de universidad privada que, bordeando el desempleo, viene de y va hacia las luces de espectáculo. Quiere ese reconocimiento vertiginoso, no otro, siendo así el principal desacreditador de la investidura presidencial. Por eso podemos imaginar a Milei como un imitador de sí mismo, un eterno rechazado de castings que siempre le serán ajenos. 

Término diciendo que más allá de música y acusaciones hay entre ambos personajes, cantante y presidente, una diferencia nuclear, insobornable. ¿Qué es lo que los enemista y enfrenta? Lali es popular y Milei, contra la lectura de algunos indigentes del análisis político, es antipopular. Leer el triunfo en las últimas elecciones presidenciales como el apoyo indiscriminado del pueblo argentino forma parte de ese equívoco. Las elecciones resultaron ajustadas y Mieli ganó por pocos votos. Lali tiene en la mesa una pequeña figura de Maradona y cuando se va, después de grafitear su cara, se va con el bombo y la bandera argentina. Se corroboran, entonces –como desde el nacimiento de nuestra nación y con todas sus complejidad, préstamos y filtraciones– dos argentinas, la popular y la antipatria. El futuro inmediato dirá con qué inflexión de ese diálogo, a veces violento, a veces irónico, continuamos nuestra existencia.////PACO